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A pesar de que los peces transgénicos no se comercializan todavía como alimento, ésta parecería ser una realidad muy próxima. En este boletín se analizan en primer lugar los riesgos ambientales que pueden ocasionar los peces transgénicos y luego algunas noticias sobre la industria piscícola en Canadá y Nueva Zelanda.
Desde el desarrollo del primer pez transgénico en los primeros años de la década de los 90, los investigadores de las compañías de acuacultura se han concentrado en desarrollar peces que crezcan más rápido y necesiten menos alimento. Varios investigadores han logrado introducir genes humanos o de animales de la hormona de crecimiento en varias especies como: salmón, trucha y tilapia; logrando que crezcan varias veces más rápido que sus similares naturales.
La alteración transgénica de los peces es una tecnología de alto riesgo con posibles consecuencias desastrosas si estos se escaparan al ambiente. Las especies usadas en acuacultura son muy similares a los peces en ambiente natural y pueden sobrevivir y reproducirse con sus parientes naturales. Esto podría interferir en la reproducción y causar la extinción de variedades silvestres naturales.
Un estudio realizado por la Universidad de Pardue, en Estados Unidos, confirma esta afirmación, pues señala que incluso la liberación en el ambiente de un pequeño número de peces modificados genéticamente para alterar su crecimiento puede erradicar una vasta población de peces silvestres. Tomando en cuenta que el tamaño de los peces es una característica muy importante para el apareamiento, los investigadores usaron modelos computarizados basados en investigaciones experimentales y encontraron que debido a la ventaja para aparearse de los peces genéticamente modificados, la característica transgénica puede ser transferida a la población natural, pero, al reducir la viabilidad de apareamiento, se puede conducir eventualmente a la extinción de una especie.
Otro de los riesgos ambientales radica en el hecho de que al aumentar el tamaño de los peces se altera también su nivel de alimentación haciendo que requieran mayores cantidades de alimentos diariamente; esto podría tener un efecto devastador en el medio ambiente, en especial porque la mayoría de peces que están siendo modificados genéticamente salmón, trucha, carpio, tilapia son predadores. Experiencias pasadas han mostrado que introducir nuevas especies predadoras en nuevos ambientes puede ocasionar desastres ecológicos. Por ejemplo, en 1960 se introdujo en el lago Victoria, en África, el nile perch. En el lapso de una década, la población local de más de 400 especies pequeñas diferentes disminuyó de 80% a 2% del total de peces del lago; probablemente, el 50% de las especies nativas desaparecieron porque no eran capaces de competir con el nuevo invasor que mostraba un apetito insaciable. De igual forma, la introducción de un salmón gigante (y hambriento) en el ambiente puede ser una carga muy fuerte para las poblaciones nativas de peces.
Otra característica que está siendo estudiada por los investigadores es la resistencia a temperaturas frías. Esto permitiría que los peces transgénicos sobrevivieran en áreas de las cuales fueron excluidos anteriormente y compitieran con las especies nativas, y por lo tanto incrementar el actual problema global de las ecosistemas acuáticos causado por invasores externos como los mejillones zebra en el Gran Lago.
Algunas compañías e investigadores involucrados en la producción de peces transgénicos sostienen que el uso comercial de sus productos no dañará el ambiente porque los peces estarán en tanques de agua ubicados en el suelo. Además, afirman que los peces transgénicos pueden ser esterilizados y por lo tanto incapaces de cruzarse con las poblaciones naturales, incluso si escaparan al ambiente. No obstante, ninguna de las medidas de seguridad que han sido desarrolladas es adecuada para contener seguramente los peces transgénicos y evitar accidentes. Cualquier cultivo a campo abierto en el mar puede ocasionar escapes accidentales. Los errores suelen ocurrir y además hay fuertes incentivos económicos para evadir las medidas de seguridad.
Una vez que se empiecen a comercializar los peces transgénicos, será imposible controlar el paradero de cada individuo y asegurar el cumplimiento de las medidas de seguridad de los tanques. Estas lecciones deberían aprenderse de las experiencias de los cultivos transgénicos, con los cuales hubo errores que generaron la introducción ilegal de variedades que no habían sido aprobadas.
Por otra parte, los sistemas rodeados de tierra necesitan sistemas de seguridad específicos para evitar la liberación accidental en el ambiente. Recientemente, la Autoridad de Manejo de Riesgo Ambiental de Nueva Zelanda identificó algunas fallas en el sistema de seguridad de la compañía privada King Salmón, en donde los huevos de salmón genéticamente modificados podían haber tenido contacto con esperma antes de introducirse en el ambiente. A pesar de que no hay ninguna evidencia de que dicho escape haya sucedido, este ejemplo sirve para resaltar las dificultades para diseñar medidas de seguridad que sean 100% efectivas.
Además, los tanques situados en tierra, con medidas apropiadas de seguridad (como esterilización del agua) no son tan rentables, es mucho más económica la acuacultura de gran escala en piscinas en el mar. En consecuencia, los elevadores inescrupulosos tendrán un fuerte incentivo financiero para poner a los peces transgénicos en piscinas en el mar. La experiencia con la acuacultura tradicional muestra que cualquier cultivo en el mar abierto no puede prevenir completamente el escape de los peces en despedazó las amarras y redes de cientos de cercas marinas en las costas noruegas, permitiendocautiverio, sin importar lo fuerte que puedan ser las cercas. Así por ejemplo, en 1988, una tormenta que un millón de salmones cultivados escaparan. No hay un sistema de mar abierto viable que pueda hacer frente a todas las a veces extremas condiciones ambientales.
Si todos los peces transgénicos fueran estériles, aquellos que se escapen al ambiente no podríantransmitir sus genes a las poblaciones silvestres ni establecerse en hábitats naturales. Sin embargo, actualmente no hay técnicas adecuadas que puedan garantizar que el 100% de los organismos objetivos sean esterilizados. La técnica más común de esterilización contempla la manipulación de un número de cromosomas. Mientras las especies naturales tienen dos juegos de cromosomas, los pescados con tres son estériles. Aumentar estos juegos en un pez es posible, mediante técnicas como choques de presión a los huevos de pescado. Aunque es posible, no es totalmente confiable para ser usado como una medida de seguridad, dado que con los procedimientos actuales, un cierto porcentaje de los peces tratados sigue siendo fértiles.
A fin de ser completamente efectiva como medida de seguridad, la esterilización debe asegurar que cada pez sea y permanezca estéril en todas las condiciones ambientales. El 99% de probabilidad no es suficiente, pues, como concluyeron los investigadores de la universidad de Pardue, aun un sólo pez genéticamente modificado puede ser suficiente para destruir una población local en ciertas circunstancias.
A finales de los años 80, las compañías involucradas en el desarrollo de cultivos transgénicos insistían en que sus productos estarían contenidos seguramente en los campos de experimentación y que no habría contaminación para el ambiente. Algunos años más tarde, cuando se comercializaron los primeros cultivos, fue evidente que cualquier uso comercial significa liberaciones irrestrictas en el ambiente. Se podría decir que lo mismo sucederá con los peces transgénicos.
A pesar de que se han hecho estudios para la tolerancia al frío, resistencia a enfermedades y detección de la contaminación, la mayoría de las investigaciones se basan en el desarrollo de especies que crezcan más rápido y se están llevando a cabo en Estados Unidos, Canadá, Nueva Zelanda, Israel, Tailandia, Taiwán, Reino Unido y China. Las compañías más grandes son: A/F Protein Inc, su subsidiaria canadiense Aqua Bonty Farms, Kent Sea Farms en San Diego-USA que trabaja con una donación de USD $ 1,8 millones del Departamento estado-unidense de Comercio, King Salmon en Nueva Zelanda.
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