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La ola de los agrocombustibles sigue avanzando, no porque sea buena para el ambiente ni aporte solución alguna al cambio climático global -de hecho lo va a empeorar- sino porque las industrias más poderosas del planeta lo ven como una fuente de jugosas ganancias y encima consiguen que muchos gobiernos las apoyen con leyes y subsidios. Las principales interesadas son las compañías de automóviles (esperan que con el nuevo combustible la gente se vea obligada a cambiar de carro), las petroleras (controlan el sistema de distribución de combustibles), las que controlan el comercio mundial de granos (ganarán tanto con el aumento de la demanda de agrocombustibles, como con el aumento de precio de los alimentos que deberán competir con éstos) y las trasnacionales de transgénicos agrícolas.
Otros sectores que avizoran negocios con los combustibles agroindustriales son las grandes trasnacionales forestales y de plantas de celulosa (Stora Enso, Aracruz, Arauco, Botnia, Ence y otras), que ahora producen para la industria del papel, pero que con mínimos cambios tecnológicos se pueden convertir en plantas de procesamiento de etanol. Igualmente, fabricantes industriales de alimentos para engorde de pollos y ganado, como Tyson Foods, han hecho alianzas con petroleras (en el caso de Tyson con Conoco-Phillips) para la fabricación de biodiesel a partir de grasa animal.
¿Por qué el interés de las trasnacionales de transgénicos? Para empezar, porque son prácticamente las mismas que controlan la mayoría de la venta de todas las semillas comerciales. Actualmente, todas las semillas transgénicas que se plantan comercialmente en el mundo son controladas por Monsanto (casi 90 por ciento), Syngenta, Dupont, Bayer, Dow y Basf. Al mismo tiempo, las tres primeras, o sea Monsanto, Syngenta y Dupont, tienen juntas 44 por ciento de la venta de semillas patentadas en el mundo. Si consiguen consolidar nuevos nichos de venta que "necesiten" sus semillas patentadas, aumentarán sus ganancias y su control sobre las semillas -llave de toda la cadena alimentaria humana y animal- con el desembarco en otro sector clave: los combustibles.
Todas las trasnacionales que controlan los transgénicos ya tienen inversiones en investigación y desarrollo sobre combustibles agroindustriales. La mayoría en cultivos transgénicos con mayor contenido oleaginoso, de azúcar o almidón, pero también en enzimas y bacterias transgénicas, que serían incorporadas a los cultivos o árboles, para acelerar el procesamiento poscosecha.
Esas transnacionales ya ganan mucho con la expansión de los agrocombustibles, por ejemplo con el aumento devastador del área de soja transgénica en el Cono Sur y todo Brasil, y con el aumento de maíz transgénico en Estados Unidos. Con la presentación de que serán para agrocombustibles o en algunos casos combinando forraje y combustibles, esperan introducir al mercado nuevas semillas manipuladas genéticamente. Semillas que, por cierto, no podrían lograr aprobación de las agencias reguladoras si fueran para alimentación humana, introduciendo así nuevos riesgos con la contaminación de cultivos y granos usados para consumo humano.
Pero sobre todo, este puñado de trasnacionales que domina el mercado global de semillas, apunta a adueñarse de más porciones del mercado ya existente, al tiempo que expandirse a los agricultores chicos que actualmente usan poco o nada de semillas comerciales, pero que con el anzuelo de sembrar por contrato para la producción de agrocombustibles, comenzarían a hacerlo.
Todo esto está dando lugar a nuevas y poderosas alianzas corporativas. Por ejemplo, Monsanto y Dow acaban de firmar un acuerdo para crear semillas transgénicas de maíz que combinarán en la misma planta la resistencia a ocho herbicidas y además serán insecticidas. Esto refleja en parte su reconocimiento de que las semillas transgénicas generan resistencia a los herbicidas y por tanto cada vez hay que usar más. Y si no son para alimentación humana, se le podrán echar herbicidas más tóxicos y en mayor cantidad. Monsanto también se alió con Basf, con una inversión de mil 500 millones de dólares, para crear nuevos transgénicos en maíz, soja, algodón y canola. Junto con Cargill creó la empresa Renessen, dedicada a maíz y soja transgénica para agrocombustibles y forraje. Para Monsanto significa, además, avanzar en su monopolio, intentando desplazar a sus competidores más cercanos, Syngenta y DuPont, del mercado de agrocombustibles.
Por su parte, DuPont creó con Bunge (una de las cerealeras más grandes del mundo), la compañía Treus dedicada a híbridos de maíz y soja para agrocombustibles, y también hizo alianza con British Petroleum (BP) para producir etanol de trigo y biobutanol. Syngenta firmó un acuerdo de colaboración de 10 años con Diversa Corporation (biopirata de microorganismos de todo el mundo), para desarrollar enzimas transgénicas para producir etanol, a ser incorporadas directamente en las semillas o en el procesamiento. Syngenta trabaja con productores de caña de azúcar en Brasil en este sentido, y es la primera de los gigantes de transgénicos, que solicitó aprobación en Estados Unidos para un maíz con una enzima especialmente diseñada para agrocombustibles.
El paso siguiente en esta escalada de poner en riesgo los bienes comunes de la humanidad y el planeta, para conseguir lucros privados, es la biología sintética, que pretende crear seres vivos construidos desde cero. Por ejemplo, Synthetic Genomics, la compañía que creó el controvertido genetista Craig Venter, trabaja en la creación de organismos vivos totalmente artificiales para producir energía.
Junto con los planes de las trasnacionales y los científicos al servicio del lucro inescrupuloso, crece también la conciencia y la resistencia a escala global. Por todo lo que está en juego es, sin duda, una batalla dura.
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