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Desde hace más de cincuenta años se presenta en el territorio Nasa del Cauca una guerra con armas silenciosas, sin acompañantes de treguas, ni de diálogos. La guerra se declara contra los insectos, mariposas y cucarrones, la pretensión es erradicarlos de la faz de la madre tierra. Ninguna actividad humana rural o urbana escapa al “ataque” de las bautizadas “plagas”.. En los monocultivos permanentes de café, coca, naranjo, mora, tomate de árbol, lulo, granadilla y marihuana; y en los transitorios como yuca, el maíz, tomates, papa y cebolla, estos pequeños trabajadores de la vida, devoran hojas, tallos, raíces, flores, frutos; atacan las semillas de maíz y frijol que ya no se guardan protegidas por el humo del fogón, ni se bañan de ceniza. También garrapatas, nuches y piojos infestan los animales de compañía y el ganado; zancudos, y las moscas y cucarachas merodean las viviendas.
En esta, como en todas las guerras, no se diferencia las potencialidades de los seres circundantes del aire y del suelo, no hay refugios permanentes, ni transitorios, no aparecen defensores de la vida, solo son atacados con operativos de mezclas, bombas, aspersiones áreas y terrestres, de insumos químicos: nitratos, fosfatos y arsenicales, subproductos altamente comercializables de la primera y segunda mundial, que sirvieron hace casi cien años para exterminar a humanos en el territorio europeo, y que fueron traslados a nuestros territorios y lo volvimos parte de nuestra vida, haciéndoles el gran negocio a multinacionales como Monsanto, Du Pont, Novartis, Pioneer, Agro evo.
En la promoción del pánico y en la inevitabilidad de la guerra química contra ellos, contribuyeron maestros, funcionarios agrícolas, de salud y medios de comunicación; ocultándose la multiplicidad de trabajos de estos seres en nuestros cultivos: avispas, abejas, arañas, libélulas, mariposas, colibríes y murciélagos en sus vuelos de apareamiento polinizan frutales, controlan otros insectos, ayudan a la dispersión, vitalización y domesticación de semillas, hojas y frutos que acompañan nuestra bendita costumbre de alimentarnos, de devorar follajes, frutos, raíces, hojas y carnes de animales.
En fin nos ocultaron otras maneras de convivir con ellos; así esos colores atrayentes, olores dispersantes, sabores, cantos y zumbidos desaparecen tras las mortales cortinas de vapores de insecticidas, fungicidas y herbicidas que confunden esos caminos de regresar a casa. En la colmena, la madre reina, se quedará en el olvido, a la espera de las laboriosas obreras. En muchas ocasiones la iniciativa gubernamental estigmatizó a los insectos como “plagas” para promover la guerra con insumos químicos. En la década del treinta del siglo pasado el Ministerio de Industria lanzó la campaña de erradicación de la hormiga arriera, al principio utilizo insecticidas inorgánicos arsenicales (arseniato de plomo y calcio); en los años cuarenta promovió los insecticidas orgánicos clorados (DDT, Aldrín); olvidando que ellas fabrican esos túneles fantásticos, respiraderos de la madre tierra.
En los sesenta el Ministerio de Salud bañaría a toda Colombia con DDT durante la campaña de erradicación del zancudo como vector de la malaria. Dentro del grupo de los herbicidas, para atacar las casas de estos seres, se encuentran también productos como el Glifosato, Roundup o Agente Naranja utilizados en las fumigaciones áreas a nuestros territorios para controlar los mercados de los psicoactivos derivados de la hoja de coca, nuestra planta sagrada mercantilizada y estigmatizada. Estados Unidos roció la selva asiática con 72.000 millones litros de este mismo producto en la guerra contra los vietnamitas, muchos de los combatientes estadounidenses murieron años después de cáncer o enfermaron de alzheimer.
¿Cuántos años llevan los ingenios azucareros rociando la caña de azúcar y las poblaciones afros? ¿Cuánto de este veneno sube a las montañas en las nubes y en las chivas comprados por nosotros mismos? Lo cierto es que estas prácticas siguen siendo cotidianas en nuestras ciudades y pueblos, pues el mismo glifosato es utilizado por los Ingenios como madurante de la caña de azúcar, de la cual se procesan la panela, alfandoque, azúcar, chirincho y aguardiente que se sirven diariamente en nuestros hogares.
A finales de la década del sesenta e inicios del setenta, la llanura del caribe y los valles interandinos del Magdalena y del Cauca, fueron fumigados desde el aire con insecticidas orgánicos fosforados (Parathion), para controlar el gusano de las bellotas del algodonero. Según el Ministerio del Medio Ambiente en 2007 en Colombia se produjeron 25.326.188 kg de plaguicidas en polvo y 46.310.815 litros; y se importaron 32.775.043 kg de plaguicidas en polvo y 13.954.917 litros, para un total de 118.366.963 litros ó kg aplicados por año.
Las victorias en esta guerra se vuelven como un bumerán contra la vida humana y planetaria. Volvimos a más de quinientas especies de insectos resistentes a todos los venenos disponibles. Eliminamos a las abejas, abejorros y otros polinizadores. Envenenamos la comida de los pájaros (gusanos y lombrices) y con ello privamos a la tierra de sus trinos. Hoy después de 83 años nos aterra que los alimentos que nos servimos diariamente como el arroz, la papa, tomates, frutas y hortalizas; sean el origen del cáncer, abortos espontáneos, lesiones en el cerebro, malformaciones en los bebes, enfermedades crónicas en riñones, hígado y pulmones, leucemia, esterilidad femenina y masculina y otras enfermedades degenerativas de todos los cuerpos vivos.
Recientemente “descubrimos” que para los humanos el peligro no es solo la toxicidad inmediata, sino el efecto que dosis mínimas acumuladas en el aire, en el agua y en la piel, generan en nuestro sistema endocrino, perturbando la producción de hormonas que guían nuestro desarrollo y la diferenciación sexual. Los actores de esta guerra, insensatos e insensibles ante los actos de horror, aquellos que opinan que la agricultura orgánica no funciona, cuando se les pide encontrar un culpable de esta situación, como el avestruz, oculta su cabeza en la arena. No queremos aceptar que hemos enfermado porque hace mucho rato enfermamos a la naturaleza.
Por esto resulta inconcebible que durante el reciente paro agrario, las medidas adoptadas por el gobierno “para mejorar las condiciones de los campesinos en el país”, según palabras del ministro Díaz-Granados, responden a “bajar a cero los aranceles para los insumos utilizados para el agro colombiano”. ¿Beneficiar a las empresas productoras de agroquímicos, o a los campesinos? Por lo anterior debemos sumarnos a las campañas para detener las importaciones, retirar de las casas agrícolas y prohibir el expendio de insecticidas, fungicidas y herbicidas, de alta toxicidad para nuestra madre tierra y sus ecosistemas. Más de una docena de estos productos que nos venden están prohibidos desde 1985 a nivel mundial, pero siguen siendo promovidos, autorizados y usados por los entes de agricultura, salud pública, defensa nacional, casas agrícolas que le sirven a las multinacionales y al TLC; incumpliendo el Convenio internacional de Estocolmo, firmado por Colombia el 23 de mayo de 2001 y que obligan a su urgente eliminación en más de 150 países.
Es nuestra obligación como agricultores y consumidores conocer, estudiar y denunciar el impacto de estos productos, denominados desde la década de los ochenta como la “Docena Sucia”: Organoclorados, DDT y el Lindano (ó Gamexan); Aldrin, Dieldrin y Endrin; Canfecloro ó Toxafeno, y Organosfosforados como el Paration, Paraquat (o Gramoxone), 2,4,5,T (o Tributon 60, Tordon); PCB (Pentaclorofenol) DBCP (ó Nemafume, Nemagón, Fumazone); EDB (ó Bromofume, Dibrome, Granosan); Cloridimeformo (ó Galecron, Fundal, Acaron).
Invitamos a analizar la producción e importación de los insumos químicos como un negocio que en nada ha resuelto ni resolverá los requerimientos alimentarios y de ingresos de las familias colombianas y que hace parte de modelos agroindustriales que atentan contra el derecho a la alimentación y a la vida. Si de verdad queremos un planeta libre de tóxicos para nuestras hijos, nietos y futuras generaciones es necesario ser coherentes con nuestros principios de respeto a la madre tierra y responsables con nosotros, nuestra tares entonces es retomar e innovar desde las prácticas ancestrales o desde otras agriculturas respetuosas de la vida, la siembra, procesamiento, intercambio y consumo de alimentos sanos, allí está la vitalidad y la resistencia de nuestra familia y de la comunidad. A continuación enumeraremos algunos de los efectos en la salud humana de los agroquímicos más utilizados en nuestro país
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