No todo se compra. No todo se vende
Somos el Pueblo Indígena Zenú, herederos del legado de los caciques Pancenú y Fancenú quienes asumieron la responsabilidad de nuestros dioses de gobernar a su pueblo con sabiduría y prudencia. Bajo su tutela y dirección los zenúes lograron significativos avances que los acercó a la creación: estudiando los movimientos de la naturaleza y del cosmos desarrollaron sesudas obras que les permitió por ejemplo controlar la furia de los ríos (actualmente se desbordan ocasionando grandes perjuicios a las comunidades ribereñas), no en vano el sistema de drenaje que concibieron y desarrollaron ha sido comparado con las magníficas obras de ingeniería que se desplegaron en otras latitudes y pueblos, como en Mesopotamia. Entendieron el agua y se volvieron ríos.
Comprendieron también el lenguaje de los metales y se convirtieron en avezados orfebres. Observaron el entorno con detenimiento y paciencia hasta desarrollar sencillas creaciones que hoy por hoy son orgullo nacional. Como el sombrero vueltiao. Intimaron con las plantas y conocieron sus secretos, sus poderes, no en vano la medicina tradicional Zenú es un aporte mayúsculo a la salud occidental. Tanto humana como animal.
Se supieron partes integrales del todo y entendieron que su albedrío no era suyo, de tal forma que la humildad se volvió una constante. Una constante para seguirse fundiendo en una unidad indisoluble con la Madre Tierra: hablaba con el tigre, reían con el colibrí, platicaban con las piedras, jugaban con el viento, descalzos corrían por la hierba húmeda que escondía las espinas para no lastimarlos.
En medio del sol y la luna y sobre el verdor del suelo estaba el Pueblo Zenú. En medio de la codicia y la arrogancia y sobre el piso de su ego estaba el hombre blanco, que desoyendo las advertencias del trueno encarnó la más tozuda y virulenta tragedia que la historia no ha querido registrar. Ni compensar.
Somos el Pueblo Indígena Zenú, actuales descendientes de aquellas gloriosas épocas; de esas valerosas mujeres y hombres. Somos más de treinta mil nativos dispersos en las enormes sabanas de Córdoba y Sucre. Si bien la corona española redujo nuestro enorme y otrora territorio a no más de ochenta mil hectáreas, tan solo ejercemos control en unas doce mil y como resultado de la nueva cruzada por la tierra que ha sido encarnada por intereses personales, políticos y corporativos que han pretendido –y lo han logrado en muchos casos, diezmarnos, acorralarnos, atemorizarnos. “Los Zenú no existen” –pregonaban los edictos oficiales con los que se buscaba expropiarnos de nuestros territorios. Nos obligaron a olvidar la lengua tradicional –hasta perderla, alteraron nuestros usos y costumbres, mancillaron nuestros preceptos, desfiguraron a nuestros dioses. Perdimos muchas cosas para siempre, empero, hubo algo que jamás pudieron someter: la dignidad.
Del olvido, de las cenizas, del desprecio, de la manigua indecible comenzó a surgir esta nueva raza de hombres quienes entendimos que el futuro no está adelante sino atrás, así, comenzamos a hacer memoria hasta entender que los principios no se negocian ni se parcelan. El viento trajo a nuestra casa la palabra de los espíritus que nos hablaron en Wajiba, solo entendíamos su significado en los sueños y por eso estuvimos dormidos por muchos, muchos años. Pero hoy, con el paso del tiempo, comprendimos su mensaje y despertamos de aquella larga noche. Entendimos que debemos caminar en pos de nuestro libre derecho a la autodeterminación y comenzamos a luchar por lo que nos fue hurtado.
De a poco hemos venido recuperando las pertenencias. Primero fue la confianza, luego la serenidad, posteriormente la madurez, más adelante la rebeldía. Con estas herramientas nos convertimos en Guardianes de la Madre Tierra que a gritos pedía su liberación. Y lo hemos venido haciendo. Ahora estamos dispuestos a recuperar la soberanía alimentaria y tomamos la decisión de declarar a nuestro resguardo como Territorio Libre de Transgénicos. Ello, como consecuencia del oscuro panorama que parece posarse en nuestro horizonte, encarnado en esta ocasión por políticas y dictámenes (como el TLC, los agroquímicos y de manera reciente los organismos genéticamente modificados) que pretenden convertirnos en números, en clientes de mercachifles que desean ponerle precio a todo cuanto pueda ser susceptible de vender y comprar.
Somos el Pueblo Indígena Zenú. Nuestros mayores y dioses nos dijeron que nuestra pelea no es solo nuestra y por eso cuando declaramos el resguardo como Territorio Libre de Transgénicos lo hicimos también por el desamparado, por el atropellado, por el ignorado, por el desplazado, por el violentado, por el hambriento. Cuando recuperamos la madre tierra la hacemos también por el citadino a quien el banco lo ha expropiado de su apartamento, de su casa. Cuando procesamos plantas medicinales lo hacemos de igual forma por los desahuciados, por las damnificadas con la Ley 100, con la privatización de la salud y con el cierre de los hospitales.
Declaremos nuestros corazones como Territorio Libre de Envidias. Nuestra cabeza como Territorio Libre de Prejuicios. Declaremos a Colombia, a Sudamérica y al mundo entero como Territorio Libre de tiranos, de dictadores, de transnacionales.
Somos el Pueblo Indígena Zenú. Nuestra pelea también es la suya. Ahora, por siempre y para siempre.
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