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Experiencias locales

Cultivando otras ciudades en el cemento

Juliana Millán, Colombia, Mayo 27 de 2009, Este artículo ha sido consultado 598 veces

Este articulo busca plantear algunas claves sobre la forma en la cual se asume la construcción de soberanía y autonomías alimentarias desde la ciudad de Bogotá, fundamentalmente desde la experiencia de trabajo conjunto con personas vinculadas a procesos sociales en marcha (1) que han discutido y planteado propuestas desde la hoy llamada agricultura urbana y periurbana.

Los núcleos urbanos se han constituido en diversas culturas y épocas de la historia, asumiendo características propias como la concentración demográfica, la especialización laboral, el crecimiento de la pobreza o la presión sobre recursos naturales como el agua o los alimentos. Sin embargo, las ciudades que han surgido bajo las dinámicas sociales, económicas y culturales de la modernidad han construido también sus propias características que algunos especialistas en el tema han llamado el fenómeno de la ciudad global(2) , según el cual, gracias a las dinámicas de la economía mundial las ciudades cada vez son mas interdependientes y jerarquizadas entre si, divididas entre estas llamadas ciudades globales que concentran poderes económicos, políticos y sociales, y las ciudades periféricas cuyas decisiones dependen cada vez menos de lo que requieren en si mismas y más de lo que se espera de ellas desde otros lugares.

Este texto parte de entender la ciudad de Bogotá en dos dimensiones, la primera es la ubicación estructural de la misma en las dinámicas económicas de la globalización y la presencia de capitales e intereses transnacionales en su proceso de transformación y la segunda una perspectiva mucho mas local que sin desatender la posición de la ciudad en esta “nueva” economía global busca encontrar sus pulsiones en los escenarios locales; en las construcciones históricas, sociales y culturales que se integran, sufren o como en estos casos construyen nuevas formas de existencia posibles dentro de la misma urbe.

De esta manera, no se supone aquí que los análisis funcionalistas o aquellos que asumen los espacios urbanos como productos sociales correspondan solo a momentos de la construcción teórica del debate sobre el fenómeno urbano; están relacionados también a formas de entender y construir la ciudad que se aplican cotidianamente en la planificación de las mismas, y que por supuesto pocas veces responden a intereses compartidos por quienes las habitamos.     

La ciudad de Bogotá, como muchas otras de América Latina vivió  un proceso de crecimiento acelerado en la segunda mitad del siglo pasado, recibiendo la migración de pobladores de zonas rurales de todos los rincones del país y particularmente de la región central. Comunidades y familias campesinas enteras llegaron a la ciudad buscando mejores condiciones de vida, que las que un país falto de políticas de vida digna les ofrecía en las zonas rurales, dichas condiciones se volvieron una parte estructurante de la violencia y el conflicto, haciendo buena parte de estas regiones inhabitables.

Cualquier análisis sobre el crecimiento demográfico de las ciudades y planeamiento urbano de los llamados barrios periféricos, sectores marginales o barrios populares que no parta de estos elementos, asume por lo menos dos principios de falsedad; el primero es el que las comunidades asentadas en los barrios marginales de la ciudad no toman las decisiones adecuadas para poder garantizarse una vida digna, porque en su corta perspectiva espacio – temporal de la urbe, no saben lo que les conviene. Y la segunda que sus decisiones sobre el manejo y planeación del espacio carecen de una razón ordenadora y que por lo tanto, la planeación el ordenamiento o la organización, llámesele como se le llame, se construye por los que si saben como hacer el espacio más eficiente y productivo.

No en vano la teoría de la planificación moderna y más aún pasado el modelo posfordista de crecimiento de las mismas; las ciudades ya no se construyen fundamentalmente como ciudades obreras ligadas a la industria local, sino a las ciudades prestadoras y consumidoras de servicios. Un buen ejemplo se puede observar en los criterios de calidad del transporte, el cual se mide por las distancias recorridas en el menor tiempo posible y no si las sillas preferenciales de color azul son respetadas o se convierten en un chiste de mal gusto a las horas en que se movilizan la mayor parte de sus habitantes, bajo esta perspectiva ¿que calidad de vida puede tener realmente ancianos, discapacitados o mujeres embarazadas cuyas garantías de vida digna se vulneran a diario?

Es preciso advertir que no se trata entonces de hacer una apología de los sectores populares y suponer que el hecho de tener razones históricamente construidas, hace inmunes a las comunidades de cometer errores. Lo que pretendo mostrar es que estas razones y esta construcción cultural colectiva si existe y es con ella con quienes tendría que construirse cualquier posible reordenamiento del suelo urbano, con estudios serios que muestren cuales son esas otras formas de pensar, de vivir y de construir la ciudad y no como suele suceder, mal-usando las ciencias sociales para poder dialogar con las comunidades, ganar su confianza y saber así como venderles  las ideas que otros han construido para ellas.

La  historia de los procesos sociales de los barrios populares de todas las ciudades del país, demuestran como comunidades organizadas se han ganado a pulso, con el trabajo colectivo y mecanismos de exigibilidad, la posibilidad de construir condiciones de vida más dignas; desde la construcción y administración de recursos fundamentales como el agua a través de los acueductos comunitarios, hasta la pavimentación colectiva de las calles o la instalación del alumbrado público, pasando por los numerosos colectivos de mujeres que se crearon para regular el cuidado y formación de los niños bajo la figura de madres comunitarias.

Muchos de estos procesos se desintegraron al cumplir su cometido y algunos menos lograron mantenerse en el tiempo e incluso convertirse en organizaciones que hoy en día saben que si bien es cierto hay que defender lo construido, aún falta mucho más que luz, agua, teléfono o vías de transporte en los barrios populares. Que la vida digna de las nuevas generaciones y las que están por venir aún no esta garantizada, y que la ciudad sigue creciendo preocupada cada vez más por su funcionalidad para la inversión extranjera y los grandes capitales que dinamizan empleos con sistemas laborales cada vez más esclavistas y menos humanos.

 

La agricultura urbana

Una de esas reivindicaciones que muchos procesos populares(3)  han venido proponiendo sobre la construcción de la ciudad es la de la soberanía alimentaria y uno de los mecanismos mas efectivos, no como vulgar instrumentalización, sino como un ejemplo de la forma en la cual es posible que esta propuesta se haga acción en las ciudades es la hoy llamada Agricultura Urbana; que no son mas que las antiguas huertas de los patios de las casas de los abuelos y las abuelas, que hoy mediante su revalorización, aseguran que las nuevas generaciones no pierdan en la ciudad una de las partes más esenciales del “ser campesino”, la conexión con la vida.

Pero este es solo uno de los efectos de recuperar la cultura de la tierra en las ciudades y he aquí porque a pesar de la sorpresa de muchos, hemos descubierto con los y las cultivadoras que se vinculan a la discusión del sentido de las huertas, los patios o las terrazas, otras formas de construir soberanía e incluso autonomías alimentarias, que han aparecido cuando vamos más allá de la necesaria capacitación técnica para que las plantas “pelechen”.

Sin pretensiones dogmáticas, sino más bien para efectos de acuerdo, este articulo asume la diferencia manifiesta por muchas organizaciones del país, particularmente las étnicas entre soberanía y autonomía alimentaria(4) , lo que para algunos no presenta diferencia en la medida en que el término soberanía incluye el de autonomía; para otras, en cambio, más que distinción es una visibilización que es necesario nombrar a diario para que no se confunda ni pierda su sentido integral cuando pasa de boca en boca, de la capacidad de decidir (soberanía) y el control de la decisión (autonomía). De esta forma he aprendido con las madres comunitarias de algunos barrios populares de la ciudad que ellas, en sus debates internos sobre el tema alimentario y la calidad de la alimentación, pueden tomar la decisión de alimentar mejor los niños que están a su cargo, saber como y cuando hacerlo según las costumbres y gustos de los niños y sus familias, pero difícilmente lograran hacerlo si el control de compra de las minutas esta en unos pocos intereses, ya sea de particulares o de  instituciones que regulan su trabajo sin vivir la cotidianidad del lugar.

En estos espacios educativos, los niños y niñas aprenden desde muy pequeños que la posibilidad de controlar su alimentación puede y debe estar en sus manos, sin pretender competir con la producción campesina que es la que aún abastece de comida fresca nuestras grandes ciudades. La razón es que las huertas se convierten en espacios de educación donde se aprende sobre la fuerza del trabajo colectivo, en donde perciben que la ciudad debe detener la construcción de si misma basada en el pensamiento individual relacionado con el consumo. Y no solo individual como sumatoria de individuos sino de una ciudad que se supone aislada de la realidad regional que la rodea y de la cual depende toda su gran infraestructura.

Muchas familias y comunidades se han enfrentado ya a que los cultivos urbanos no generan una producción suficiente como para convertirse en un negocio rentabley que tampoco son la resolución de los graves problemas de desnutrición crónica y aguda que viven las familias de los sectores populares de ciudades como la nuestra(5) . Una conversación recurrente con las personas de todas las edades que continuaban sembrando en los patios de sus casas o en huertas colectivas era sobre las razones por las cuales no abandonan sus cultivos a pesar de tener claro que el contenido de los discursos con los cuales muchas veces son apoyadas sus iniciativas, les sirven mas a las evaluaciones de las instituciones que a ellos o ellas.

No todas las experiencias que se dan en la ciudad frente a los cultivos urbanos son similares; en algunos lugares la presencia de múltiples organizaciones apoyando los trabajos, haciendo asesorías técnicas, animando, conformando y sosteniendo grupos, pareciera desbordar la capacidad de acción prolongada en el tiempo de las comunidades. Por el contrario cuando son las organizaciones y procesos los que se permiten el tiempo de construir un sentido para sus propuestas y convocan a las instituciones a aportar desde sus fortalezas sin que ninguna de estas controle el proceso, la experiencias han sido mucho más exitosas.

En esos casos, los y las cultivadoras han logrado que en sus espacios familiares y colectivos se respeten cosas mínimas como la diversidad de especies cultivadas y la lógica en la cual estas son distribuidas en el espacio. Una rápida evaluación sobre la cantidad y distribución de las especies sembradas sugiere patrones de comportamiento que, presentados ahora como hipótesis, si fuesen estudiados en profundidad aportarían mucho a la relación que construyen los habitantes urbanos de los barrios populares con la naturaleza. Por ejemplo, la diversidad de especies que uno encuentra en las huertas familiares, particularmente aquellas que están administradas por mujeres es mucho más alta que la de ellos y éstas que la de los cultivos colectivos. En el caso de las mujeres la razón es que el porcentaje de especies cultivadas por razones ornamentales – son bonitas y curiosas – dicen las señoras es mas alto que el de aquellas que se cultivan para el consumo, bien sea alimentarias o medicinales, con lo cual logran convocar a sus huertas una diversidad más alta de especies. Posiblemente entonces el potencial de estas huertas no solo se concentra en la posibilidad de cultivar alimentos sino de proteger la biodiversidad local de la extinción. En muchos de los barrios ubicados en los Cerros Orientales de Bogotá, donde se han realizado trabajos y ha producido colectivamente la información que aquí se cuenta, los cultivos urbanos que prevalecen contienen una importante diversidad de especies que las mujeres han “domesticado” en sus huertas y que en muchos casos solo se encuentra allí después del desastre ambiental producido por la reforestación con especies coníferas que han acidificado y desestructurado el suelo propio de otros ecosistemas. 

Otros cultivos se encuentran vinculados a experiencias pedagógicas, como lo son los procesos construidos por los jardines comunitarios. Nunca se pensó que los cultivos fueran la despensa única de comida fresca para los jardines, pero si que se construyeran como espacios de enseñanza donde se desestructuran los poderes establecidos en las relaciones educativas, se aprende a relacionar la vida y el trabajo previo a la existencia de los alimentos y se abren caminos distintos para los niños y niñas de las ciudades. Las huertas se han convertido entonces en lugares donde maestras y maestros, niñas y niños, la mayoría ya nacidos en la ciudad aprenden entre si, en la acción y el trabajo conjunto y las abuelas y abuelos, en su mayoría nacidos y criados en el campo pasan de ser analfabetas urbanos para ser poseedores de un conocimiento maltrecho y excluido; el del cuidado por la vida.

Buena parte de las dificultades que tenemos como habitantes urbanos para relacionarnos con el tema alimentario es que nuestras habilidades cognitivas cotidianas cada vez son mas cortas en términos de tiempo y espacio, la premura de la vida urbana despoja de historias pasadas y futuras a los objetos con los cuales nos relacionamos de tal forma que nuestros hijos saben que los tomates vienen de la nevera, mientras que nosotros por supuesto sabemos que vienen del supermercado, de igual forma las bolsa en que se empacan, para los niños, van a la caneca en tanto que nosotros alcanzamos corriendo al camión de la basura. Los cultivos urbanos en los escenarios de aprendizaje que he conocido le plantean a la comunidad educativa un principio de reconocimiento de los ciclos alimentarios, lo cual plantea una enorme oportunidad para construir desde la ciudad un principio de responsabilidad que no solamente abarca el ciclo productivo de los objetos, hasta su descarte final, sino las personas que están vinculadas a este; dejando claro que si los habitantes urbanos no ayudan a construir garantías para que la comida siga siendo producida por las familias campesinas y manipulada con responsabilidad en las ciudades, la vida en ellas será irremediablemente insostenible.

Las experiencias de cultivos urbanos que se mantienen por si mismas gracias a la convicción cotidiana de mujeres y hombres que sientan las ciudades desde sus pulsos internos,  desde sus historias de exclusión y marginación, desde la violencia que arrasa las expectativas de vida de sus jóvenes y las expresiones mediáticas que colocan por encima el adiestramiento para ser compradores potenciales, antes que la formación de ciudadanos. Los cultivos urbanos son también un grito de rechazo a esta forma de ciudad y una posibilidad cierta de construir formas distintas de hacer la ciudad y de vivir en la ciudad e incluso como lo dicen muchas de las mujeres que acompañan estos procesos - es la forma de que estos niños, a diferencia de nosotros, se piensen el campo como un futuro posible, para que cuando podamos regresar haya gente que verdaderamente se sueñe con la posibilidad de hacerlo, no como una obligación, sino como un futuro posible – construyendo, en últimas otra idea del progreso.

Todo ello significa que es posible construir ideas y acciones de soberanía y de autonomías alimentarias desde las ciudades, en la medida en que estas están relacionadas con la capacidad de tomar y controlar las decisiones sobre como se piensa y se organiza la ciudad, desde quienes la viven por dentro y no desde quienes pretenden ordenarla por fuera. En los núcleos urbanos habitan millones de personas que se han acostumbrado a verse a si mismos como consumidores, indiferentes ante las acciones, los sujetos y los objetos que van mas allá de si mismos, la ciudad-estructura que se construye a diario esta pensada y hecha para ellos. La ciudad que se propone re-exista desde los cultivos urbanos es una hecha con base en principios de la solidaridad y el trabajo conjunto, de la redistribución y el intercambio, desde la responsabilidad con aquello y aquellos que hacen posible que seamos consumidores, una ciudad que se detiene para pensarse a si misma, la razón de su existencia y la posibilidad de ser distinta, capaz de asomarse a la construcción de la justicia y la equidad para con las regiones de las cuales depende, una ciudad que no se piensa a sí misma como el momento cúspide del progreso sino como una posibilidad para aprender a regresar.

 


(1)Se entiende aquí por procesos sociales en marchas a” las acciones colectivas consistentes, con una permanencia en un territorio determinado (o localidad), y diferentes formalizaciones colectivas y organizativas,  cuyo horizonte de sentido está inscrito de hecho o de modo formal en una perspectiva pública, en este caso de política alimentaria” en documento de trabajo sin publicar  elaborado para el Proyecto Planeta Paz por Hernán Darío Correa y Juliana Millán sobre la construcción de política pública alimentaria desde los sectores sociales populares

[2] Castells, Harvey, Friedman y Sassen son, entre otros, son citados por Alejandro Méndez Rodríguez en tendencias del Pensamiento social urbano pag 58 publicado en Estudios Urbanos Contemporáneos ed UNAM, México 2006 

[3] particularmente hablo aquí de la ciudad de Bogotá sin desconocer que los hay también en otros núcleos urbanos del país, particularmente grupos de mujeres y comunidades desplazadas en Santa Marta, Cartagena, Popayán, el Patía y Barranquilla, grupos de jóvenes en Cali, Bucaramanga, Bojayá y Neiva, entre muchos otros son algunos ejemplos de quienes vienen reflexionando y construyendo propuestas sobre el tema y con quienes he construido las reflexiones que se publican ahora

[4] Definiciones construidas en el marco del trabajo colectivo y acompañamiento a la construcción de lineamientos de política pública alimentaria en cinco regiones del país desde el proyecto Planeta Paz

[5] Sin embargo, ello no desvirtúa que los cultivos urbanos puedan aliviar por temporadas la situación nutricional de las familias y disminuir el costo que tendrían que pagar estas por consumir alimentos frescos de buena calidad ver balance nutricional y económico realizado por Sara Granados y Juliana Millán en Evaluación Ecológica Agronómica y Socio-Cultural de la agricultura urbana en el sector de Potosí publicado en Bogotá: autonomía alimentaria, diálogos y controversias publicado por Proyecto Planeta Paz Bogotá 2006.

Publicado en Mayo 27 de 2009| Compartir
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