En 2021, quienes trabajamos en la construcción de sistemas alimentarios justos, equitativos y que operan dentro de los límites planetarios, tenemos mucho trabajo por hacer. El cambio climático, la pérdida de biodiversidad y la rápida disminución de la fertilidad del suelo están dañando seriamente la salud de las personas y del planeta, dislocando a las sociedades y amenazando los sistemas alimentarios de todo el mundo. Hace cinco años se alcanzó un compromiso a escala mundial para eliminar el hambre en 2030, pero desde entonces hemos perdido mucho terreno. Se estima que 690 millones de personas pasaban hambre en 2019 y más de 2 mil millones carecían de acceso a alimentos seguros, nutritivos y suficientes de manera regular. Y esto antes de que la pandemia de COVID-19 aumentara aproximadamente 130 millones al número de personas que padecen hambre, empujara a innumerables millones más al borde de la hambruna y pusiera en riesgo un tercio de los medios de subsistencia de las personas involucradas en la producción agroalimentaria.
Al mismo tiempo, las relaciones de poder en los sistemas alimentarios y en la economía mundial en general están cambiando a una velocidad vertiginosa. En 2008, las empresas más poderosas del mundo eran las que hacían perforaciones de pozos petroleros y comerciaban con sus valores. Doce años después, los cinco principales titanes corporativos del mundo venden algo tan intangible como los datos y tienen un valor de mercado que supera el PIB de continentes enteros. Los nuevos gigantes biodigitales están preparados para dar el siguiente paso: desplegar los datos masivos y el ADN digital en la industria farmacéutica, los mercados de alimentos y los sistemas financieros de todo el mundo. El “multisectorialismo” se vuelve ubicuo en la medida que las corporaciones, conscientes de los puntos de inflexión social y ambiental que se avecinan, buscan atraer a gobiernos, científicos y un puñado de organizaciones de la sociedad civil a un nuevo multilateralismo artificial.
Ante este panorama, nos planteamos cómo serían los sistemas alimentarios en 2045 si permitimos que sigan los agronegocios de siempre. Pero también nos imaginamos lo que podría ocurrir si, por el contrario, la sociedad civil y los movimientos sociales tomaran la iniciativa – desde las organizaciones de base hasta las ONG internacionales, pasando por grupos, cooperativas y sindicatos de agricultores, ganaderos y pescadores. Consideramos lo que podría conseguir este “movimiento de largo por la alimentación” si se logra pensar con décadas de anticipación, colaborar entre sectores y escalas, asumir diferencias estratégicas, trabajar con los gobiernos y presionarlos para que actúen, y transformar los flujos financieros, las estructuras de gobernanza y los sistemas alimentarios desde la base.
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