Suscribase por $45.000 a la revista Semillas y reciba cuatro números, dos por año
En el cerro de Guadalupe, cerro tutelar para los antiguos y actuales pobladores de la ciudad de Bogotá, habitan cerca de 150 personas, una comunidad que esconde los altos eucaliptos que cubren las montañas capitalinas. A diez minutos a pie del centro histórico de la capital, la vereda construye su propio destino, ante la impasividad y reticencia de las diferentes autoridades para reconocer esta comunidad, que ya pasa de cien años de su arribo a las montañas.
Los conflictos socio-políticos del país a finales del siglo XIX, decantan en una dinamización urbana, cuya herencia colonial, para el caso de Bogotá, centraliza el desarrollo urbano cercano a los cerros de Monserrate y Guadalupe, que proveen de servicios básicos tales como agua, sobre todo del río San francisco, además de madera y materiales de construcción proveniente de los cerros (Preciado, J. et al. 2005).
Dando cumplimiento a las políticas públicas de reforestación en las hoyas hidrográficas de Bogotá, entre los años 1899 y 1924 con especies del género Eucalyptus, dada la alta deforestación y afectación en la oferta hídrica de la ciudad (Jiménez 2011), llegan los primeros habitantes de la vereda Fátima como prestadores del servicio de guardabosques.
Es hasta la resolución 463 de 2005 del entonces Ministerio de Ambiente y Desarrollo Territorial, que declara la reserva forestal protectora bosque oriental de Bogotá, declaración que en el papel excluye comunidades a diestra y siniestra, desconociendo las diferentes dinámicas sociales preexistentes.
Las actividades agropecuarias de la vereda, se vieron afectadas considerablemente, ya que fue la prohibición y no la capacitación la que trajo consigo las instituciones. Su supervivencia, dependía de esta manera, cada vez más de la relación con lo urbano, debilitando el sujeto campesino construido hasta el momento; siendo este un claro ejemplo, de deconstrucción de la cultura rural por negligencia administrativa.
Antes de la intervención institucional sobre la vereda, en la mayoría de predios no se contaba con límites establecidos por cercas, siendo los pastos comunales una actividad necesaria en las actividades pecuarias. Se podía cruzar libremente por un predio para llegar a la casa de algún vecino, o para atajar el camino que conduce a la avenida circunvalar y de allí al centro de la ciudad.
La necesidad de delimitar el predio para saber “quién se va y quién se queda”, decantó en conflictos sociales sin precedentes en la comunidad. El temor de perder su vivienda, generó envidias y disputas por una cerca que nunca antes había sido necesaria.
La suma del bienestar individual fue el colapso del bienestar social, contrario a la idea imperante del sistema capitalista. La imposibilidad de tejer y fortalecer nuevamente una estructura social ante dicha coyuntura, capituló las posibilidades de la constitución legal de la vereda. En similar posición, se ha podido legalizar las veredas desde el trabajo comunitario, como fue el caso de la vereda El Verjón, cuestionando abiertamente la perspectiva institucional desde la planificación de ordenar los territorios por las mismas comunidades y proponiendo nuevos sistemas de desarrollo endógeno en las áreas rurales de la capital (Peñuela, M. 2010).
La legalización en primera instancia les posibilita una vivienda digna a los habitantes de la vereda Fátima, impedida por los artículos 318 y 337 del Código Penal que limitan las construcciones de alto impacto y prohíben la urbanización “ilegal” en dichos terrenos (CAR, 2012), es decir, la adecuación de viviendas que apenas se pueden sostener con troncos de soporte, o paredes recubiertas en cartón.
En el año 2013, estudiantes de la universidad Distrital, de la facultad de medio ambiente y recursos naturales, facultad que se encuentra entre la avenida circunvalar y la vereda, acompañamos una caracterización social en conjunto con la Fundación Espeletia, que realizaba un diagnostico socio - económico de la zona. Fue un total descubrimiento de nuestra parte, reconocer una comunidad de tal magnitud a espaldas de la facultad de medio ambiente de la universidad pública de la ciudad de Bogotá. Fue allí, cuando descubrimos que el entendimiento de la relación sociedad - naturaleza, no se encuentra netamente en los libros y que trabajos que sustentan una calificación de competencia y repetición, son semestralmente arrojados a la basura y nunca llevados a la práctica, pues es la obediencia la base de nuestra educación y no, la incidencia y transformación de un modelo imperante que desde el positivismo científico sustenta la visión que hemos de tener de la realidad.
Esta incontable suma de sensaciones nos hizo tomar un compromiso social, el que aceptamos desde la misión de la universidad, hacia los habitantes de la vereda. Para aquella época, se consolidaba dentro de la facultad el semillero de investigación en agroecología, semillero constituido por estudiantes para dar estudio a un tema que hoy en día sigue definiéndose entre el movimiento social y político de Sevilla Guzmán, su aporte desde las ciencias académicas como es el caso de Tomas León Sicard, y como conocimiento milenario de culturas campesinas y ancestrales.
Iniciamos desde el año 2013, mediante la metodología de investigación acción participativa (IAP) empleada por Orlando Fals Borda en diferentes y diversas comunidades del país, para dar un entendimiento conjunto de las diferentes problemáticas que atañían a la vereda, siendo esta una herramienta vital, como metodología cualitativa de investigación, a un modelo de estudio de las comunidades, desde los números y las encuestas habitualmente usadas e implementadas desde los análisis institucionales para la toma de decisiones en los territorios, es decir, los métodos cuantitativos.
La confianza, fue el primer paso a consolidar en una vereda que, excluida de los diferentes programas de gobierno para el sector rural, generó una desconfianza de las diferentes intervenciones que múltiples actores hicieron en la comunidad, donde muchos de ellos se aprovecharon de su inocencia, pidiendo recursos económicos para trámites que nunca se hicieron y promesas que nunca se cumplieron.
El primer paso en la construcción de comunidad desde una perspectiva agroecológica lo hicimos desde la alimentación, siendo la olla comunitaria una actividad incluyente, donde niños, adultos y adultos mayores nos reuníamos para reconocer la visión actual que se tenía del territorio. Desde allí y junto con estudiantes de diferentes universidades, como la universidad Nacional, la universidad de los Andes, la universidad del Externado, la universidad del Rosario, entre otras, creamos una escuela participativa, comunitaria y sobre todo de tipo horizontal, apropiando las enseñanzas de Paulo Freire donde “la pedagogía del oprimido, deja de ser del oprimido y pasa a ser la pedagogía de los hombres en proceso de permanente liberación”.
La intervención de diferentes espacios mediante tecnologías apropiadas, tales como lombricultivos, composteras, baños secos, entre otros, permitió acercar a estudiantes que rebosan de conocimientos sobre las ciencias ambientales, pero que nunca habían tenido la oportunidad de llevar a la práctica; permitió el dialogo entre los diferentes sectores de la comunidad que se habían alejado por el desconocimiento de que sus tensiones sociales, obedecían a intereses premeditados en la deconstrucción de las comunidades para su fácil exclusión del territorio, volviendo al dialogo mediante el aprendizaje y el hacer de la agroecología.
Una de las principales estrategias de trabajo colectivo, se dio desde los niños, que no entienden aun las problemáticas sociales presentes y que se unen en el juego, siendo este empleado como herramienta de aprendizaje y reconocimiento de saberes presentes.
Al ser una problemática nacional, el no tener un relevo generacional constante en las áreas rurales del país, fue una necesidad establecer estrategias generacionales que pudieran incluir a la infancia en la visión de vereda que se quería construir, pues serán ellos los que se encarguen de defender el territorio en solo unos cuantos años.
Actualmente son los niños y niñas de la vereda, quienes nos guían descubriendo viejos senderos, que perduran en los cerros, siendo relicto de historias y caminos pasados, que han sido usurpados de su valor cultural tanto por el olvido, como por especies foráneas e invasoras tales como el retamo espinoso y el eucalipto. Permanecen junto a sus padres, aun en reuniones que llegan a ser de largas horas, ya que se sienten parte de un proceso y de un dialogo que necesita de la visión única que ellos ofrecen. Aportan la curiosidad en los procesos de siembra y se perfilan como guías reconociendo las diferentes especies que sus padres han sembrado, en los procesos de reforestación en la ronda de las quebradas que surcan la vereda.
Como la vereda Fátima, son decenas de comunidades en los cerros orientales que responden a esta inminente aplanadora, con propuesta de sociedades vivas como las montañas que les albergan, barrios y veredas que viven y respiran en un territorio que les sustenta.
Actualmente, la comunidad se encuentra en construcción y reconocimiento de sus propias capacidades. Son varios los viveros agroecológicos que producen diversas especies para sustentar su soberanía alimentaria, además de especies cuya función ecológica es recuperar los suelos alterados por las especies invasoras, restauran la presencia de diferentes habitantes de los cerros en su mayoría aves, hacen cantar a los bosques centros andinos.
La bioconstrucción ha sido la respuesta a la imposibilidad de la construcción de alto impacto, haciendo posible la vivienda digna que, desde la constitución, se le promete a cada colombiano, pero que tan difícilmente se lleva a la práctica.
El turismo comunitario que se empieza a gestar en la vereda, permite reconocer y reivindicar el accionar del campesinado frente a la defensa del territorio. Son los niños quienes llevan esta batuta presurosa y gustosa de que reconozcan sus bellos paisajes al que llaman hogar.
“Solo la muerte nos separara del monte”. Declara doña Elvira Torres.
(Quien tuvo la posibilidad pasados sus 70 años de usar el primero de los baños secos que vendrán en la ecovereda Fátima)
Semillero de investigación en Agroecología – HITSHA *Artículo escrito por Andrés Felipe Páez Barahona, estudiante líder del semillero de Investigación en Agroecología – HITSHA. Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Gestor comunitario en diferentes procesos agroecológicos por la defensa del territorio. C.e. felipe.90.09@hotmail.com
Bibliografía
PRECIADO, J. Historia ambiental de Bogotá, siglo XX: Elementos histórico para la formulación del medio. Editorial Universidad Distrital Francisco José de Caldas. 2005
JIMÉNEZ, L. Unas montañas al servicio de Bogotá. Universidad de los Andes. 2011
PANUELA, M. Estrategias para la permanencia de los pobladores, en las veredas del Verjón ¿una forma ‘espontanea’ de ordenar territorio? Universidad de los Andes. 2010
Calle 28A No. 15-31 Oficina 302 Bogotá Teléfono: (57)(1) 7035387 Bogotá, Colombia. semillas@semillas.org.co
Sitio web desarrollado por Colnodo bajo autorización del Grupo Semillas
MAPA DEL SITIO | CONTACTENOS