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Las consecuencias de la crisis económica en todo el planeta son cada vez más visibles: desestabilización social, desequilibrio y agotamiento del medio ambiente, y por si fuera poco, crisis alimentaria; todos los días se encuentran ejemplos a nuestro alrededor o en los medios de comunicación de los efectos nefastos que el actual modelo de desarrollo tiene sobre la naturaleza, del aumento de la pobreza, de la explotación laboral, de los fenómenos migratorios, y de la hambruna que devora a pasos agigantados pueblos y comunidades enteras. Asistimos todos los días a la desvalorización del derecho humano de la alimentación, pues éste queda en los últimos lugares de la lista de prioridades de los Estados, y se deja en manos de transnacionales y grandes empresas agroalimentarias cuyo único objetivo es ganar cada vez más dinero, sin importar a quiénes se lleve por delante.
Mientras tanto, vivimos en una sociedad donde el afán de consumir no tiene límite, no se satisface nunca. Es necesario el consumo de alimentos, de vestido, de entretenimiento, etc.; pero a partir de que la ruptura entre sociedad y naturaleza se ha convertido en algo más evidente, el consumo ha transitado de un acto humano necesario para la vida hacia un extremo conocido como el consumismo, que nos arrastra a patrones de conducta artificiales, convirtiéndonos en pequeños engranajes de un sistema que reduce a las personas a la categoría de “cliente”, de consumidor sumiso y resignado. Ajenos a este hecho, legitimamos el mismo sistema, dado que el consumo es el eslabón faltante para completar el ciclo de la actividad económica y de esta forma, el aumento del consumo permite continuar con el proceso de acumulación de capital.
No obstante, pareciera que este modelo económico y de consumo excesivo, tiende cada vez más a su agotamiento; crece cada vez más la genuina preocupación por lo que está pasando y cada vez más se abren los oídos y los corazones ante las verdaderas causas de los problemas sociales y ambientales que nos afectan, comprendiendo que se debe detener la complicada maquinaria y estructuras que producen estos problemas.
El consumo tiene diferentes matices: es un acto biológico, porque se consume aire, agua y otros elementos; es un acto social, porque determina las dinámicas entre comunidades y sociedades, al consumir conceptos a través de diferentes medios (educación, medios de comunicación, iglesia, etc.); es un acto cultural al dar pertenencia y significado estableciendo prácticas culturales; y es un acto económico, generalmente en la relación compra – venta.
Y el consumo es un acto primordialmente político, una posición que determina significados en lo que somos y lo que creemos que debemos ser (evidentemente, este “deber ser” es impuesto por el mismo consumo). Desde el momento en que se toma la decisión de qué consumir y a quién se compra, se instaura una diferencia en el espacio de producción. De hecho, ningún tipo de consumo es apolítico o inofensivo: Al consumir determinados productos y no otros, lo que se intenta es configurar al ser social en una figura determinada intencionalmente – quien toma Coca-Cola tiene la chispa de la vida, mientras que el resto no tienen la chispa, son seres grises y pasados de moda-, y ya sea de modo consciente o inconsciente todos participamos de algún modo, a veces de forma abierta, como cuando elegimos vestir de acuerdo a una moda y otras veces imperceptiblemente, como cuando elegimos dónde y qué comer.
Es en este contexto que surge el consumo responsable como reacción de la sociedad frente a los abusos del capitalismo en materia de alimentación. Como consumidores se tiene la responsabilidad y un cierto poder frente a las grandes multinacionales alimentarias, ya que con las formas de consumir se puede influir en la marcha de la economía y del mundo de una forma directa.
No se puede dejar de consumir, pero sí se puede consumir de forma diferente, pensando en las repercusiones sociales y ambientales que tiene la producción de esos bienes y servicios que nos incita a comprar las empresas y la publicidad. Es importante pensar en cuáles son realmente las cosas que se necesitan, para efectuar un consumo responsable y no caer en el consumismo.
Según la organización mundial ambientalista Greenpeace, el consumidor responsable es entendido como aquel que: “regula su consumo a partir de valores humanos; realiza sus compras de manera consciente (se pregunta de dónde viene y en dónde terminará lo que compra); es equilibrado, se complace pero al mismo tiempo sabe autolimitarse; busca, al satisfacer sus propias necesidades, ser solidario con los productores; intenta que su consumo ayude a preservar los recursos naturales para el disfrute de las siguientes generaciones; y se da cuenta de que comprar es un acto político con sentido humano”.
De esta manera el consumidor puede tener una mayor influencia en el desarrollo de tendencias positivas del mercado, como el comercio justo, el apoyo a mercados locales, la incentivación de otras formas de comercio como trueques o intercambios de productos, entre otras. Algunos consumidores han comenzado a cambiar sus relaciones con las empresas, al mostrarles que sus decisiones de compra tienen en cuenta el bienestar social y la sostenibilidad ambiental. Cada vez son más los consumidores, al igual que los inversores -que son consumidores en el campo financiero-, que consideran a las compañías cuya responsabilidad no consiste solamente en la generación de productos, empleos e impuestos.
A partir de estas consideraciones, el consumidor responsable se pregunta: ¿De verdad necesito este producto? ¿Quién ha producido estos productos?, ¿En qué lugares y circunstancias se han producido?, ¿La producción ha sido respetuosa con el medio ambiente, con la salud y los derechos de los productores?, ¿Hay explotación o discriminación en la producción?, ¿El producto es seguro para el consumidor? Estos interrogantes se integran en el concepto de consumo responsable, a partir del planteamiento de tres componentes:
Dimensiones del Consumo Responsable 1. Un Consumo Ético, en el que se introduzcan valores como una variante importante a la hora de consumir o de optar por un producto, haciendo especial énfasis en la austeridad como un valor en relación con la reducción para un consumo ecológico, pero también frente al crecimiento económico desenfrenado y al consumismo como forma de alcanzar el bienestar y la felicidad. 2. Un Consumo Ecológico, que incluye, por este orden, las famosas "erres" del movimiento ecologista: Reducir, Reutilizar y Reciclar, pero en el que también se incluyen elementos tan imprescindibles como la agricultura y ganadería ecológicas, la opción por la producción artesana, etc. 3. Un Consumo Social o Solidario, en el que entraría también el comercio justo, es decir, el consumo en lo que se refiere a las relaciones sociales y condiciones laborales en las que se ha elaborado un producto o se ha producido un servicio. Se trata de pagar lo justo por el trabajo realizado, tanto a gentes de otros países, como a las personas más cercanas en nuestro ámbito local; se trata de eliminar la discriminación, ya sea a causa del color de la piel o por diferente origen, o por razón de género o religión; se trata de potenciar alternativas sociales y de integración y de procurar un nuevo orden económico internacional. Colectivo ConSuma Responsabilidad. Guía de consumo responsable y solidario en la Comunidad de Madrid. Noviembre, 2006 |
El consumidor responsable es la persona que sus emociones, sus valores de justicia y de solidaridad, posibilitan acciones a favor del derecho de los campesinos, afrodescendientes e indígenas de producir alimentos de forma limpia, sin químicos, preservando el medio ambiente, protegiendo el derecho del consumidor a una alimentación sana, nutritiva y asequible. “Al defender nuestro derecho a producir y consumir alimentos sanos y suficientes, nos estamos planteando la extensión social de nuestra actividad como respuesta a la crisis alimentaria. Dicha extensión se enfrenta con la tarea de transformar las formas de producir y consumir alimentos. Esta transformación afecta a deseos y valores de la población conquistados por el afán de lucro y el consumismo”(1).
Las decisiones más sencillas, las que se toman todos los días, definen cómo se aprovecha o se daña el medio ambiente y cómo se afianzan o destruyen relaciones sociales y económicas. Son decisiones simples relacionadas con lo que se come, la manera como se compra, como se produce y se tira la basura, como se utiliza el agua, la energía eléctrica, y en qué invertimos nuestro esfuerzo, dinero y confianza. Cada peso que gastamos es parte de las inversiones que determinan cómo se hacen negocios, qué productos y servicios se ofrecen, incluso qué trato reciben los trabajadores. Esos mínimos cambios, sumados a los de millones de personas, son claves para transformar la realidad.
Como consumidores se puede optar por llevar a cabo un consumo responsable, comprando en los mercados locales y en las tiendas de barrio. Pero más allá de la opción individual, actuar colectivamente involucrándose en campañas, haciendo parte de asociaciones de consumidores de productos sanos -que establecen relaciones de compra directas con los productores de su entorno-, es determinante a la hora de transformar la realidad. Así mismo es necesario trabajar en movimientos y redes más amplias en contra de políticas neoliberales que actúan en detrimento de la soberanía alimentaria, como los TLC, la apropiación de los bienes naturales y colectivos, la producción de agrocombustibles, la introducción de organismos genéticamente modificados, entre otros, en una perspectiva de transformación social y política global.
Detener la mercantilización y la industrialización de la agricultura, impidiendo la ruina de los pequeños productores campesinos, es primordial para defender la soberanía alimentaria. La producción campesina es de alta eficiencia en términos ecológicos, territoriales, sociales y de salud alimentaria, puesto que es rica en conocimiento campesino, respetuosa con el patrimonio genético de la tierra, el clima, las especies más adaptadas, el empleo rural, el manejo ecológico de los residuos vegetales y animales y la lucha biológica contra las plagas al margen de fertilizantes químicos, plaguicidas y transgénicos. A pesar de las ventajas, los campesinos y campesinas que la practican están amenazados por la producción industrial de alimentos a gran escala para el mercado mundial, protagonizada por grandes empresas agroalimentarias, más eficientes en términos económicos.
El defender a estos pequeños productores requiere del apoyo de los consumidores de las ciudades, de un compromiso mutuo entre el campo y la ciudad. Éste se consolida en la medida en que los habitantes de las ciudades cambian la mirada que se tiene del campo, configurada a partir de la dependencia tecnológica y por el poder económico. Ésta es una mirada nostálgica, donde la producción local, el consumo de esta producción y las familias campesinas están a punto de desaparecer, porque la vida en el campo está siendo arrastrada inevitablemente por la corriente de la modernización. Es necesario darse cuenta que los campesinos tienen en sus manos la vida, la alimentación, que la tecnificación del campo no es la solución a los problemas de alimentación, ni que mucho menos va a resolver la pobreza del campo. Y los consumidores de la ciudad tienen el poder de hacer que la vida del campo, tal cual es, continúe.
El consumo responsable es una tarea difícil, pero no imposible; aparte de las contribuciones diarias que se pueden hacer, en el mundo y en Colombia se han realizado prácticas de cooperación entre consumidores y productores, dignas de reseñar aquí, como en el caso de la construcción del sistema participativo de garantías, en contraposición a la certificación de productos agroecológicos.
La certificación es un método por el cual una agencia certificadora independiente garantiza por escrito que el proceso de producción, el producto orgánico o servicio se encuentran en conformidad con los requisitos especificados por determinada organización o país. Con la certificación se está excluyendo la opción de ser cultivadores agroecológicos autónomos, frente a la imposición de la norma externa y los procesos de producción agroecológica pierden significado cuando se hace mayor énfasis en las ventajas económicas representadas en el sobreprecio, que es inalcanzable para el consumidor. El producto sano se “estratifica” y solo los ricos pueden alimentarse sanamente, lo que viola la soberanía alimentaria. En Colombia, desde organizaciones como el MAELA (2) , se ha adelantado la construcción de un ejercicio participativo con productores y redes de consumidores que están originando mecanismos legítimos de credibilidad, garantía y confianza entre el productor y el consumidor, donde tienen cabida relaciones sociales de solidaridad, de cultura y respeto, más allá de comprar o vender.
Diferentes ejemplos giran en torno a la formación, una de las estrategias adoptadas por organizaciones locales que constantemente se están capacitando, actualizando y multiplicando información sobre temas relacionados con la soberanía alimentaria, como transgénicos, agrocombustibles, políticas públicas rurales y ambientales, agroecología, comercio local, entre otros. Las organizaciones también dan a conocer esta información a los consumidores, por medio de charlas, talleres, jornadas e intercambio de opiniones en los mercados campesinos.
Se encuentran también experiencias relacionadas con la promoción del comercio justo como opción para los pequeños productores campesinos, de poder disfrutar de un intercambio de mercancías equitativo, asociado a consideraciones medioambientales y de justicia social, que trata de reducir los intermediarios del comercio convencional. Organizaciones locales de campesinos del Valle del Cauca y del Cauca exportan café orgánico (bajo la marca Madremonte (3) ) a Oregon, Estados Unidos, en un esquema de comercio justo que ha dado grandes resultados.
Otros esfuerzos – como el de la Campaña por derecho a la alimentación (4) - se han enfocado en la relación entre el consumo y los derechos humanos, reivindicando el derecho humano a la alimentación; desde esta perspectiva, el derecho hace referencia, entre otros elementos, a la alimentación adecuada, por lo que se hacen pertinentes los cuestionamientos acerca de la calidad de la comida que se consume diariamente, de las implicaciones de la manipulación genética de los alimentos y los riesgos que estos procedimientos pueden traer para el medio ambiente y para la población.
Como se puede constatar, reclamar la soberanía alimentaria no es una cuestión exclusivamente campesina, sino también ciudadana; no sólo porque el modelo alimentario y sus consecuencias en la salud, en la economía, en el ambiente y en las relaciones sociales nos afectan a todos, sino también porque ejercer la soberanía alimentaria supone reconstruir las relaciones de intercambio en múltiples direcciones: campo – ciudad; campesinos - consumidores, países del Norte – países del Sur. La defensa de la soberanía alimentaria implica saberse parte responsable en los hábitos de consumo y parte de todas esas reconstrucciones.
En definitiva, el conocimiento, la actitud y la responsabilidad ante la propia alimentación se convierten en un acto político para defender la soberanía alimentaria. Es una tarea necesaria, hoy más que nunca, el formarnos para alimentarnos con dignidad y de forma saludable, teniendo en cuenta las consecuencias de nuestra elección. El papel preponderante de las redes y movimientos de consumidores responsables es el de generar opinión y plantear exigencias ciudadanas en aspectos relevantes para los estilos de vida actuales. La información es clave para alimentar la reflexión política sobre estos temas, de la misma manera que la educación resulta ineludible para formar un tipo de ciudadano más consciente, pues “con mucha frecuencia se detecta la contradicción entre nuestro papel como consumidores y nuestras preocupaciones como ciudadanos. De ahí que la necesidad de vincular el consumo con la ciudadanía sea la principal preocupación de estos movimientos y que, para ello, traten de enlazar la condición común de todos como consumidores con otros niveles de responsabilidad política y social(5)” .
El consumidor responsable al comprometerse directamente con los productores campesinos, busca establecer diálogos sobre las necesidades que ambas partes tienen, buscando la reciprocidad y la equivalencia, promoviendo el apoyo mutuo para producir y consumir alimentos sanos, con un precio justo que remunere de manera suficiente la actividad de los productores rurales.
El consumo responsable es un proceso en continua construcción, y ya que todos somos consumidores, inicia y termina de forma dinámica, permitiendo ir transformando poco a poco conductas y hábitos desde nuestros espacios más cotidianos. Bien lo expresaba Martin Luther King: “Antes de terminar su desayuno, usted habrá influido en la mitad del mundo”.
[1] . Morán, Agustín. Epílogo de "Agroecología y Consumo Resonsable. Teoría y práctica, Editorial Kehaceres. Madrid, 2006.
[2] Movimiento Agroecológico Latinoamericano (MAELA) está conformado por ONG, organizaciones campesinas, consumidores, indígenas, movimientos y redes de agroecología e instituciones de educación y Universidades en 20 países, con el objetivo de fomentar la agroecología como elemento fundamental de un nuevo modelo de desarrollo sustentable.
[3] Para mayor información de Café Madremonte: http://www.madremonte.net
[4] www.plataforma-colombiana.org
[5] Álvarez Cantalapiedra, Santiago. Apartado del texto presentado en el Congreso Entrevecinos “Por la Cohesión Social” organizado por la Confederación Estatal de Asociaciones de Vecinos (CEAV).
- Colectivo ConSuma Responsabilidad. Guía de consumo responsable y solidario en la Comunidad de Madrid. Madrid, 2006.
- Morán, Agustín. Epílogo de “Agroecología y Consumo Responsable. Teoría y Práctica. Editorial Kehaceres, Madrid, 2006.
- Álvarez Cantalapiedra, Santiago. Apartado del texto presentado en el Congreso Entrevecinos “Por la Cohesión Social” organizado por la Confederación Estatal de Asociaciones de Vecinos (CEAV).
- Galindo, Pilar, miembro del Grupo Autogestionado de Konsumo (GAK) del Centro de Asesoría y Estudios sociales (CAES). Varios documentos que pueden ser consultados en www.nodo50.org/caes/
- www.consumaresponsabilidad.com
- www.nodo50.org/garbancitaecologica/garbancita
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