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Las historias de las veredas de Colombia son testigos de los cambios que viven las comunidades rurales. Son las historias de transformaciones del paisaje y de la cultura, a favor o en contra de una vida armónica con la naturaleza, de modificaciones que las comunidades hacen sobre sus territorios, y también resultados de las grandes presiones externas que llegan a afectar las relaciones sociales, económicas, culturales, políticas y ambientales de las poblaciones campesinas.
La jornada que emprenderemos, va leer e interpretar el encuentro de dos experiencias en el proceso de construcción de la escuela agroecológica de promotores campesinos de la Provincia de Soto2, frente al manejo de agua y bosque: El Salado, vereda ubicada en el municipio de Lebrija, y La Judía, localizada en el municipio de Floridablanca. Esta escuela ha propiciado el intercambio de visiones frente a la conservación de la vida y del rescate de la soberanía alimentaria y las particularidades de cada territorio. En ese sentido, se hace un análisis sobre la abundancia que existe en la vereda La Judía en cuanto a bosque y agua, y la de escasez existente en la vereda de El Salado.
Las asociaciones campesinas de la escuela agroecológica comparten un territorio de ocho municipios de la Provincia de Soto, cercanos a la ciudad de Bucaramanga, con una cobertura geográfica de 5135 km2 y una variedad en pisos térmicos: 6% se encuentra en páramo encima de 3000 m.s.n.m., 12% de tierras de clima frío (2000 - 3000 m.s.n.m.), 24% de clima medio y 58% de piso cálido debajo de 1.000 m.s.n.m.3.
Las veredas de influencia del bosque andino de La Judía, entre ellas se destacan Helechales, Aguablanca, La Judía y Casiano Alto y Bajo, contienen una historia de agua en abundancia, de recursos naturales y biodiversidad que muchas poblaciones rurales envidiarían, pero que sin embargo, hasta hace poco eran subvalorados por la comunidad, y tanto el entorno como la cultura campesina son cada vez más amenazados, sino se toman medidas apropiadas de conservación.
Para ubicarnos mejor, podemos caminar por la cuenca alta del Río Frío (municipio de Floridablanca), reconocido por su flora y fauna, y que surte de agua a gran parte de la población urbana de la región. Y si miramos hacia arriba, podemos admirar el cerro de La Judía, un ecosistema de bosque húmedo que llega a 2.900 metros, santuario de arboles y vegetación nativa, de animales como mono aullador, perezosa, tinajo y de más de 275 especies de aves, algunas de ellas singulares: trinchín, ciéntario real y chango de montaña.
A pesar de la importancia de este nicho de bosque y su hermosa cascada de cantos, el ecosistema está enfrentando una serie de graves amenazas por las prácticas de tala y quema, la extracción irracional de fauna, la crisis e inseguridad alimentaria de la economía cafetera, así como el desplazamiento paulatino de la comunidad local por presiones externas, incluyendo la expansión urbana, la compra de tierras para fines recreativos y comerciales, y el interés privado en los recursos hídricos.
El acercamiento de la comunidad a la escuela agroecológica se inició en el año 2001, mediante un trabajo de agricultura orgánica con un grupo de hombres muy emprendedores, dispuestos a salir adelante. En las reuniones iniciales eran hombres solos que participaban en los eventos y talleres, quedando casi “invisible” la posición de la mujer. Aunque, poco a poco esta situación empezó a cambiar, porque las mujeres iniciaron también un proceso de mayor autoestima y vinculación al trabajo asociativo y de rescate de autonomía alimentaria.
Con el convencimiento de los participantes hacia el trabajo agroecológico, se despierta un sincero interés por parte de varias familias que valoran la importancia del bosque como patrimonio colectivo. Las campesinas y los campesinos se comenzaron a preocupar por el saqueo intenso de sus recursos y se dan cuenta que sus saberes populares y sus capacidades técnicas y organizativas son las bases esenciales de un plan de protección comunitaria del bosque.
Allí nació el proyecto de recuperar a través de mingas de trabajo, unas instalaciones comunitarias en desuso para el desarrollo y el montaje del Centro Cultural Maklenke, en honor a una palma nativa emblemática de la región, y que dio nombre también a la asociación campesina Asomaklenke, conformada por familias aledañas al bosque.
El centro cultural en medio de la majestuosidad del bosque y de una quebrada, ha hecho que se genere una dimensión del patrimonio ambiental, brindando un espacio para la capacitación, la investigación y la gestión comunitaria. Ha permitido a las familias campesinas re-encontrarse con ellas mismas y con las veredas vecinas: es un sitio de encuentro de las comunidades campesinas, asociaciones culturales y ambientalistas.
Como manifiesta Fernando Sálazar de Asomaklenke: «El centro ofrece un espacio educativo, a través del cual se pretende disminuir y manejar los impactos hacia el bosque, como son: tala y quema para establecimientos de cultivos, cacería, contaminación por agrotóxicos, y en el orden social: el desconocimiento de nuestras raíces culturales, reflejado en el poco aprecio por nuestras tradiciones y la falta de oportunidades».
Como logros principales de este proceso se ha podido actuar en torno a temáticas como organización campesina, banquetes alimentarios, agroecología, observación de pájaros, protección de mamíferos, uso de biomateriales para empaques y artesanías, elaboración de programas radiales, montaje de viveros forestales y una gama innumerable de actividades culturales para los niños y las niñas como cine, pintura, cometas, teatro, danza y escritura de cuentos. Pero sobre todo, ha significado emprender un camino de identidad y autodeterminación, para construir un proyecto en torno a la conservación del bosque, que ha generado a su vez ejemplo para las otras asociaciones vinculadas a la escuela agroecológica.
Aunque en los anuncios publicitarios que se hacen del municipio de Lebrija como capital piñera de Colombia, ubicado muy cerca del aeropuerto internacional y que históricamente fue escenario de la famosa batalla de Palonegro, lo cierto es que la piña más que su dulzura, se ha convertido en un monocultivo de la región. Para obtener sus frutos, se quema, se deforesta, se utilizan químicos, se degrada la tierra y se vuelve estéril y desértica. La cultura de la diversidad se acaba por complacer el gusto del mercado, en contra de la seguridad alimentaria de los habitantes del campo.
Después de pasar por el aeropuerto, se encuentran varias veredas que además de ser devastadas por el monocultivo de la piña, se ven afectadas por la proliferación de empresas avícolas y porcícolas, que ajenas a todo tipo de diálogo en beneficio social y del medio ambiente, traen un deterioro cultural al encerrar grandes porciones de tierra y al transformarse la labor de campesino a jornalero, y hacen que las comunidades vean desmejorar aún más su nivel de vida, contaminando, acabando y apropiando las pocas fuentes hídricas existentes. Lastimosamente, el recuerdo de la abundancia de ayer, es hoy la sed de estas familias campesinas de Lebrija.
Ante esta problemática, fue esta vez el compromiso y la tenacidad de la mujer campesina que ha sido eje jalonador de un proceso de cambio hacia la recuperación de la dignidad y del paisaje. La Asociación municipal de mujeres campesinas de Lebrija (Ammucale), conformada en 1996 bajo los principios de solidaridad, equidad y autonomía, ha buscado el mejoramiento de la calidad de vida de las 200 mujeres afiliadas y sus familias, ubicadas en 14 comités veredales de Lebrija.
En el caso de la lucha sobre el derecho al agua, presentamos la vereda El Salado, cuyas características ecológicas comprende una altitud de 900 m.s.n.m. temperatura promedio de 28ºC, precipitación anual de 1185 mm, suelos pobres y áridos con limitada cobertura vegetal. La vereda posee una población de más de 60 familias dedicadas en su mayoría al cultivo de la piña y los cítricos; tiene un comité de mujeres bastante consolidado que hace parte de Ammucale; este comité frente al deterioro ambiental y con la visión política de la Escuela Agroecológica, empieza a cuestionar las raíces de la escasez y de la contaminación de su principal fuente hídrica, La Quebrada de Las Lajas, que forma parte de la cuenca de la Angula.
El comité de mujeres del Salado reflexiona colectivamente sobre la relación con el agua, sobre su distribución y uso en la vereda. Según Paulina Rodríguez, integrante del comité: “este problema de las porquerizas y avícolas comenzó por aquí porque la comunidad estaba desorganizada, entonces ese señor vino y compró la finca y construyó esos galpones, y como la comunidad ignoraba lo que iba a ver con esas instalaciones, no pensaba de lo que más tarde ocurriría con esa contaminación ...”.
Se visiona el agua como un derecho social y de seguridad alimentaria de las comunidades: “cambiar la alimentación es una tarea que nos estamos trazando con sensatez; de esta forma se está creando conciencia de sembrar hortalizas, frijol, maíz, sorgo y plantas medicinales; sin embargo, nos encontramos con la escasez de agua que a veces sólo alcanza para hacer nuestras comidas y labores del hogar, por ello miramos con gran tristeza cómo nuestras fuentes de agua están desapareciendo”, expresa Isolina Niño de Ammucale.
Como consecuencia de este proceso de reflexiones, se pone en marcha un plan de alternativas técnicas y organizativas desde la escuela agroecológica y el comité de mujeres; que incluye acciones como: mandatos locales de uso del agua; acciones legales frente a las autoridades; monitoreo de la calidad de agua; construcción de filtros de agua potable y sistemas de cosecha de aguas lluvias; diversificación de cultivos, recuperación de la coberturas del suelo y de reforestación de las cañadas.
David Díaz de la Corporación Semillas de Agua lo percibe como una propuesta de acción: “aquí se está sentando un precedente, y es que una comunidad, está pensando el reconstruir una base natural que les permita mayor garantía de sostenibilidad. El problema de Lebrija no es la cantidad de agua sino la distribución del agua. El paisaje nos permite un potencial de uso enorme, porque la inversión fundamental hay que hacerla en los sistemas naturales de conservación y almacenamiento”.
El trabajo de conservación de bosques y agua se ha enfocado en el concepto de escuela, en el cual se ha entablado el diálogo entre las diversas asociaciones rurales. Las reuniones y las salidas de campo realizadas conjuntamente entre las mujeres campesinas de El Salado y los agricultores de La Judía, fueron denominados de manera coloquial como el encuentro entre la abundancia y la escasez.
En el caso del Comité del Salado, que lograron ver los recursos que todavía preserva el bosque de La Judía, sintieron ánimos de recuperar el valor ecológico de su paisaje. Las mujeres, especialmente, empiezan un trabajo de restauración, que consiste en valorar aquello que se ha perdido y dirigen su mirada a interpretar cómo podría ser su vereda si empezaran a trabajar sobre lo ambiental, que beneficia la recreación y la calidad de vida.
Por su parte, los habitantes de la Judía cuando visitaron la vereda El Salado, hacieron una interpretación diferente sobre lo acontecido: ¿cómo y a qué horas ocurrió todo ese desastre?, ¿podríamos nosotros llegar a esa situación?. Claramente, Asomaklenke logra una disciplina para empezar a contar su historia paisajística y no dejar extinguir sus recursos. Este enlace de comunidad a comunidad ha servido también para valorar el papel protagónico de la mujer y la población infantil, para rescatar semillas criollas, plantas medicinales, platos culinarios y artesanías hechas con materiales autóctonos.
En general, vemos como existe una transferencia de valores que se logró no sólo a través de la comunicación entre las dos comunidades, sino que permite analizar los intercambios con otras comunidades campesinas de la región y de Colombia como eje fundamental para la construcción de propuestas en relación al patrimonio ambiental. Se ha dado prioridad a la integración de los nexos culturales con los ambientales porque la conservación de los recursos naturales de manera autogestionaria fortalece el sentido de pertenencia y de afecto de los pobladores hacia su territorio.
Un avance metodológico está en la investigación/acción, en la cual hay amplia participación. Ya no son sólo los estudios de los académicos, que de forma aislada ‘diagnostican’ a las comunidades y llevan sus ‘resultados’ a las entidades, sino que son las comunidades mismas las que se aproximan a la memoria sobre sus recursos. Los pobladores aprecian y describen la flora y fauna que existe en sus territorios, inician campañas para favorecer a especies amenazadas como el mono aullador y el oso perezoso, que están siendo acorralados, cazados y desplazados. También acercan a cazadores, taladores y agricultores de monocultivo con una labor de sensibilización4 .
Si nos preguntan de las dificultades para avanzar y consolidar estas propuestas de manejo comunitario de bosques y de agua, los obstáculos son también muchos: la incredulidad de la gente, la tenencia de la tierra, la falta de una verdadera planeación participativa de las entidades, las políticas nocivas del Estado y las grandes empresas, el rebusque diario de las familias, los problemas de comunicación entre comunidades.
Para avanzar en estos procesos de manejo comunitario de agua y bosque, surge la necesidad de profundizar y planear a largo plazo sobre las estrategias internas para afrontar las implicaciones de las presiones, las imposiciones y las políticas que amenazan las comunidades rurales, en particular a su patrimonio ambiental, como fuente de su sostenibilidad. Se debe hacer un trabajo sobretodo a nivel educativo y en el ámbito legal, para poder avanzar con propuestas en las cuales las comunidades tienen el derecho a decidir y diseñar planes de conservación y uso equitativo de sus recursos naturales.
Dentro de las proyecciones del trabajo, es importante resaltar las siguientes:
[1] FUNDAEXPRESIÓN. C.e: roankine@telecom.com.co
[2] La Escuela Agroecológica es un proceso innovador de capacitación y de organización campesina, que surge de la necesidad de entablar un diálogo “campesino a campesino”, entre las diversas asociaciones rurales de la Provincia de Soto (Santander). Reúne a asociaciones campesinas, tales como: Asomaklenke, Asodiviso, ANUC - Piedecuesta, Asociación de Productores de Mora de Charta, Asociación Municipal de Mujeres Campesinas de Lebrija, Asociación de Mujeres Campesinas de Piedecuesta, Cormurflor, Asociación de Productores del Río Frío (APRIF), Fundación Granja El Puente, Colegio Agrícola Llano Grande (Girón), Cooperativa de Recicladores de la Cumbre, Empresa Comunitaria Nueva Esperanza, Pastoral Social de Suratá y grupos de campesinos de Tona.
[3] Según datos del Centro de Estudios Regionales (UIS) en su libro Santander Nuestro Departamento, 1999.
[4] La sistematización y la recreación del trabajo realizado han sido diversas: serie radial “Al son de Maklenke”, experiencias agroecológicas y de protección del bosque por parte de las comunidades campesinas; revista Despertar Campesino, artículos escritos en su mayoría por autores campesinos y campesinas; libro Literatura Infantil y Selva Andina - Colección Osos Perezosos, dentro de un trabajo de identidad cultural y lecto-escritura rural; video Piña Dulce y Agua Amarga, con referencia a la problemática del agua de la comunidad de El Salado.
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