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Siembra feminismo campesino y cosecharás libertad

Agencia de Noticias Biodiversidadla / Junio 01 de 2020 / Este artículo ha sido consultado 785 veces

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¿Cuándo comenzamos a hablar de soberanía alimentaria? ¿Cómo es que la agroecología se convirtió en una de las concepciones políticas más pujantes del siglo XXI? ¿Qué lugar ocupa el feminismo en el rumbo de la producción de alimentos? Para entender la reconfiguración del campo como principal actor de disputa en la lucha contra el modelo neoliberal y extractivista, es necesario observar dentro del mismo a su semilla: la lucha de las mujeres rurales y campesinas contra la opresión patriarcal de los cuerpos y los territorios. Para comprender dónde estamos paradxs hoy, es preciso conocer los procesos que nos han traído hasta aquí.

Entrevista a Francisca “Pancha” Rodríguez, de ANAMURI.

La semilla es el corazón de la soberanía alimentaria. Está tan claro para nosotras que, si nuestro corazón deja de latir, inevitablemente se acaba la vida; si nuestra semilla desaparece se acaba la vida, nuestra vida, la vida de las comunidades campesinas, de las comunidades indígenas. Pero también se acaba la vida de la que respiran nuestros países."

Pancha Rodríguez, abril de 2006, entrevista de Biodiversidad [i]

¿Cuándo comenzamos a hablar de soberanía alimentaria? ¿Cómo es que la agroecología se convirtió en una de las concepciones políticas más pujantes del siglo XXI? ¿Qué lugar ocupa el feminismo en el rumbo de la producción de alimentos? Para entender la reconfiguración del campo como principal actor de disputa en la lucha contra el modelo neoliberal y extractivista, es necesario observar dentro del mismo a su semilla: la lucha de las mujeres rurales y campesinas contra la opresión patriarcal de los cuerpos y los territorios. Para comprender dónde estamos paradxs hoy, es preciso conocer los procesos que nos han traído hasta aquí.

La Campaña Continental 500 Años de Resistencia Indígena, Negra y Popular (1989-1992), convocada por organizaciones campesino-indígenas de la Región Andina y el Movimiento Sin Tierra (MST) de Brasil, fue el disparador para organizarse contra las políticas de saqueo y la implantación del agronegocio en los campos en la década del ‘90. Así, en 1994 nace la Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo (CLOC). Dos años después, en Roma, se lleva a cabo la Cumbre Mundial sobre la Alimentación donde, durante cinco días, se debate sobre la erradicación del hambre en el mundo y la garantización de la seguridad alimentaria. Es entonces cuando la CLOC-Vía Campesina redefine el término "seguridad alimentaria". Porque ¿qué es lo que los dueños del mundo conciben como seguridad? ¿Seguridad en términos cuantitativos o equitativos? ¿Acaso el derecho a comer no se relaciona con el derecho del campesinado a decidir sobre su propia producción, de acuerdo a la cultura de los pueblos? De esta manera, el concepto de Soberanía Alimentaria fue acuñado desde la misma lucha por la tierra y la agricultura milenaria, otorgándole el marco político a los movimientos rurales y campesinos en resistencia contra el agronegocio y el monopolio terrateniente.

25 años después, el debate ha echado raíces.

Francisca “Pancha” Rodríguez es representante de ANAMURI (Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas de Chile) dentro de la CLOC y es una de las fundadoras de La Vía Campesina. Una de las guardianas de la tierra, de las semillas, de los recursos, del futuro, tejedora de salidas colectivas contra todas las violencias hacia la vida y la libertad.

- ¿Cómo comienzan a organizarse las mujeres dentro de la CLOC y qué actividades vienen desarrollando? ¿Cuándo empiezan a identificarse como feministas, cómo ha incidido en la organización y cómo fue ese proceso?

- “Las mujeres no empiezan a organizarse dentro de la CLOC, ya veníamos organizadas y construir la CLOC fue trabajo conjunto de hombres y mujeres. La organización de las mujeres tiene historia, pero una historia no reconocida, a veces ni por nosotras mismas. Pero la verdad es que siempre hemos estado ahí, siempre hemos sido artífices principales de la producción y en momentos difíciles se hace mucho más visible. Y fue lo que pasó con la constitución de la CLOC. Significó construir este proceso de unidad y de lucha sumando sectores nuevos en alianza. Los sectores de los pescadores, de los pueblos originarios y principalmente de las mujeres que se expresaban en la diferentes actividades que contiene la vida del campo, que yo siempre digo “la estrategia de supervivencia” que las mujeres hemos creado. Que están entorno de nuestra identidad con la tierra, especialmente la artesanía, la transformación de alimentos, el trabajo de recolección. Entonces en los tiempos difíciles todo el saber, todo el quehacer de las mujeres se pone en primera línea, como estamos ahora.

Creo que el movimiento feminista en América Latina tuvo una presión más fuerte en lo que fue la lucha por la recuperación de la democracia en los países, y es un feminismo que emerge muy comprometido con la lucha de los pueblos. Eso también fue generando una nueva cultura de mujer, de la cual nosotras no nos quedamos al margen porque ya había un proceso importante de participación de las mujeres que reclamaban espacio dentro de las organizaciones, y que se ha ido empoderando. Eso tiene que ver también con el proceso a nivel internacional, o sea, para nosotros (aunque aparentemente pasó por nuestra espalda lo que fue el decenio de la mujer) no fue tan así. Yo creo que todavía nosotras no evaluamos lo que significó ese proceso, esta fusión que hubo ligeramente entre las mujeres feministas y los sectores populares. Nosotras éramos un sector aparentemente nuevo, que emergía con fuerza de lo que fue la Campaña de 500 años de Resistencia Indígena Campesina Negro Popular, de lo que fue la construcción de la propia Vía Campesina y la construcción de la CLOC, donde la mujeres siempre estuvimos presentes. Fuimos avanzando cada vez un poco más en nuestra historia de estas últimas décadas, marcada por tomar protagonismo en un proceso de lucha por la soberanía alimentaria, por el derecho a la tierra, por la defensa de nuestros recursos naturales.”

Por aquellos años, en muchos territorios de América Latina, se consolidaba el paso de la agricultura campesina a la producción industrializada de la mano de la “revolución verde”, iniciada en la década de 1970. Los campesinos y campesinas eran (y son) un obstáculo en los planes monopolizadores del mercado de las grandes transnacionales, y en las nuevas formas de injerencia y apropiación rediseñadas a través de los TLC. El rol de las mujeres fue tomando la notoriedad históricamente invisibilizada en torno a la producción de alimentos para el mundo. Resistir para seguir existiendo. En esa lucha por la existencia de la agricultura ancestral, de los pueblos, de las identidades, de los recursos, el empoderamiento de las mujeres fue conformando un nuevo marco político que se enlazó perfectamente al de la soberanía alimentaria: el feminismo campesino y popular.

“Nuestra participación política es entender en dónde estamos y hacia dónde queremos ir, por eso es que logramos establecer paridad de género dentro de la CLOC y la Vía Campesina, estar en el debate político, hacernos visibles, establecer espacios propios de discusión donde nosotras aportemos a las grandes decisiones del movimiento campesino, y el movimiento campesino lo contemple en sus resoluciones. De ese modo es que emerge la paridad de género, de esa forma surgen la campaña por la Soberanía Alimentaria y la campaña por nuestras semillas. De ahí nace la Campaña contra las violencias a las mujeres en el campo y, más allá del campo, contra la violencia en todas sus expresiones, contra la violencia que se vive en las comunidades pero que mayoritariamente nos va golpeando y nos va afectando a las mujeres como tales. Esto nos lleva a un desarrollo político muy vertiginoso del movimiento campesino en América Latina que cada vez va alcanzando más notoriedad. No solamente es la lucha por la soberanía alimentaria: es la lucha por la reforma agraria, es la lucha por el agua, por la defensa de los territorios y de nuestra biodiversidad. En esa lucha nosotras estamos muy presentes, visibles y sensibilizadas.

Para nosotras, llegar a definirnos como feministas fue un proceso que no ha sido fácil. Ya son más de diez años que llevamos en este debate. Pero fue un paso político en un momento en que el movimiento campesino definía políticas para la construcción de un nuevo modelo de sociedad enmarcada dentro del socialismo. Nuestra primera consigna fue decir que entrábamos a este debate tomando toda la experiencia histórica -no es que partimos de cero- y reconstruyendo procesos que han sido descalificados desde el punto de vista del interés del capital. Por lo tanto, nosotras dijimos: aquí no puede haber socialismo si no hay feminismo. Entonces "sin feminismo no hay socialismo". Y fuimos reconstruyendo un proceso que nos llevó a teorizar, a escarbar para atrás y ver desde el punto de vista de lo que había sido históricamente el papel de la mujer en la agricultura. Ha sido un proceso muy interesante para entrar a mirar en qué minuto las mujeres se han relegado a un segundo plano. Cómo el capitalismo se expresa y genera estas diferencias profundas de género, cómo se convierte el patriarcado en una herramienta que sostiene este sistema y cómo va satanizando el debate y la construcción política. Yo creo que en eso estamos de vuelta.”

“Nosotros tenemos paridad de género, porque nosotras reclamamos y levantamos ese derecho de estar en igualdad, si estamos en igualdad en el trabajo en el campo, también dirigiendo el movimiento” [ii]

Pancha Rodríguez, marzo de 2017, entrevista de Revista Pueblos

¿Qué es el feminismo campesino y popular y cómo se construye?

- “Cuando estamos hablando de feminismo, al igual que cuando hablamos de soberanía alimentaria, nosotras hablamos de derechos: de los derechos de las mujeres, de los derechos de la madre tierra, de los derechos de campesinas y campesinos. Entonces ¿cómo hacemos una mixtura, desde nuestros derechos, que nos de un marco frente a la sociedad que aspiramos? Es un proceso que no acaba, no termina.

Lo hacemos mirando hacia la propia construcción de los pueblos indígenas, desde la visión dual, desde la complementariedad y viendo cómo esa cosmovisión dual podría nutrir este nuevo pensamiento. Por ejemplo el valor que tienen -y lo que significan para nosotras- nuestras semillas, la significación de vida que tiene nuestra semilla y lo que nos ha devuelto: la soberanía alimentaria; este rol tan importante de las campesinas y los campesinos que es producir los alimentos que los pueblos necesitan. Pero también dentro de eso está nuestra propia creatividad, nuestra creatividad infinita de transformar la producción y convertirla en alimento, en generar un espacio tan importante de encuentro, de reencuentro y de construcción dentro de la cocina, lo que para algunas mujeres de la ciudad o para algunas feministas es poco aceptable. Yo creo que pasará un tiempo antes de que se entienda que tenemos que tener una mirada feminista donde tengamos muy presente la cultura de los pueblos y la identidad, porque nosotras hemos perdido mucho la identidad en términos generales. Nos han arrebatado nuestra propia identidad para ponernos carteles que nos alejan incluso de la realidad de lo que somos. Ya no somos campesinas, somos productoras, somos microempresarias, somos emprendedoras, somo mujeres competitivas, somos innovadoras y resulta que ninguna de esas identidades que nos dan van resolviendo los grandes problemas que hoy día tenemos las mujeres, en función no solamente de lo económico, sino que de lo político, de lo cultural, de mejorar la calidad de vida, de poder preservar nuestro territorio y, dentro de nuestros territorios, lo que significa nuestra cultura y nuestra propia espiritualidad. Entonces creo que hoy día hay una profunda admiración a la gracia, la valentía que tiene el movimiento feminista joven, pero también desde el punto de vista de las mujeres y la gente del campo, del conservadurismo que todavía está muy presente, hay un temor, hay un miedo y un rechazo que nos puede retrasar en este debate sino encontramos los puntos de encuentro. Porque por eso decimos nosotras que nuestro feminismo es un feminismo político y de clase, es un feminismo liberador, desde la lucha de los pueblos, desde las comunidades. Es un feminismo que lucha contra la violencia y para terminar con el acoso como una práctica del patriarcado. La comunicación llegó al campo para arrancarle lo que estaba muy escondido y generar una cultura rupturista frente a esta costumbre, a esta situación tan silenciosa, estas tradiciones que son tan atentatorias contra nosotras.”

La CLOC - Vía Campesina realiza, cada dos años, la Escuela Continental de mujeres del campo, fortaleciendo la formación política con perspectiva de género, la reflexión, el encuentro y el intercambio, hacia la construcción colectiva de un feminismo campesino y popular.

¿Cómo tejemos puentes entre los distintos cuerpos-territorios? Quizás la mirada sobre lo concreto, sobre lo tangible, sobre cada paso, nos permita identificar a los procesos históricos de los territorios en la historia propia de nuestros cuerpos. La identidad, la memoria de las semillas, el agua que nos entrelaza y este borde tan filoso al que nos condujo el sendero del capitalismo salvaje deben reencontrarnos asimilando que desalambrar y despatriarcalizar son sinónimos esenciales en este proceso de cambio donde la agroecología resulta central.

-¿Cómo se vincula la agroecología para la soberanía alimentaria con el feminismo campesino y popular? ¿Cuáles son las fortalezas adquiridas de cara al futuro y cuál es el horizonte de lucha?

- “Sin duda que requerimos de un reencuentro en un debate más profundo entre campo y ciudad. Yo creo que la pandemia tiene un fuerte impacto en nosotros. Porque en el campo tú tienes que hacer cuarentena pero tienes que seguir produciendo, entonces la soberanía alimentaria cobra una fuerza muy mayor para nosotros, que la hemos construido, durante todos estos años, como una identidad. No podemos pensar que la soberanía alimentaria sea un discurso nomás y no un reconocimiento como tal. Es necesario ese debate. Si no, la agroecología corre riesgo. A nosotros la soberanía alimentaria nos devolvió identidad desde el punto de vista del trabajo de las mujeres. Nos lleva a reconocer como formas válidas nuestro sistema productivo, los sistemas centrales, los que han sido amigables, cuidadosos con la tierra y el medio ambiente, los que nos han proporcionado únicamente los alimentos, los que han generado un puente importante entre el campo y las ciudades, los que le dan cultura e identidad a los pueblos y a la localidad. Creo que esta necesaria conversación, este necesario debate, lo vamos a hacer después de esto. Yo tengo mucha esperanza, creo que la consigna nuestra que generó la Vía Campesina “globalicemos la lucha, globalicemos la esperanza” hoy día se tiene que invertir: tenemos que globalizar la esperanza para fortalecernos y continuar la lucha, tenemos que abrir nuevos caminos de diálogo. Creo que en este momento el vínculo entre campo y ciudad se va afianzar más, porque la gente de la ciudad ha entendido que el garantizar la alimentación, el poder enfrentar estas situaciones de crisis tan terribles, se hace con los campesinos y las campesinas, se hace mirando lo que la tierra nos puede dar. La soberanía alimentaria cobra una validez tremenda, pero por sobre todo, en este periodo el quehacer, el luchar, el resistir de la mujeres también se pone en un punto bastante alto. Estamos en una época diferente, es momento de rehacer la huerta, de poder rehacer los jardines, de darle un sentido nuevo a la vida. Y eso nos acerca profundamente a las mujeres del campo y de la ciudad. Nuevamente se tiende un cordón importante entre el mundo rural y el mundo urbano, y eso no lo podemos perder. Tenemos que rehacer ese caminar, que es lo que nos va a dar un cambio definitivo donde podamos construir el mundo que queremos: paritario, donde nuestros derechos y los derechos de los pueblos estén consagrados y donde los pueblos indígenas, los pueblos originarios, recobren su territorio y podamos mirarnos como hermanas y hermanos. A lo mejor podríamos decir que son sueños de vieja, pero yo creo que son sueños de futuro. En los momentos en que estás en el silencio de la casa, empiezas a pensar en lo que fue, en lo que ha sido tu vida, lo que has aprendido de ella y lo que estás aprendiendo de los tiempos que vienen y la incertidumbre que te da que aún no seamos capaces de consolidar procesos que nos lleven a un cambio definitivo. Solamente te digo: el trabajo de hormiga, el trabajo político, el usar estas redes sociales, el animar la esperanza... yo creo que es lo que nos va a permitir salir victoriosos hacia un mundo nuevo.”

Aunque los procesos sean largos, los sueños de futuro siguen naciendo. La reforma agraria, integral, feminista y popular continúa siendo la meta. Al igual que en los tiempos de la siembra, es necesario rotar, sumar nuevas miradas, reencontrarnos con viejas semillas para una nueva humanidad, hacer, rehacer, brotar, rebrotar, seguir naciendo, seguir soñando y desalambrando, sanando de tanto agrotóxico, prejuicio y dependencia. La cosecha, con certeza, llegará. Con agroecología y feminismo, habrá libertad.

Notas:

[i] www.grain.org/es/article/entries/1099-entrevista-a-pancha-rodriguez

[ii] www.revistapueblos.org/blog/2017/08/03/francisca-rodriiguez-pancha-somos-las-guardianas-de-la-tierra-vivimos-donde-estan-los-recursos-y-nuestra-tarea-es-luchar-y-preservarlos-mirando-hacia-las-futuras-generac/










Publicado en Junio 01 de 2020| Compartir
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