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Trataremos aquí sólo tres asuntos: el papel estratégico de la materia orgánica en agricultura, el comportamiento de esta materia a condiciones ecuatoriales, y los modos agrícolas amazónicos de producción.
El 96% de los nutrientes de las plantas provienen del aire: 78% oxígeno, 11% carbono y 7% hidrógeno. La planta se compone de: 80% agua, 18-19% materia seca, y 1-2% minerales. A su vez, el suelo se compone de una masa de minerales, generalmente más del 90% y de proporciones variables de materia orgánica que constituyen el material realmente estratégico, especialmente en sistemas de producción que se inicien con suelo descubierto, (pues en ese momento la única posibilidad de expresión microbial se localiza en el suelo).
La línea crítica de la materia orgánica en suelos ecuatoriales se da climáticamente a los 25°C de temperatura promedio y a los 2000 milímetros anuales de precipitación pluvial. A mayores valores, mayor velocidad de degradación de la materia orgánica, y a menores valores, menor velocidad, con posibilidades de acumulación, como se observa en las turberas de los páramos: es el principio de Mohr, postulado en 1922 en las Indias Orientales Holandesas.
A condiciones colombianas, el "comportamiento" de la materia orgánica, se relaciona directamente en forma física, con la distribución pluvial a través del año sobre un determinado lugar, y con la altitud o grado de energía geográfica de ese mismo lugar; en forma biológica, con la actividad microbial, determinante de las condiciones de sanidad y de nutrición de los sistemas ecuatoriales de producción. De modo que el aporte de abono orgánico en agricultura depende, tanto del cultivo (las hortalizas son las que más consumen) como del clima.
Corbet (1935), científico al servicio del colonialismo holandés, destacó la relación directa que hay entre la presencia de luz solar sobre cultivos limpios y la destrucción de la materia orgánica del suelo en condiciones ecuatoriales. Esta situación nociva constituye en Colombia un paisaje permanente en la agricultura mecanizada del Caribe, de los valles, de mesetas interandinas y del pie de monte llanero. El suelo debe estar permanentemente cubierto de vegetación viva o muerta. El 70% del territorio colombiano (Amazonia, Orinoquia, Pacífico) se hallan por debajo de la línea natural de acumulación orgánica en el suelo.
El establecimiento de hortalizas al estilo occidental y de cultivos limpios en general requiere en tales condiciones grandes aportes de abonos orgánicos y nutrientes, además de protección frente a la radiación solar (uso de polisombra densa en hortalizas, por ejemplo).
En chagras de yuca de tierra firme de Amazonia, cerca de Manaos, se ha estimado que el 50% de la materia orgánica desaparece en el primer año después de la tala y de la quema de la selva y que un 30% adicional desaparece en el segundo año (Santos y Crisi, 1981). En el huerto de árboles y palmas del Pacífico colombiano (Bajo Anchicayá) se midió una velocidad de degradación de la celulosa entre 78 y 85% en las primeras capas del suelo, en solo 90 días (Mejía y Acosta, 1989).
Estas condiciones explican que en tales regiones se hayan generado dos modalidades populares de uso agrícola de la tierra: los huertos arbóreos para la agricultura de larga duración y la agricultura itinerante para las modalidades sobre selva talada, con dos métodos principales: tumbaquema y tapao (cuando la precipitación es tal que no se puede quemar). En la agricultura itinerante cada año los cultivos limpios se establecen sobre nueva selva talada, mientras la tierra de cultivos limpios anteriores va al proceso de barbecho por abandono, el cual puede durar un número variable de años de acuerdo con la calidad de la tierra, en especial su origen parental (aluvión -tres años, interfluvio arenal- más de 10 años).
Se enmarca dentro de un contexto de cosmovisión, identidad étnica, organización social, división del trabajo por sexos, ritualidad y simbolismo... piña, chontaduro y guacure son gente, bailan, cantan, enseñan. Coca, la planta sagrada, ocupa posición central en la chagra por razones mitológicas, y es de exclusivo manejo masculino, mientras que yuca ocupa posición periférica y es de manejo exclusivamente femenino. La parte delantera es masculina y está seña- lada por las palmas de chontaduro, la piña y el guacure, hermano de la yuca, mientras que la trasera tiene connotaciones femeninas. Yuca es carne y sangre ( Van der Hammen, 1991).
Según esta autora, la comida cultivada no posee fines nutricionales exclusivamente sino que también alimenta al espíritu. Así, el tabaco, la coca y el ají se relacionan con fines sagrados, mientras que la yuca se siente más como comida cultivada. La máxima diversidad de yuca brava se da en la estrella fluvial del Orinoco y la de yuca dulce en la estrella fluvial del Marañón; ver del autor: “Diversidad de yuca Manihot esculenta Krantz en Colombia: visión geográfico cultural”, 1991.
Constituye la estructura de producción agrícola de más larga duración y se construye alrededor de la maloca, aunque también la chagra itinerante recibe y cría frutales.
El huerto de frutales, desde luego, es otra expresión de biodiversidad y de cosmovisión: chontaduro, guacure, uva caimarona, zapote, caimo, anón, guamo, maraca, marañón, caña, coco, naranja, limón, aguacate, guayaba, plátano, banano y piña. A cada frutal cultivado corresponde otro silvestre, ya que la selva es la chagra de los animales.
El huerto de maloca, presenta cobertura de dosel frente al sol, y sobre la superficie recibe los aportes de la hojarasca arbórea y de los deshechos de la maloca, ésta como centro de transformación de la oferta de la chagra y de la selva. Sobresale el guamo como aportante de hojarasca y en tal virtud, bien podemos denominarlo el árbol abono de las zonas ecuatoriales.
En la estrella fluvial del Marañón se conocen 22 variedades y especies de guamo, como lo atestiguan los esposos Berlín en etnobiología, subsistencia y nutrición en una sociedad de la selva tropical: los Aguaruna, 1978.
A esta finca se accede por una trocha de unos mil metros de largo a partir del kilómetro 10.5 de la carretera Leticia - Tarapacá. Es propiedad de los Padres Franciscanos. Consta de unas 60 hectáreas de las cuales se han derribado unas cuatro con el fin de hacer chagra. El resto de selva está circunvalado por un sendero peatonal, a cuyos lados se han señalado con números los árboles más prominentes: cada número se consulta en una guía donde aparece el nombre del árbol en castellano, ticuna y huitoto, con los usos culturales indígenas.
La finca fue adquirida hace unos 15 años por el Padre Juan Antonio Font, de los capuchinos catalanes, él con 35 años al servicio y construcción de la actual Leticia. La finca está dotada de un campamento y de un auditorio para 40 personas en donde se realizan actividades de pastoral social. Una de esas actividades corresponde a la relación con el albergue para estudiantes indígenas del Amazonas que los franciscanos han creado en Leticia, con el nombre de CEJAM - Centro Juvenil Amazónico.
En un principio, el Padre Font había intentado dedicar a ÁGAPE al cultivo de plantas medicinales amazónicas, para lo cual solicitó a sus amigos indígenas que le trajeran material de siembra: éste apareció con tal diversidad, que le fue imposible manejarlo.
En 1998 fui invitado por Beatriz Helena Ramírez, directora del SENA en Leticia, para dictar un curso de Agricultura Orgánica, que se realizó en el CEJAM y en la finca Ágape. De ahí resultó un acuerdo con el Padre Juan Antonio Font para crear una demostración de granja orgánica en condiciones amazónicas y en el asunto influyó que hay comunidades indígenas en Leticia con precaria dotación de tierras y por consiguiente, sin posibilidades de itinerancia.
El Padre Font murió en 2001. El ensayo de ÁGAPE continuó bajo el amparo del Padre Alfonso Miranda y luego con la dinámica del Hermano Leo Medina. La financiación corrió siempre a cargo de los misioneros franciscanos. Se destacó en el inicio del huerto el voluntario español Magdaleno Jerez, viticultor de la región de La Mancha.
Se realiza mezclando abono orgánico con minerales de bajo costo como calfos, cal olomita, roca fosfórica; se mezclan 20 paladas de abono por una de mineral. Azufre al 1%: 100 paladas de abono por una de azufre.
Se realiza con premezcla mineral (material obtenible en almacenes agropecuarios para adicionar a la sal de cocina con fines zootécnicos), ácido bórico y cultivos de microorganismos, según la siguiente receta. Para un mínimo de 50 litros, mezclar:
- Un kilo de premezcla mineral, en agua
- Media libra de ácido bórico, en agua
- Media libra de levadura para pan
- 3 litros de leche
- Un vasito de kumis
- Dos kilos de miel, en agua
- Cinco litros de filtrado en agua de tierra de capoteo
- Preparar todo en agua verdosa de estanque
- Completar el volumen con agua de estanque
- Adicionar el preparado al abono después de la mezcla con los minerales mayores, diluido 1:30 (uno del preparado por tres de agua).
Para el ejemplo tomaremos el caso de Mitú a donde solo llega hasta el momento transporte aéreo, a la tarifa actual de 1.000 pesos por kilo:
TOTAL $220.000
Abono preparado 1.110 kilos
Costo por kilo: $220.000/1.110 = $198/kilo que contrasta favorablemente con abonos comerciales orgánicos ofrecidos en el interior del país (Ejemplo: Abimgra a $ 260/kilo). La ceniza de fogón de leña es una buena fuente de potasio, cuando hay disponible.
Los minerales para el potenciamiento de los abonos orgánicos hechos en Ágape, Leticia, se despacharon desde Cali - Vía Puerto Asís, con gran economía de costos en los fletes a razón de $300/kilo con lo que el abono final resultaba alrededor de $135/kilo, perfectamente costeable, especialmente en condiciones amazónicas, donde sólo hay dos alternativas: sembrar en tierra nueva o sembrar sin itinerancia pero con abono orgánico.
Las demostraciones hechas en la finca Ágape han seguido siendo vigiladas por la Asociación de Agricultores de Leticia, donde se destacan el comerciante Roviro Calderón, el zootecnista Laureano Roa y el brasilero José Walker Vargas Rojas.
La bióloga Maria Clara Peña del Instituto Sinchi, en Leticia, se ha preocupado por realizar investigaciones locales en micorrizas y risobios.
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* Mario Mejía Gutiérrez.
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