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La naturaleza junto a los conocimientos y tradiciones de los pueblos han provisto de alimentos a toda la humanidad. Campesinos, indígenas y afrodescendientes han creado en su territorio un vínculo de reciprocidad con la tierra. En cada huerta y cultivo crece la vida que dará alimentos saludables a la comunidad. Este es el legado de nuestros abuelos, abuelas y sus ancestros que decidieron permanecer en el campo. Agradecidos con la tierra porque en sus huertas crecen alimentos orgánicos para sus familias y vecinos con quienes hacen trueques y se reúnen para crecer de una forma solidaria. Han creado escuelas para los niños y jóvenes en donde a través del arte y la cultura aprenden sobre los procesos organizativos y administrativos, así como formas de mantener las tradiciones agroecológicas de sus padres para la permanencia en el campo. Y lo más importante, conocen el valor de conservar, reproducir e intercambiar las semillas nativas y criollas. Como doña Tulia ha intercambiado las semillas, las mismas que ha sembrado en su huerta esperando que vuelvan a dar semilla. Siendo esta la base de las agriculturas tradicionales, familiares y alternativas. Es la vida dando vida.
En Duitama vía Santa Rosa de Viterbo hay un desvió para entrar al barrio San Luis y a la vereda que lleva el mismo nombre. Allí vive doña Tulia Álvarez custodia de semillas nativas y criollas. Pasando por un camino destapado, a un lado hay un cultivo de maíz sembrado en pequeñas terrazas, una casa pequeña, seguida de un cultivo de papa. Abrí una puerta y seguí el camino al interior de su casa que tiene tres ventanas desde donde se puede ver la huerta. Esta estaba llena de plantas que en ese momento no conocía. Fue poco el tiempo que me detuve a observar pero alcancé a darme cuenta de que las plantas no tenían frutos, y las que si, como el tomate, no eran cosechados. En ese momento me pregunte ¿por qué acá no producen alimentos? del interior de la casa salió una señora de edad pero llena de energía; de piel clara, con una trenza larga que bajaba por su hombro. Tenía puesto un sombrero de lana y con una sonrisa nos invitó a pasar. Tomo asiento y de inmediato empezó a hablar. Cada una de las palabras que nos decía iba hilando una realidad, su historia con las semillas nativas y el vínculo que tiene con la tierra. Hablaba con emoción de su huerta, nos transmitía su mensaje y su discurso haciendo que surgiera en mí un sinnúmero de preguntas sobre el tema; y lo más importante y seguro les ha pasado a quienes han ido a visitarla, gracias a sus palabras y sabiduría conocí este oficio de ser guardianes de semillas y la realidad a la que se tienen que enfrentar en un país que criminaliza esta práctica.
Doña Tulia es custodia de semillas de la ciudad de Duitama. Como ella hay por todo el país mujeres que desempeñan este oficio. Ellas están pendientes de la huerta, que las plantas estén creciendo bien, que la tierra esté abonada y se encargan de deshierbar cada cierto tiempo. Cuidan los animales; ordeñan las vacas, recogen los huevos de las gallinas. Se dedican a las labores del hogar y a cuidar a sus hijos a quienes transmiten sus conocimientos. Ellas son la vida que da vida y van guiando el camino de su descendencia. Por gusto, por interés, por tradición o por preocupación de los alimentos que consumen sus familias, han optado por sembrar semillas nativas y criollas para reproducirlas, almacenarlas e intercambiarlas con otros custodios y guardianes de semillas. Cada una de las mujeres que contribuyen con esta labor son gestoras de vida y siguen cada uno de los momentos del ciclo de las plantas. Sienten cada etapa porque la han vivido. Y desean seguir su tradición familiar no solo entre ellos, también con quienes estén interesados en replicar esta práctica y dar a conocer esta realidad que nos compete a todos.
Su huerta cuenta con diversidad de plantas que están dando semilla constantemente. Tiene hortalizas en diferentes etapas de crecimiento esperando a que den semilla. Siembra lechuga crespa y la normal como dice ella; cilantro y zanahoria. Unas plantas se van secando y en donde antes había flores ahora hay semillas, mientras otras están en etapa de floración. Van creciendo periódicamente, de esta forma se mantiene la producción de semillas aunque no todas las plantas se reproduzcan. Cada hortaliza tiene diferentes tiempos para producir semillas. Doña Tulia dice que la remolacha, la lechuga y la acelga se reproducen en seis meses. Menciona que lo más importante para conservar estas semillas es tener paciencia y comprender que se trata de un ciclo. Mientras cosecha las semillas de zanahoria a su lado van creciendo otras en diferentes etapas para luego ser recogidas.
Se levanta y va a una esquina de su casa donde tiene unas botas de caucho. Se las coloca. Coge un azadón y una taza grande y se dirige a la huerta. Abre una puerta pequeña de madera que está sujeta con un gancho de hierro a la cerca. Doña Tulia le habla a las plantas y las consiente. Mientras camina me va diciendo el nombre de cada planta. Avanza cuidadosamente porque en todos lados la vida crece libremente. Se detiene a observar las zanahorias que han terminado su ciclo para dar comienzo a uno nuevo. Acerca sus manos a las semillas y las toma con delicadeza. Las frota despacio y las pone en su mano derecha. Las deja caer en su mano izquierda mientras sopla suavemente para limpiarlas. Luego las pasa a la taza. Coge el azadón, le da vuelta a la tierra para trasplantar las plántulas de las semillas que cayeron ahí y crecieron. Las pasa al nuevo espacio y las riega. Se dirige al interior de su casa para terminar de limpiarlas. Deja la taza en una mesa. Entra a la cocina. Sale al patio con un plato y un vaso de jugo de gulupa que ella misma cosecha. Coge la taza de la mesa, la mueve circularmente y sopla para que salga el polvo y los residuos de las plantas. El lugar se impregna de un olor fresco y seductor para el olfato. Cuando termina de limpiar las semillas las pasa a unos frascos de vidrio. Cuando son cantidades grandes las deja en una bolsa de papel cerrada en un lugar fresco.
Después de escuchar sus palabras y recorrer la huerta entendí que este lugar no está destinado a la producción de alimentos. Es un espacio lleno de vida. De semillas nativas y criollas de Boyacá, Caldas, Nariño, Cundinamarca y otras partes del país y del mundo. Van creciendo juntas para protegerse de las plagas siguiendo el ciclo hasta producir nueva vida creando diversidad. El contacto que mantiene con la naturaleza y el vínculo que sostiene con los ciclos de la vida es una herencia tradicional y cultural milenaria. Desde sus abuelos ella ha aprendido a valorar el campo y a cuidar de cada semilla sabiendo que al sembrarlas éstas van a producir alimento y nuevas semillas para seguir cultivando e intercambiando.
Doña Tulia dice que las semillas nativas y criollas son aquellas que han sido modificadas de forma orgánica a través de la selección natural. Es una práctica de observación y conservación en donde se escogen las mejores semillas para las próximas cosechas. De esta forma se mantiene la diversidad genética de las plantas y la producción de alimentos es orgánica. Doña Tulia cumple un trabajo importante en la seguridad, soberanía y autonomía alimentaria de la humanidad. Al reproducir las semillas e intercambiarlas también está generando conocimiento y se van tejiendo redes de personas y organizaciones interesadas en la protección de las mismas, favoreciendo la diversidad de alimentos. “Las semillas nativas son patrimonio de los pueblos al servicio de la humanidad, y estas hacen que nos alimentemos saludablemente. Es importante crecer en comunidad con el mismo ideal, las semillas son libres y pueden andar por todo el mundo con total libertad”.
Esta práctica cultural y tradicional de ser custodios de semillas nativas ha permitido que se resguarden, se protejan y se cuiden, además de que los guardianes se organizan para que haya una economía justa, en donde se respete el trabajo del campesino (a), se crean redes de intercambios de semillas y de políticas públicas comunitarias en donde uno de los objetivos principales es continuar con la diversidad de semillas construyendo territorios libres de transgénicos.
Doña Tulia, cuando era pequeña, camino a casa se encontró una semilla. La recogió y la sembró en la huerta de su casa. De esta semilla nacieron muchas semillas que se convirtieron en cultivos que abastecían de alimentos a toda la comunidad y parte del pueblo. Desde ese momento descubrió la importancia de las semillas nativas. Cada semilla de otro lugar que crece allí se convierte en semillas criollas que se adaptan al territorio y al clima haciéndose más fuertes y resistentes al ecosistema. Esta labor la aprendió de su abuela quien siempre le enseñó a proteger y cuidar de ellas. Con su familia las ha cultivado de forma natural manteniendo su esencia. Ha hecho que se reproduzcan y cada cosecha las almacena, luego las utiliza para repetir el ciclo y para intercambiar con otras custodias y guardianas de semillas. Es una mujer luchadora, sencilla, de buen humor, con mucho amor y conocimiento para compartir. Protege y respeta las semillas nativas y recuerda con tristeza y alegría su niñez. Sostiene que: “Todo lo que ahora son carreteras y edificaciones eran extensiones inmensas de sembrados de maíz, papa, cebada y trigo”. Mantiene sus prácticas agrícolas a pesar del crecimiento acelerado del pueblo, las leyes del sistema que criminalizan su labor de custodia de semillas, los encargados del ICA diciéndole cómo y qué debe sembrar, el tratado de libre comercio (TLC) que trajo consigo alimentos en su mayoría transgénicos de otros países, la falta de apoyo a los campesinos y el abandono de la tierra por las nuevas generaciones entre tantas cosas a las que se enfrenta, no solo ella, todos los custodios y guardianes de semillas del país.
Para luchar por sus derechos los campesinos de Colombia y el mundo se han organizado comunitariamente. Han creado redes con personas y organizaciones no gubernamentales que apoyan la agricultura orgánica. Se enfrentan con su trabajo y sus ideales a leyes nacionales e internacionales que criminalizan sus prácticas, sus conocimientos y sus tradiciones. Se han juntado para crear escuelas de campo con un enfoque intergeneracional de transmisión de conocimiento lo cual garantiza que las estrategias productivas sean viables en el tiempo.
Doña Tulia y su familia hacen parte de la fundación San Isidro en donde han aprendido diferentes técnicas de agricultura orgánica, de nutrientes, semillas nativas y criollas y transformación de productos. Con esta fundación participaba en los mercados campesinos que hacían en Bogotá en donde las habas, la soya y el maíz frito que prepara en su casa era uno de los productos más apetecidos. La red de semillas libres de Colombia la ha invitado a participar en encuentros e intercambios de semillas nativas y criollas a nivel regional y nacional. Otros custodios y participantes la escuchan atentamente cuando habla de las semillas. Sus experiencias y consejos alimentan a cada persona para seguir creciendo con fuerza y en comunidad. Lleva en su canasto las semillas de su huerta junto con un mantel. En una mesa lo extiende y va sacando cada una de las semillas que lleva en los frascos y en las bolsas de papel. Lleva siempre las semillas recién recolectadas con todo y tallo, ella muestra que las semillas vienen directamente de su huerta listas para ser intercambiadas en ferias y encuentros de semillas.
Con el objetivo de aprender y conocer sobre su trabajo como guardiana de semillas han llegado a su casa personas de diferentes partes del país y del mundo. Van a conocer su vida, la historia y la labor de los custodios y guardianes de semillas; así como la importancia del papel de la mujer en la agricultura orgánica. A través de procesos de formación ha enseñado conceptos teóricos y prácticos de agricultura urbana y agroecología. Con la fundación artística y cultural Cacique Tundama (FACCT) ha organizado talleres y conversatorios de recolección de semillas nativas y criollas en su huerta y preparación de nutrientes para la tierra. También se han realizado talleres de preparación de alimentos gastronómicos tradicionales.
En una de tantas charlas llegamos a la conclusión de que es importante producir un cambio de consciencia en donde todas las personas aprendan a valorar la importancia de las semillas nativas y criollas y así lograr que esta realidad crezca y se dé a conocer por todo el mundo. Creo en sus palabras y la de los custodios de todo el país; en sus enseñanzas y en su lucha, que también es nuestra, porque tenemos derecho a saber qué es lo que consumen nuestras familias. De esta forma es posible que más campesinos conozcan sobre este tema y se reúnan para cambiar las semillas transgénicas e hibridas por semillas nativas y criollas y así podamos entender la importancia de los alimentos orgánicos y la historia que tienen. Si se logra crear conciencia en los productores y consumidores es posible crear en cada vereda del municipio de Duitama y del departamento bancos de semillas nativas para intercambiar, prestar y vender.
La resistencia y la revolución son posibles, no con armas ni con guerra, se ha gestado desde las tradiciones milenarias de nuestros ancestros que han transmitido este saber y lo han compartido con muchas generaciones para combatir al sistema agroindustrial de alimentos, con cultivos sanos libres de agrotóxicos en pequeños espacios de tierra cultivada con una gran diversidad de alimentos.
En el marco del IV festival de saberes artísticos y culturales Cacique Tundama, en el año 2016 realizamos con doña Tulia un taller de agricultura orgánica. Empezó hablando de las semillas nativas y criollas. Con un tono más fuerte que evoca la resistencia en su vida insistía en la importancia de consumir alimentos que provienen de semillas orgánicas. Personas de todas las edades la escuchaban con atención. Decía que el hecho de no tener tierra no era una excusa para no sembrar. “En casi cualquier cosa se puede sembrar, en ollas viejas, en tarros o en botellas.” Después de decir esto cada persona tomó una botella de plástico, con cuidado la cortaron por la mitad y le abrieron huecos en la parte de abajo. Doña Tulia fue hacía una parte de la casa donde tiene un árbol de durazno; cogió el azadón y empezó a sacar tierra abonada por el compost que ella misma produce. Los participantes llenaron la botella de tierra. Se dividieron en dos grupos y a cada uno los invitó a pasar a su huerta. Recomendó tener mucho cuidado con las plantas y empezó a hablar sobre cada una de ellas. Desde la forma de sembrado, el tiempo de crecimiento, los modos de transformación hasta la mejor manera de cosecharla. Tomaron algunas semillas de zanahoria y se dirigieron al interior de la casa. Doña Tulia sacó del canasto donde guarda las semillas un frasco de vidrio con semillas de lechuga. Las repartió y todos decidieron sembrar en su botella. Algunos sembraron lechuga y otros zanahoria que se llevaron para su casa con el compromiso de cuidarlas y reproducirlas. Ese día doña Tulia sembró en todos nosotros un vínculo con la tierra, nuestras tradiciones y nuestras raíces.
Escrito por: Fabio Andrés Hernández Piracoca. Investigador e integrante de la fundación artística y cultural Cacique Tundama Duitama - Boyacá. Codirector del festival de saberes artísticos y culturales Cacique Tundama.
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