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La clave de la adaptación del territorio colombiano al cambio climático está en las distintas expresiones de nuestra biodiversidad: desde la diversidad de climas y ecosistemas, hasta la diversidad étnica y cultural, pasando por la diversidad de especies animales y vegetales, y la riqueza genética que se expresa en todas las anteriores. La biodiversidad es un patrimonio inalienable del país y de sus habitantes. Nuestra posibilidad de existir en el futuro no lejano, depende de ella.
El Ideam calcula, en cuanto a los ecosistemas de alta montaña, que, “con un aumento proyectado para el 2050 en la temperatura media anual del aire para el territorio nacional entre 1 y 2 ºC, y una variación en la precipitación de más o menos 15%, se espera que el 78% de los glaciares y el 56% de los páramos desaparezcan”(3).
(1) Síntesis de los artículos “La biodiversidad y el reto de vivir en un nuevo planeta” (I y II), publicados inicialmente por el Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, en diciembre de 2009.
(2) wilcheschaux@etb.net.co
(3) MAVDT, IDEAM, PNUD (2008). Reflexiones sobre el clima futuro y sus implicaciones en el desarrollo humano en Colombia.
Las selvas tropicales, los manglares, los arrecifes coralinos y los páramos están entre los ecosistemas que van a resultar más afectados negativamente por el cambio climático, pero paradójicamente son al mismo tiempo componentes esenciales del sistema inmunológico que le permitirá al territorio colombiano adaptarse a los efectos del cambio climá- tico. Esto es: transformarse para poder convivir sin traumatismos desastrosos con ese proceso.
La adaptación, como nos lo enseñó Darwin, es la estrategia que le ha permitido a la Vida existir sobre la Tierra. La inadaptación o incapacidad para adaptarse, termina en desastre.
En gran parte la vulnerabilidad de los ecosistemas mencionados no es intrínseca, sino se debe a que la intervención humana sobre los mismos ha reducido su biodiversidad y su integridad, como resultado de lo cual han perdido su capacidad de autorregulación. Es decir, su habilidad para transformarse de manera que puedan absorber los efectos de distintas amenazas ligadas o no al cambio climático. Y, asimismo, su capacidad para prestar los llamamos “servicios ambientales”, entre los cuales, para el caso de las selvas y páramos, se destaca la de “recoger” agua en las temporadas de lluvia, para liberarla gradualmente a lo largo del año.
Otros “servicios ambientales” tienen que ver el control sobre las poblaciones de distintas especies vivas que, en ausencia de esa autorregulación, se convierten en plagas. De allí que sea posible demostrar, por ejemplo, la relación directa que existe entre el deterioro de los ecosistemas, el aumento de la temperatura como resultado del cambio climático o de ENOS (El Niño Oscilación Sur) y la dispersión de enfermedades como el dengue y la malaria.
Las noticias de prensa de diciembre 14 de 20094 cuentan que en el marco de la conferencia de Copenhague, Jacques Diouf, director general de la FAO, reiteró que el incremento del hambre en el mundo será el principal de los efectos negativos del cambio climático, debido a las amenazas que el calentamiento de la Tierra y sus efectos van a generar sobre la agricultura, y especialmente sobre la producción de alimentos.
A lo dicho por Diouf, es necesario agregar que el problema del incremento del hambre como consecuencia del cambio climático, está estrechamente ligado con la reducción del acceso al agua “utilizable” y, en general, a la pérdida de las condiciones que hacen habitables y productivos muchos ecosistemas del planeta. Esto será causa de nuevos y más complejos conflictos, que se sumarán a los ya existentes, y que son suficientemente graves aun sin que esté de por medio el cambio climá- tico.
Tanto la productividad de los ecosistemas y de los cultivos humanos, como la oferta y la disponibilidad de agua en un territorio, están estrechamente vinculadas con la biodiversidad. Estas –productividad, oferta y disponibilidad de agua- dependen de la integridad de los ecosistemas, es decir, de la “sanidad” de los factores que los conforman, así como de las interacciones entre ellos. Cuando hablamos de factores “vivos” (flora, fauna, microorganismos y claro, los seres humanos), estamos hablando de biodiversidad.
Los páramos, esos ecosistemas de los cuales depende el agua que permite la vida de varios millones de habitantes de nuestro país, son el resultado de la evolución conjunta entre una gran cantidad de plantas entre las que se destacan los frailejones y los musgos, y múltiples especies animales que van desde insectos y algunos anfibios y reptiles, hasta varias especies de mamíferos y aves. Estos seres vivos han aprendido a vivir en temperaturas muy bajas, sometidos a condiciones particulares de radiación solar, en medio de una frecuente “lluvia horizontal” (neblina) de donde proviene gran parte de la humedad que el páramo absorbe y guarda, y que después libera gradualmente para beneficio de las tierras más bajas.
Lo mismo sucede con ecosistemas de otros pisos térmicos, como los bosques de niebla y las selvas tropicales, que también cumplen una función de primera importancia tanto en la conservación de los suelos y las aguas como en el mantenimiento de los sutiles “equilibrios” entre especies, que impiden que cualquiera de ellas en cualquier momento, se pueda convertir en una plaga. Cuando desaparecen o se deterioran esos ecosistemas, y con ellos las interacciones descritas, es necesario reemplazar con productos quí- micos el “servicio ambiental” de autorregulación / control de plagas que presta la biodiversidad. Y los productos químicos contribuyen al incremento de los gases de efecto invernadero que generan el cambio climático.
Desde hace varias décadas los estudiosos del tema han expresado su preocupación por el hecho de que menos de veinte especies vegetales suministren el 90 por ciento de la alimentación mundial, y de que más de la mitad de ese porcentaje esté representado por solo tres especies: arroz, trigo y maíz .
A lo largo de los años, los seres humanos hemos seleccionado las variedades de estos cultivos que resultan más rentables desde el punto de vista económico, mientras que las menos rentables han pasado al olvido o “a la clandestinidad”.
En un escenario de población creciente y clima cambiante, en donde lo único seguro es la incertidumbre, esa dependencia de tan pocas especies y variedades de plantas se traduce en una enorme vulnerabilidad.
Hoy ya se sabe que, por ejemplo, cuando la temperatura sube más allá de un determinado nivel, se reduce notablemente la productividad del maíz, y que la evolución climática de las tierras cafeteras se va a traducir en que estas muy posiblemente perderán las condiciones óptimas para el cultivo del café. Se necesitarán entonces especies capaces de producir con otros requerimientos de temperatura, de radiación solar y de humedad.
Sabemos de la existencia de cerca de 80 mil especies potencialmente comestibles, pero a lo largo de la historia los seres humanos solamente hemos utilizado unas tres mil. De esas sólo unas 150 se han cultivado de manera sistemática. Tenemos a disposición una enorme central de abastos, pero sobrevivimos con unas cuantas galletas que encontramos al pie de la caja registradora. Lo peor es que un porcentaje creciente de la humanidad pasa hambre porque ni siquiera tiene acceso a esas galletas.
En las zonas costeras se requerirán especies que puedan existir en suelos y aguas con mayor salinidad, manglares resistentes al incremento del nivel del mar, palmeras y otras plantas con estructuras y raíces que se adapten a vientos huracanados de mayor fuerza y velocidad.
En otros casos se requerirán variedades – por ejemplo de arroz– que puedan crecer y cosecharse más rápido, antes de que llegue una nueva inundación. O que sean capaces de convivir con la inundación.
En las zonas secas, desérticas y semides- érticas, tendremos que aprender mucho de las estrategias que ha desarrollado la vida para existir en condiciones de muy baja humedad. El problema de esas zonas secas no es necesariamente la falta de agua, sino el desconocimiento de las especies animales y vegetales capaces de vivir en las condiciones citadas.
Los seres humanos tenemos dos tipos de herramientas para enfrentar los nuevos retos: la ingeniería genética “de punta” que, mediante manipulaciones de laboratorio transformarán las características intrínsecas de las distintas especies para que se puedan adaptar a las nuevas condiciones del planeta, y el enriquecimiento genético de las especies existentes con los aportes de sus parientes “relegados”, muchos de los cuales se encuentran en los ecosistemas silvestres, en agroecosistemas indígenas y campesinos y, en algunos casos, en los bancos de genes de los institutos de investigación.
Muy seguramente la humanidad acudirá a una combinación de ambas herramientas, la de “tecnología de punta” y la que podríamos llamar “de tecnología popular”.
Lo importante, si de verdad queremos que esas herramientas se pongan al servicio de la adaptación (de la adaptación al cambio climático y en general a los retos de esta creciente humanidad), y no se conviertan en un nuevo factor de inadaptación, es que el conocimiento y su práctica se pongan de manera irrestricta al servicio de la humanidad. Que no se conviertan en una mercancía más.
En los cerca de cuatro mil millones de años de existencia que lleva la Vida sobre el planeta Tierra, ha logrado transformarse para responder adecuadamente a los retos de un planeta en permanente transformación. El resultado de las estrategias exitosas de transformación es, precisamente, la biodiversidad.
Los cambios profundos que experimentará la Tierra como consecuencia del cambio climático, que como dice el título de este artículo la está convirtiendo en un nuevo planeta, conducirán a nuevas formas de biodiversidad. Eso va a ocurrir con o sin la presencia de los seres humanos. Nuestro interés, por supuesto, es que eso suceda con nosotros aquí, e intentar que esos cambios nos acerquen a las metas de calidad de vida y de equidad (lo cual incluye la eliminación del hambre) que, hasta ahora, no hemos podido ni sabido alcanzar.
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