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La extrema, antiecológica e inhumana concentración de riqueza que alienta el neoliberalismo y la economía de mercado global, impone un aumento de consumo de energía y se constituye en el principal obstáculo para que la humanidad trasforme ostensiblemente sus patrones energéticos y pueda realmente enfrentar el cataclismo climático.
Sin duda la situación puede empeorar gracias al rápido crecimiento de la producción y el consumo de los países como China, India y Brasil, que se conocen como “economías en transición”. Estas son atraídas hacia el abismo del crecimiento económico, sin consideraciones de los limites ambientales y materiales del planeta. Sin duda la interrelación de estos fenómenos y sus sinergias están impregnando de nuevos elementos estos problemas. Así, por ejemplo, es claro que el crecimiento de la economía de América Latina en los últimos años se debe en parte a la demanda de materias primas y productos por parte de China e India.
La tendencia de crecimiento de las exportaciones que se veía durante el 2002 y 2003 en América Latina (Calderón, 2003) ha continuado, registrándose un aumento tanto en el volumen como en el valor de las exportaciones principalmente en Argentina, Brasil, Chile, Costa Rica y Ecuador. Estos países encontraron una coyuntura favorable de precios y demanda de los países de Asia y sobre todo de China. Los principales productos de exportación han sido los mineros y agrícolas, principalmente la soja, el algodón, las lanas, el cobre y el hierro.
Mientras el poderío comercial Chino hace que sea necesario repensar los procesos de regionalización de las alianzas internacionales en los campos comercial y político, el cuadro geoestratégico mundial se recompone con la presencia de este coloso comercial: la República Popular de China, con una población de 1267 millones, de los cuales 200 viven bajo línea de pobreza, tiene un PIB de 1074 billones de dólares y una deuda externa de 157.6 billones de dólares. En los últimos 25 años China ha crecido 10 veces. Allí se registran 3000 empresas foráneas que exportan el 50% del total de las exportaciones. Aún así, como lo mostramos arriba, el consumo per cápita de energía y las emisiones de CO2 siguen siendo inferiores a las de Estados Unidos, el Reino Unido o los Países Bajos.
El abastecimiento energético es, sin embargo, uno de sus cuellos de botella. China devora energía para mantener un crecimiento económico y se constituye en la cocina donde se fabrican los productos que se consumen masivamente en “occidente”. Para mantener el crecimiento del PIB en el 8% debe importar hidrocarburos de Rusia, Medio Oriente y Venezuela. Los agrocombustibles son, sin duda, una tentación para los chinos (ya Brasil tiene asegurada sus ventas a ese país para los próximos quinquenios).
Pero el análisis se vuelve más complejo si nos adentramos en la trama de flujos de energía y materia que se transfieren en una economía globalizada, donde los intercambios económicos y ecológicos siguen siendo desiguales. Por ejemplo, mientras Sur América trasfiere materia y energía que a su vez puede consumirse o constituirse en materia prima en Asía, los productos allí obtenidos se consumirán en cualquier parte del globo, pero especialmente se consumirán por quienes tienen más capacidad de compra que, desde luego, no son los más empobrecidos sino especialmente aquellos consumidores de los países y sectores con altos ingresos, particularmente los del norte.
La experiencia nos indica que los gobiernos de América Latina, especialmente los gobiernos de izquierda, no tienen una política que rete estos desafíos globales y más bien, salvo contadas excepciones, se mantienen en el esquema de sembrar el petróleo, o sacarle ventajas a las condiciones geopolíticas que favorecen la producción de agrocombustibles. Así, por ejemplo, la naciente UNASUR (Unión Suramericana de Naciones), cuyo primer secretario es el expresidente de Ecuador Rodrigo Borja, se enfrenta a nuevos dilemas, donde la energía y la naturaleza podrán seguir siendo solo medios para la prosperidad capturada por elites y burocracias. ¿Qué tanto es una oportunidad para nuestras economías la crisis de la civilización urbano–rural–agraria capitalista? Lo que podría constituirse en una oportunidad para los países latinoamericanos puede no serlo si la orientación que prevalece sigue el camino manido del mercado capitalista: el de guiar la producción por la demanda de los países altamente consumidores, el de someterse a las reglas de las compañías trasnacionales de las semillas, los vehículos y la energía.
Ahora bien, la complejidad de flujos de materia y energía deja al descubierto la imposibilidad de un acercamiento veraz y ajustado a la realidad por parte de los análisis simplistas que derivan de modelos donde los cálculos con los que se establecen los compromisos de reducción de emisiones de GEI, bien sea bajo el Protocolo de Kyoto o no, están saturados de alta incertidumbre cuando no es que son fruto de la ignorancia. Así pues, estos cálculos, para ser veraces, deberían incorporar la huella de carbono y las mochilas ecológicas de CO2 y GEI que acompañan estos procesos de intercambio desigual, y, además, incorporar los pasivos ambientales y la deuda ecológica.
De otra parte, la Comunidad Europea tiene un objetivo obligatorio para el 2020 que es tener 20% de energías renovables. De ellas el 10% del consumo total provendrá de agrocombustibles. La Unión Europea tiene pensado aumentar su propia producción de agrocombustibles en forma significativa. La Comisión Europea ha declarado que 400.000 hectáreas serán destinadas a la plantación de cultivos energéticos. Pero esto será a expensas de las “tierras reservadas” actualmente, algunas de las cuales son importantes para la conservación de la naturaleza. La OECD ha reconocido que producir biocombustibles para reemplazar el 10% de los combustibles usados para el transporte requeriría el 70% de la superficie cultivable de la Unión Europea [1].
Entonces, el modelo de trasporte prevalente seguirá tirando de la cadena si no se producen cambios radicales en el uso de los vehículos particulares y en los sistemas de transporte. Actualmente, en Europa (The IPTS report, 2006), al igual que en los Estados Unidos, alrededor del 67% de todo el petróleo en uso se destina a combustible de vehículos (Environmental Health Perspectives, 2005), inaugurándose actualmente allí una destilería por semana, sumándose a las ya más de 120 que posee. Ahora bien, si en Estados Unidos todos los automóviles utilizaran como único combustible uno que tenga 100% de etanol, sería necesario destinar el 97% de la superficie de la tierra al cultivo de maíz para abastecer esa producción, con consecuencias extremas para la biodiversidad (“Ethanol fuel from corn faulted as 'unsustainable subsidized food burning' in analysis by Cornell scientist”, 2001).
¿Qué tan presionados están los gobiernos o qué tanto actúan en contubernio con los comisionistas de las Corporaciones Trasnacionales de la fabricación de vehículos, con las empresas fabricantes de autopartes, con las trasnacionales del hambre y las semillas, con las de energía y petróleo, con la industria de los polioles, etc.? Es una pregunta cuya respuesta no requiere demasiada imaginación.
Intentar satisfacer esta demanda sustituyendo los combustibles fósiles por agrocombustibles llevará inevitablemente a la competencia entre la alimentación de las personas y la alimentación de los autos. No podemos permitir que haya gente en el mundo que pase hambre simplemente para que los autos puedan circular. Por eso campañas como “Llenando Tanques Vaciando Territorios” o las consignas relacionadas con el hambre y los agrocombustibles cobran fuerza entre el movimiento social y el ambientalismo.
Los debates no cesan ahí. Preguntas sobre la manera como se produce y consume la energía están al orden del día. Es claro que uno necesita movilizarse y los combustibles son un medio para ese fin, pero preferiríamos sistemas de ocupación y poblamiento del espacio que hicieran más cortas las distancias. No se puede confundir el medio con el fin, la necesidad con el satisfactor (Max Neef, 1984). Más que nuevas reglamentaciones para el manejo de los agrocombustibles y medidas para que haya una reducción en su consumo, que sin duda son importantes, tendría que procurarse, como lo proponen algunas corrientes, objetar al desarrollo o apelar al decrecimiento económico, que Martínez Alier adjetiva como sustentable, y promoverse economías por fuera del mercado capitalista, que se alejen del intercambio ecológico desigual, que aboguen por la defensa de las soberanías de los pueblos y actúen en contra de la distribución ecológica y económica desigual, que demanden el reconocimiento de la deuda de CO2 y la deuda ecológica, y otros aspectos que nos encaminen hacia sociedades sustentables. Quiérase o no, las alternativas han de ser holísticas y complejas.
Por otra parte, no se trata del comercio justo de emisiones o de mercancías sobre el que ya se dio un amplio debate a raíz de la propuesta de libre comercio de Oxfam, frente a la cual Vandana Shiva (2002) demostró que al basarse en el “acceso al mercado de los países ricos importadores, se oculta y hace invisibles los costos económicos, sociales y ecológicos generados por las políticas agrarias obsesionadas por la exportación y dominadas por ésta en los países pobres del Tercer Mundo (…). Aunque se llama a los países ricos a hacer un sacrificio, son los países pobres a los que se les pide un autentico sacrificio”. En general, este aumento de las exportaciones agrícolas suele ser en detrimento del consumo local y nacional; los ingresos adicionales en dólares nunca compensan los costos ambientales y sociales, ni la perdida de estrategias de subsistencia de los agricultores y pescadores locales desplazados por los agronegocios. Además hay que estar sometidos a los factores de cambio que suelen ser favorables a países ricos en divisas y desfavorables para países de economías frágiles. Por ello, antes que esperar que sean los agrocombustibles los que resuelvan los problemas del campo hay que abogar por verdaderas reformas agrarias y acuarias sustentables.
No cabe duda que hay que priorizar la producción de alimentos, la ocupación campesina intensiva en mano de obra y la soberanía de los pueblos sobre los dones de la naturaleza.
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[1] Ver: biofuelscongress.org/index_esp.asp Consultado 01-31-2007
Vélez, Hildebrando, 2007, “Inundados por el desarrollo”, en CORREA, Hernán (Ed.) Colombia, ¿un futuro sin agua?, Desde Abajo, Bogotá.
Oecd. 2006. “Agricultural Market Impacts of Future Growth in the Production of Biofuels”. Working Party on Agricultural Policies and Markets, Paris.
Coronil, Fernando. 2005 (2000), “Del eurocentrismo al globocentrismo: la naturaleza del postcolonialismo”; en Lander, Edgardo (Comp.), La colonialidad del saber: eurocentrismo y ciencias sociale.; CLACSO. Buenos Aires.
Lander, Edgardo (comp). 2005, La colonización del saber, CLACSO, Buenos Aires.
Calderón, Álvaro, et. al. 2003. La inversión extranjera en América Latina y el Caribe. CEPAL, Chile
The IPTS report. 2006. The Institute for Prospective Technological Studies. http://www.jrd.es/home/report/spanish/articles/vol76/TRA2S766.htm
Environmental Health Perspectives. 113, #11, nov 2005, http://www.ehponline.org/members/2005/113-11/sheres.html
“Ethanol fuel from corn faulted as 'unsustainable subsidized food burning' in analysis by Cornell scientist”. Agosto 2001. http://www.news.cornell.edu/releases/Aug01/corn-basedethanol.hrs.html
Max-neef, Manfred (1982), 1984. La economía descalza, Nordan, Buenos Aires.
Shiva, Vandana, Junio 17 2002, “Exportación a toda costa. La receta de libre comercio de Oxfam para el Tercer Mundo”.
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