La Escuela Agroecológica y Territorial Manuel Quintín Lame es un aporte desde las comunidades y organizaciones sociales del sur del Tolima a la construcción de paz en Colombia. Esto se explica desde varias situaciones, la primera en el autoreconocimiento del esfuerzo permanente que realizan las organizaciones y comunidades para que este país mejore en lo social, ambiental, político y económico desde un compromiso serio con la inclusión, el respeto, la tolerancia; pero también porque fue importante hacer pausas en los espacios formativos para entender los debates derivados del acuerdo de paz entre el gobierno nacional y la guerrilla de las Farc-Ep. Esto se explica por las siguientes condiciones del contexto sociopolítico:
La Corte Constitucional en la Sentencia T-025 y su decreto reglamentario 004, determinaron que el pueblo pijao se encontraba en riesgo de desaparecer. Y varias causas evidenciaron la relación entre los conflictos ambientales, territoriales, de superposición de justicia; como elementos que potenciaron los riesgos de este pueblo.
No obstante, en medio de un escenario que ponía en condición de profunda soledad e incomprensión a las poblaciones rurales del país, al poner a competir sus voces y sus apuestas con quienes desde las ciudades entienden de manera distinta el conflicto armado del país, se trazaron propuestas de esperanza y de construcción de país: el cuidado de los territorios, la recuperación de los ecosistemas, semillas y razas criollas, el fortalecimiento de los gobiernos locales, las alternativas a los modelos hegemónicos del desarrollo actual. La Escuela Agroecológica y Territorial Manuel Quintín Lame fue una de esas propuestas concretas.
Por eso la Escuela, en varios de sus encuentros, se planteó debates de fondo en torno a una paz posible, real, simple:
En primer lugar, al considerarla como una única oportunidad histórica. La paz entre el gobierno y uno de sus contradictores históricos más fuertes, constituía sin duda un paso para que realmente se construyera civilidad, inclusión, respeto como aporte a una sociedad agobiada, irrespetada y bastante escéptica.
Esa paz también tiene sus matices, puesto que se nutre de unos elementos históricos centrados en el campo, en la ruralidad de los campesinos, indígenas y afrocolombianos, que en suma pusieron los combatientes de todos los lados, los escenarios de guerra, los costos sociales y ambientales. Se requería pensarla desde abajo, dijeron varios y varias escuelantes. Pensarla desde las comunidades y desde quienes han sido los más afectados por la guerra, la destrucción y los más excluidos de la paz y su construcción.
También se discutió que la paz no nace desde que se sentaron las principales partes en conflicto (gobierno y Farc– Ep) a negociarla. La paz en el sur del Tolima lleva mucho rato haciéndose: los procesos de las mujeres indígenas y campesinas de Coyaima para recuperar semillas y sembrarlas en los suelos deteriorados y desertificados han hecho un aporte a la paz ambiental, el quitarle los hijos a los grupos armados, al promover los guardianes y guardianas que protegen las semillas, el agua y el conocimiento, están pensando incluso en las generaciones que no han nacido.
Los gobernadores y gobernadoras indígenas que ajustan y hacen cumplir la ley especial indígena para ahorrar dolor, iras, frustraciones, han aportado mucho a la paz desde la mano de sus comunidades. Esas manos que acarician el barro, que hacen abono orgánico, que hacen la chicha para compartir y que siembran los árboles para que el desierto no se extienda; están haciendo paz.
Un tercer elemento de las discusiones puestas por los escuelantes de la Escuela es que la paz se debe hacer también con la naturaleza. La guerra desatada contra los ríos al secarlos y contaminarlos con la minería; contra los suelos, agua y aire de los ecosistemas al contaminarlos con venenos de síntesis química, la introducción de los transgénicos, la imposición de semillas certificadas y patentadas vetando el uso de las semillas criollas, el represamiento del Yuma o Magdalena, las concesiones mineras; son actos de guerra. La naturaleza no puede hablar nuestro lenguaje y defenderse oportunamente, eso exige que sus derechos también sean puestos en debate. No parar la guerra contra la naturaleza es un error que nos saldrá muy caro a todos y todas.
La Escuela entonces reafirma que su quehacer es un aporte a la paz que necesita Colombia y es un camino que contribuye a que el sur del Tolima sea una mejor región.
Se reconoce en la escuela un valioso espacio para el rescate de los saberes y conocimientos locales y la articulación de las organizaciones sociales, de la academia y las ong. La escuela realiza un importante ejercicio político en la medida que da fuerza a las propuestas de defensa del territorio, promoción de la autonomía económica, de la soberanía alimentaria y la inclusión de propuestas de las mujeres y los jóvenes.
El diálogo de saberes en dos niveles que se han desarrollado en la Escuela, resulta altamente valioso. En primer lugar los aprendizajes horizontales entre los sabios locales que intercambian semillas, conocimientos, aprendizajes y miradas sobre sus territorios y en segundo lugar el diálogo entre la academia universitaria y el saber indígena y campesino.
Las investigaciones por parte de los escuelantes constituyen un ejercicio vital que constituye el eje central de la escuela. Sus resultados, sus motivaciones y el impacto que logra generar a presente y futuro son aportes a la región, a las comunidades y a los procesos organizativos. Pero también constituye un llamado a la academia para evidenciar la necesidad de que haya construcción de conocimiento con función social y ambiental.
Sesión de escuela itinerante en el resguardo de Pocará. Ortega - Tolima. Foto: Viviana Sánchez
Calle 28A No. 15-31 Oficina 302 Bogotá Teléfono: (57)(1) 7035387 Bogotá, Colombia. semillas@semillas.org.co
Sitio web desarrollado por Colnodo bajo autorización del Grupo Semillas
MAPA DEL SITIO | CONTACTENOS