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Las negociaciones de Naciones Unidas sobre cambio climático en Cancún en diciembre 2010 (COP 16) significaron un parteaguas en muchos sentidos, todos negativos. No así las movilizaciones populares frente a esta cumbre, de organizaciones como Vía Campesina y otras de base, que no han perdido el sentido de la realidad, de lo que es absurdo y de lo que necesitamos hacer. Cada vez, la brecha es mayor.
Los resultados oficiales de la COP 16 fueron peores que el año anterior en Copenhague, en dos aspectos fundamentale: en las decisiones que se tomaron, y en el discurso dominante, difundido por medios acríticos, gobiernos y grandes ONG ambientalistas, que tratan de convencernos que al menos se han avanzado unos pasos
, sin nombrar que son hacia el abismo. No hubo ninguna resolución para enfrentar realmente el cambio climático, incluso se debilitaron las que existían, pero se aumentó el apoyo a falsas soluciones
y mecanismos de mercado que crearán más gases de efecto invernadero y más especulación.
A diferencia de Copenhague, donde quedó claro el fracaso y el intento de golpe
de los países más contaminantes para imponer su voluntad y librarse de toda responsabilidad, en Cancún se impuso –aumentado– el fallido texto de Copenhague, ahora con la colaboración de casi todos los gobiernos del mundo, con la sola excepción de Bolivia, el único país que se mantuvo firme en los principios y demandas para enfrentar realmente la crisis climática.
Esta cumbre significó también un quiebre del ALBA, ya que Claudia Salerno, la delegada de Venezuela –acompañada parcialmente por otros países del bloque– se prestó a negociar activamente fuera de las agendas expresadas oficialmente y fuera de los canales multilaterales. Ante la justa protesta de Bolivia de que no se había discutido democráticamente los temas y no había consenso, Salerno sugirió simpáticamente
a la manipuladora presidenta mexicana de la COP, que tomara nota
de la discrepancia de Bolivia, en lugar de exigir que hubieran negociaciones reales, abiertas y transparentes.
Esta sumisa posición de Venezuela contrasta fuertemente con el discurso conjunto de Hugo Chávez y Evo Morales en Copenhague, donde afirmaron que el capitalismo está en la raíz de la crisis climática, que no permitirían imposiciones de Estados Unidos y otros países del Norte, que necesitamos ir a las causas reales de la crisis climática por la gravedad que ésta significa para los pueblos y el planeta. Allí contaron con el apoyo de los pueblos del mundo. En Cancún, por lo contrario, Venezuela fue una pieza clave para aprobar lo que Hugo Chávez rechazó el año anterior.
Si el caso de Venezuela es extremo, también fue curioso
que otros países del Sur, como los agrupados en el bloque G-77, participaran del fraude. En ambos casos declararon que lo importante era salvar
el ámbito de negociaciones –en crisis por las diferencias de perspectiva entre víctimas y victimarios. Por ello aceptaron la promesa vaga de un proceso
de discusión a futuro, pese a que lo que se aprobó en el mismo acto, es contrario a lo que el bloque estuvo peleando por años (exigían compromisos vinculantes de reducción, responsabilidad común pero diferenciada entre el Norte y el Sur, reconocer la responsabilidad histórica de los que causaron la crisis climática, cuestionamiento de la propiedad intelectual en tecnología y otros puntos). Por su lado, Japón, Australia, Estados Unidos y otros países –todos grandes contaminadores– dejaron claro que no firmarán ningún compromiso vinculante tampoco en el futuro. Estados Unidos declaró que Cancún fue un éxito para sus intereses.
Para lo que sí se rescató el ámbito de Naciones Unidas fue para tomar decisiones en algunos puntos. Por ejemplo, para avalar nuevos mecanismos de mercado, como la captura y almacenamiento de carbono en formaciones geológicas (CCS, por sus siglas en inglés) que tiene enormes impactos, y los programas REDD, que fue aprobado en sus versiones más extremas, para permitir la privatización de facto de los bosques y arrasar con las comunidades, eliminando de la discusión toda salvaguarda
sobre derechos indígenas o biodiversidad. Las ONG ambientalistas e indígenas que afirmaron defender este mecanismo de mercado para proteger los bosques, funcionaron, en la interpretación más benigna, como peones útiles a las empresas y especuladores. George Soros, inversionista y especulador finaciero, festejó la aprobación de REDD como un bienvenido estímulo a ese mercado.
Este síndrome de Cancún que contagió a las víctimas (parafraseando al síndrome de Estocolmo, donde los rehenes se enamoran de los secuestradores) está enmarcado en que varios de los países del Sur han crecido
sobre el mismo modelo petrolero y de explotación de recursos que llevó a la crisis climática y son ahora grandes contaminadores, por lo que sus gobiernos tampoco quieren compromisos reales de reducción. Muchos confluyen también con los gobiernos del Norte y trasnacionales en el empuje a un nuevo capitalismo verde
–basado en mercantilizar la naturaleza y sus funciones, poniendo precio a todo y valor a nada– para aprovechar
que la biodiversidad y bosques que se pueden poner a la venta a través de programas como REDD y otros, están sobre todo en el Sur.
En el polo opuesto, Vía Campesina, la Asamblea Nacional de Afectados Ambientales y otras organizaciones de abajo denunciaron estas maniobras y las causas reales de la crisis climática, además de mostrar un arcoiris de realidades y propuestas que son verdaderas soluciones. El panorama es sombrío, pero los movimientos de abajo no se pierden.
Cancún fue el escenario de un costoso evento para beneficiar a las transnacionales y gobiernos más contaminantes. Por los resultados y la dinámica antidemocrá- tica, se podría pensar que fue una reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC), como la de 2003, donde el campesino coreano Lee Kyoung-Hae se inmoló para mostrar la injusticia que significan estos tratados. Fue una reunión del Convenio de Naciones Unidas sobre Cambio Climático, de facto convertido en una nueva Organización Mundial de Comercio de Carbono. Los muertos, sin embargo, los sigue poniendo el Sur global.
Los países más contaminantes y sus grandes industrias consiguieron lo que se proponían y más: rompieron cualquier compromiso vinculante de reducir emisiones; no establecieron ninguna meta de reducciones; crearon un fondo climático que será administrado por el Banco Mundial; legalizaron nuevos mecanismos de mercado, incluidas las peores versiones de REDD que le abren la puerta a una ola planetaria de privatización de bosques y expulsión de comunidades, además de ser un gran aliento a la especulación financiera. También lograron un comité de tecnología a su gusto, que eliminó las referencias a las barreras que constituyen las patentes para el Sur y da amplia participación a las trasnacionales y la industria para imponer sus tecnologías. Los derechos indígenas y campesinos, la participación de sociedad civil no comercial, son mencionados decorativamente, sin efecto real.
Si esto fue una negociación ¿qué recibió el Sur global por tanta concesión? La respuesta es sorprendente: nada. Sólo promesas vacías, sin valor jurídico, sobre movilizar fondos, reconocer la necesidad de reducir emisiones, abrir procesos, evaluar en futuros igualmente inciertos. Mientras los países históricamente más contaminantes no hacen ningún compromiso de reducción, ahora los países del Sur tienen que informar sobre sus reducciones. Eso no está mal, pero la injusticia es evidente. O sea, lo que se plasmó en Cancún fue la voluntad irrestricta de Estados Unidos y la aplicación del espurio entendimiento de Copenhague, con esteroides: todo lo que querían los causantes de la crisis climática y nada para las víctimas.
Para entender mejor lo que pasó, hay que leer las comunicaciones oficiales al revés: donde dice consenso, léase desacuerdo; donde dice multilateralismo, léase negociaciones secretas entre algunos; donde dice reconocemos la necesidad de reducir las emisiones, léase los países del Norte no volveremos a firmar compromisos vinculantes de reducción; donde dice proteger los bosques, léase privatizarlos; donde dice recuperamos la confianza, léase recuperamos los créditos que pagará el público y aumentamos las indulgencias de carbono; donde dice transferencia de tecnología, léase jamás evitarán el pago de patentes en la tecnología que venderemos al Sur, basada en sus recursos y subsidiada por ellos mismos; donde dice progreso, léase avance de mecanismos de mercado e inyección de optimismo al mercado financiero especulativo.
La lista es larga y falta que donde dice democracia y participación, debe leerse censura y represión, de lo cual varias redes de organizaciones por la justicia ambiental e indígenas presentes en Cancún pueden dar testimonio.
La presidencia de México en el Convenio se encargó de gestionar este resultado, con una dinámica igual a la de la OMC: llamando a grupos de delegados por separado, elegidos por la propia presidencia, a negociaciones ocultas, fragmentarias y nunca en pleno, manipulando debilidades y deseos, confrontando selectivamente a países o regiones entre sí, prometiendo quién sabe qué recursos. Finalmente presentó, tardíamente para no dar tiempo a consideración real en plenario, un documento final no solicitado por los órganos del convenio y como reclamó Bolivia, con la opción tó- melo o tómelo.
En la misma tónica, decidió unilateralmente que la objeción argumentada por Bolivia no necesitaba ser tomada en cuenta, arguyendo arbitrariamente que no era necesario el consenso para decidir, lo cual es una violación flagrante de las reglas del Convenio.
A pesar que no se necesita consenso es paradójico, en el caso de México, que estando solo en sus posiciones en el Protocolo de Cartagena sobre Bioseguridad, ha usado repetidamente el recurso de decidir por consenso, para impedir por ejemplo, acordar normas para etiquetar claramente los transgénicos. Allí igual que ahora, fue para defender los intereses de las trasnacionales y de Estados Unidos. Bolivia en cambio, defendió en Cancún con dignidad y valentía los intereses de los pueblos, expresados por más de 35 mil participantes en la Cumbre de los Pueblos sobre el Cambio Climático y los Derechos de la Madre Tierra, realizada en Cochabamba. Los movimientos y organizaciones sociales lo saben y rendirse no está en la agenda.
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