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Germán Vélez, Colombia, Enero 20 de 2015, Este artículo ha sido consultado 427 veces

El territorio colombiano por estar ubicado en la zona tropical, presenta condiciones ambientales y climáticas complejas, asociadas con una enorme diversidad biológica y sociocultural de las poblaciones que habitan en estos ecosistemas. Desde épocas ancestrales los pueblos originarios han convivido armónicamente con sus territorios, mediante la “lecturaleza”, que les ha permitido identificar las potencialidades y las limitaciones de los hábitat, los recursos naturales disponibles y las formas de producción de sus medios de vida, utilizando su ingenio y creatividad, los aprendizajes y la solidaridad; pero sobre todo el respeto y veneración de la “madre tierra”. Esta forma de integración de los pueblos a sus territorios, ha permitido que colectivamente se domesticaran cientos de cultivos y que florecieran por todo el continente una amplia diversidad de variedades nativas y también se han desarrollado numerosas estrategias, tecnologías y prácticas para el manejo armónico de los ecosistemas silvestres y los sistemas productivos integrados a sus formas de vida y a la producción de alimentos.

Es así como por ejemplo el pueblo zenú, en un área de quinientas mil hectáreas de la región Caribe, hace un milenio logró volver las zonas bajas inundables de los ríos San Jorge y Sinú en complejos sistemas agrícolas de campos elevados, con una productividad comparable con los agroecosistemas más productivos del mundo. También en las selvas tropicales los pueblos indígenas mediante la coevolución y manejo de los ecosistemas, aprendieron a leer los procesos de sucesión del bosque y desarrollaron sistemas agroforestales, para producir los elementos fundamentales para la vida y la alimentación; es decir las selvas se constituyeron en el “supermercado” que provee sosteniblemente todo lo que necesitaban las poblaciones de estas regiones. Igualmente los pueblos ancestrales Andinos y de la Sierra Nevada de Santa Marta desarrollaron tecnologías de producción agrícola y prácticas avanzadas para la conservación de los suelos de ladera, estableciendo terrazas, sistemas de riego y de cuidado del agua, que permitió hacer un uso intensivo de estos ecosistemas.

Pero desde la época colonial, sistemática y reiterativamente se ha intentado cambiar y desechar las formas tradicionales de convivencia de las poblaciones humanas con sus territorios. El modelo de ganadería extensiva implementado desde hace cientos de años en buena parte del territorio nacional, ha sido un factor central del cambio y destrucción del paisaje y los ecosistemas naturales. Hoy día tenemos más de cuarenta millones de hectáreas con potreros en un país con vocación forestal, siendo esta actividad conjuntamente con la deforestación, las responsables del colapso de la mayor parte de las selvas Andinas, de los valles interandínos y de la región Caribe.

Adicionalmente en las últimas décadas se ha presentado cambios en los modelos de desarrollo y ocupación del territorio, expresados en un rápido avance de la agricultura de monocultivos agroindustriales, que generan desastrosos impactos socio-ambientales en gran parte del territorio nacional. Colombia ha pasado en medio siglo de ser un país rural a predominantemente urbano; pero la economía global ha ocupado gran parte del territorio nacional, con grandes proyectos minero energéticos, de infraestructura y agroindustriales, que impactan fuertemente la estabilidad y viabilidad de nuestros frágiles ecosistemas del país. Por este camino han quedado olvidadas e invisibilizadas todas esas técnicas ancestrales y las prácticas de convivencia y sostenibilidad que desarrollaron las poblaciones rurales ancestrales. Hoy día todas las poblaciones humanas sentimos con fuerza los efectos e impactos del cambio climático y de los modelos de desarrollo insostenibles que se implementan en el mundo, y son evidentes (como lo señala el Grupo ETC), los contrastes divergentes sobre los efectos e impactos generados por los dos modelos de desarrollo, la red campesina y la cadena industrial.

Es así como el sistema agroalimentario industrial transnacional global, es responsable de cerca de la mitad de todas las emisiones de de gases de efecto invernadero producida por los humanos; pero esta cadena industrial solo provee el 30 por ciento de los alimentos, utilizando entre el 70 y 80% de la tierra arable, más del 80% de los combustibles fósiles y el 70% del agua para uso agrícola. En contraste, la red campesina produce más del 70% de la comida que consume la humanidad, en menos del 29 a 30% de la tierra arable; utilizando menos del 20% de los combustibles fósiles y 30% del agua. Respecto a la agrobiodiversidad, la cadena agrícola utiliza no más de 150 cultivos y solo se enfoca intensivamente en doce cultivos; mientras que la cadena campesina ha desarrollado más de dos millones de variedades criollas, de más de siete mil especies de cultivos, que están por fuera del mercado. 

Una evidencia de la magnitud del impacto generado en Colombia por los modelos de desarrollo insostenibles, se reporta en un reciente estudio mundial sobre conflictos ecológicos (Atlas global de Justicia Ambiental), coordinado por investigadores del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambiental de la Universidad Autónoma de Barcelona y liderado por Joan Martínez Alier. El estudio realizó un mapa, en donde se muestra que Colombia es de lejos el país con más conflictos ambientales documentados de América Latina con 72 casos, seguido por Brasil (58), Ecuador (48), Argentina (32), Perú (31) y Chile (30). El mapa también ha mostrado que las poblaciones indígenas y campesinos más pobres, es donde estos conflictos son más agudos. 

Frente a los desastres ambientales que han ocurrido en los últimos años en Colombia, nos preguntamos qué tanto se debe a los efectos del cambio climático, o si gran parte ocurren por la vulnerabilidad de los territorios debido a los modelos de desarrollo insostenibles que se implementan en el país. El gobierno, a través de sus políticas públicas ambientales plantea que está comprometido con las búsqueda de soluciones sostenibles frente al cambio climático, pero en realidad las políticas, los enfoque y los proyectos de desarrollo que se implementan, en general se basan en falsas soluciones, como: los Mecanismos de Desarrollo Limpio, MDL; los mercados de bonos de carbono mediante los certificados de emisiones reducidas, CER; los proyectos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero causados por deforestación y degradación de bosques, REDD+; los certificados de incentivos forestales en proyectos de reforestación; y las plantaciones para producir agrocombustibles de biodisel y etanol, entre otros. 

El gobierno, frente a los desastres presentados en las recientes olas invernales y de sequía, se escuda y le echa toda la culpa a los fenómenos naturales que se presentan periódicamente desde hace miles de años. Es así como el presidente Santos en la tragedia nacional ocurrida en el invierno del 2010-2011, manifestó "Esta maldita 'niña' ha sido el karma de mi gobierno, desde el primer día que me posesioné”. El gobierno para mitigar y prevenir los riesgos generados por esta ola invernal, creó un fondo de adaptación, para atender la emergencia de reconstrucción recuperación y reactivación económica y social de las poblaciones afectadas; pero estos megaproyectos no fueron orientados a resolver problemas estructurales y soluciones a largo plazo; solo se plantearon gestiones de mitigación parciales y fragmentadas, que no resuelven la sostenibilidad ambiental de los ecosistemas. Estas tragedias, los grandes inversionistas y los políticos las asumen como una oportunidad de negocios, a través de grandes contratos en manos de proyectos públicos y privados, que desconocen las realidades y los problemas ambientales y socioculturales de las poblaciones afectadas.

Es fundamental entender que las reales soluciones en el sector rural, frente a las crisis climáticas y frente al fracaso de los modelos de desarrollo que predominan en el país, está en las manos de los comunidades campesinas y locales, quienes a través de las múltiples estrategias de adaptación y resiliencia frente a los fenómenos naturales, han logrado desarrollar eficientes técnicas, practicas, cultivos y variedades criollas, sistemas productivos adaptados a condiciones ambientales y socioeconómicas, entre otras estrategias. 

En este número de la revista Semillas, abordamos el tema de cambio climático, analizando críticamente las causa de las crisis ambientales y sobre todo de los modelos de desarrollo que son los reales culpables del colapso ambiental que vivimos hoy en el país. Pero sobre todo queremos mostrar y visibilizar algunos ejemplos de cómo las poblaciones rurales están implementando soluciones reales a estas crisis ambientales; como por ejemplo, las experiencias agroecológicas campesinas promovidas en la región central de Boyacá y Cundinamarca; los agroecosistemas adaptados por las mujeres en condiciones secas del Sur del Tolima; los acueductos y la gestión comunitaria del agua en la región del Duende en el Valle del Cauca y también en el Suroeste Antioqueño; los bosques comestibles diversificados que son establecidos en las regiones bajas tropicales; los huertos circulares familiares para el manejo eficiente del agua y la protección de los suelos; los sistemas sivopastoriles establecidos en los bosques secos tropicales; los baños ecológicos como estrategia para retornar al ciclo natural de la materia orgánica; las señales y bioindicadores de la madre tierra que aún se utilizan en territorios indígenas del Cauca. Estas y muchas otras experiencias locales dispersas y poco visibles por todo el mundo, nos demuestran como lo afirma la Vía Campesina: “los campesinos son los que pueden enfriar el planeta”

Publicado en Enero 20 de 2015| Compartir
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