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La Cosmopolitana: Recuperación del alimento y las culturas ancestrales en la Altillanura colombiana

Roberto Rodríguez, Fundación La Cosmopolitana , Colombia, Septiembre 23 de 2012, Este artículo ha sido consultado 970 veces

El municipio de Puerto Gaitán, ubicado en el departamento del Meta, tiene una extensión territorial de 17.499 Km2, en donde habitan alrededor de 22.200 personas, de las cuales el 43.19% corresponde a las etnias Sikuani, Piapoco y Saliva. Puerto Gaitán, y en general la altillanura del oriente colombiano, constituyen una región de enormes potencialidades. Su pluralidad cultural, su patrimonio ambiental, sus recursos naturales, así como la belleza de su geografía, compuesta por sabanas y bosques de galería, ofrecen condiciones excepcionales para obtener un desarrollo económico y social, que podría generar bienestar al conjunto de sus habitantes y a las generaciones por venir. Pese a este futuro promisorio, sus pobladores vienen siendo afectados negativamente, ya que viven las consecuencias del conflicto interno en sus diversas manifestaciones. El número de desplazados y reubicados ha aumentado de forma dramática en los últimos años, al tiempo que empeoran las condiciones de vida, en especial, de los pueblos ancestrales, los cuales vienen padeciendo los efectos del daño ambiental, así como el asedio de los inversionistas nacionales y transnacionales. Estos pueblos ancestrales padecen, además, a causa del cultivo de coca y del deterioro de los recursos naturales, graves problemas alimentarios.

Precisamente por estas y otras razones, para el año 2004 monseñor Alberto Rozo, obispo del Vicariato Apostólico de Puerto Gaitán, le solicitó a la fundación La Cosmopolitana la colaboración para el desarrollo de un proceso de formación, capacitación y acompañamiento de algunos pueblos indígenas, ubicados en el departamento del Meta y del Vichada. Gracias al apoyo de Misereor  se encaminó un proceso de recuperación del alimento, de los bosques de galería, pero ente todo, de la cultura, la identidad y la cosmovisión, propias de los valores indígenas .

Mientras el proceso de acompañamiento técnico y humano a los pueblos indígenas  avanzaba, nos inquietaban las penurias que padecían unas cuantas familias campesinas tiradas en las extensas sabanas, entre Puerto López y Puerto Gaitán. Sus niños desnutridos y entristecidos salían a llenar los huecos de la carretera y a recoger las pocas monedas que conductores de las tractomulas petroleras les tiraban. Al atardecer retornaban a sus chocitas calientes, techadas y forradas con plásticos viejos, a tomar agua de panela y comer lentejas, que inicialmente les daba Acción Social.

Se trata de familias que componen las comunidades desplazadas y reubicadas de Las Leonas, Las Delicias y El Rodeo, a quienes, en palabras de Ninfa Daza y demás líderes, “en el año 2005 el Gobierno nacional nos otorgó tierras a manera de predio común y proindiviso  para su usufructo permanente, mediante la resolución No. 0269 del 2005 de manos del señor presidente Álvaro Uribe Vélez, en un acto público ante toda la comunidad, medios de comunicación regional y nacional, en Puerto López, Meta”.

Al entrar en contacto más directo con las cerca de 130 familias reubicadas y 92 desplazadas, sentimos la urgente necesidad de contribuir con la mejora alimenticia, a partir del cultivo de un ¼  de hectárea de sabana - de las 26 que les había otorgado el Incoder-, como primera alternativa de solución al problema del hambre y la desnutrición. El proceso productivo y de desarrollo del talento humano se inició con la selección de 25 familias, quienes deberían cumplir ciertas calidades humanas como requisitos garantes de sostenibilidad en el tiempo. Se priorizaba la unicidad familiar, el sentido de pertenencia, la vocación agrícola y actitud propositiva, en medio de las enormes adversidades que enfrentaban, tanto por la zozobra que generaban las amenazas, como por las condiciones agrícolas tan difíciles, propias de los suelos duros y ácidos de la sabana.

Una vez dichas familias campesinas pasaron por un proceso de formación y capacitación práctica e intensiva en el Centro Agroecológico La Cosmopolitana, retornaban entusiastas a sus predios, preparaban un pedacito de sabana, lo abonaban y sembraban con piña, yuca, ñame, plátano, maíz, tabena, mucuna, canavalia y demás semillas criollas resistentes a la sequía y la pobreza de los suelos. La vecindad se daba cuenta de los pequeños milagros productivos que comenzaban a reverdecer los campos y a reflejarse en los rostros de la gente. Renacía la esperanza y se aumentaba cada vez más la cantidad de familias ávidas de producir, conservar los recursos naturales y mejorar su calidad de vida.

 

Testimonio de Vida

Soy Ninfa Daza, nacida en 1959 en la inspección de Remolinos, Meta. A los 20 años contraje matrimonio con Leónidas Briseño.  De esta unión nacieron cuatro hijos que salieron adelante con mucho esfuerzo y amor.  

En 1987 adquirimos una finca de siete hectáreas, que luego la sembramos con algodón, arroz y maíz, gracias al crédito que nos dio Fedearroz y la Federación de Algodoneros. Cuando en 1998 abrieron las puertas de la represa de Chivor, las aguas inundaron nuestro predio. Al perder todo nos vimos obligados a vender la finca para pagar las deudas. O sea que al final, nos quedamos sin tierra, sin comida y sin trabajo. 

Después de jornalear un tiempo, Corpoica, la Umata Puerto López y el Incoder nos organizaron, junto a otras 126 familias que pasaban por similares condiciones, para que obtuviéramos unos terrenos en el predio de Las Leonas, municipio de Puerto López, Meta. El mismo presidente Uribe nos entregó dichas tierras mediante la resolución 0269 de 2005.

Sentimos mucha alegría por volver nuevamente a tener tierra como campesinos. Pero cuando tomamos posesión, en octubre de 2005, no sabíamos si reír o llorar, al ver esa llanura sin un árbol y tan dura como un mármol. Pero luego comienza un viacrucis en nuestro hogar y 45 familias más, cuando en 2006 nos tildan de testaferros y otra serie de calumnias más, trayendo como consecuencia la revocación de la resolución por parte de Incoder, y luego concediéndosela a otras familias. Lo raro de todo es que ni nos notifican siquiera para salir del predio y todos seguimos en medio de la confusión y la zozobra, generada adicionalmente por las razones amenazantes que llegaban de la vecindad, advirtiéndonos de que cultiváramos mejor flores, en vez de yuca.

Por otro lado,  observamos que paulatinamente se ha incrementado la llegada de empresarios que circundan la vereda de Las Leonas y Las Delicias, tales como la Fazenda, productora de cerdos y enormes extensiones de maíz y soya. También está Bioenergy, un megaproyecto que promueve el cultivo de caña para agro-combustibles, y Mavalle, con considerables extensiones de caucho. Lo extraño es que a estas empresas los programas gubernamentales las están apoyando con incentivos y subsidios, pese a cambiarle el uso al suelo, generar grandes desequilibrios ambientales y enormes desigualdades, en torno a la distribución de las tierras. O sea que todo está patas arriba! Pareciera que valiéramos menos que los chanchos, el combustible para los carros y el caucho para las ruedas. Nos quieren dejar sin tierra, sin comida para los hijos y sin futuro. Mejor dicho, seguiremos desamparados, en medio de la abundancia.

Continué asistiendo a las capacitaciones y practicando todo en mi finca y en mi comunidad, dando ejemplo. Entre todas las cincuenta o más familias de las Leonas, Las Delicias y el Rodeo que nos hemos capacitado, estamos practicando la implementación de huertas caseras, el uso de residuos orgánicos, la recuperación de semillas criollas, el establecimiento de sistemas agroforestales, el banco de proteínas para los animales y también la protección de morichales y fuentes de agua. 

También nos hemos organizado como comunidad para procesar y comercializar los productos agrícolas y, ante todo, para velar por la defensa y el legítimo derecho constitucional y humanitario que tenemos sobre la tierra y la alimentación. ¿De qué nos sirve pues tener una paisaje hermoso, cultivos y animales, si no tenemos seguridad de las tierras? Es algo que nos atormenta todos los días.

Este tipo de testimonios sobre sistemas diversa y orgánicamente productivos, ambientalmente sanos y socialmente constructivos, nos demuestran que sí es posible generar y asegurar el alimento, protegiendo el suelo, el agua, los bosques de galería y las semillas criollas, como legado milenario de la humanidad. Más aún, que la práctica de la agricultura orientada a conservar la vida, no solo alimenta los cuerpos de las personas y los mercados de los pueblos, también alimenta la mente y el espíritu de las familias que armónica y sistémicamente la practican. Ayuda a organizarse, a pensar en conjunto y a concebir la vida como un todo indivisible. Todo ello posible, en la medida que el Estado provea seguridad sobre la tierra y respeto por los territorios, incluidos sus habitantes y ecosistemas.

Ahora bien, si pasamos del mundo micro de estas comunidades, a las demás comunidades indígenas y colonas de la altillanura colombiana, frente a la llegada de tan numerosas compañías nacionales y transnacionales, atraídas por el petróleo, oro, coltán y sus inmensurables sabanas para sembrar palma africana, caña de azúcar, soya, maíz, caucho y maderables, nos preguntamos: ¿Seguridad y soberanía alimentaria para quién? ¿Qué tipo de agricultura y de desarrollo es el que queremos? ¿Qué sucederá con los resguardos indígenas, las reservas y los parques naturales? Sobre éstas y muchas preguntas más se hace urgente inquirir, dada la brecha abrumadora que hay entre un enfoque de desarrollo tendiente cíclicamente a preservar la vida y el otro, orientado a la extracción, acumulación, estandarización y consumo, propia de una mentalidad industrial, sometida a los caprichos de los mercados.

Según el tercer foro de La Altillanura colombiana, celebrada del 3 y 4 de diciembre 2010 en Puerto Gaitán, Meta, al que participaron unos 350 inversionistas internaciones, así como los embajadores de Estados Unidos, Canadá, Alemania, Brasil, y funcionarios del alto gobierno nacional, hay más de 4 millones de hectáreas para el desarrollo agroindustrial, con miras a convertir a este municipio “en la nueva revolución agrícola del país”.  Hay, además, 26 millones de hectáreas más en la Orinoquía colombiana, de las cuales el 53 por ciento constituye Altillanura bien drenada , que podría sumarse a este emporio productivo.

Ya hay numerosas empresas y miles de hectáreas sembradas con monocultivos en esta región, cuyos métodos productivos son los mismos que en otras partes del planeta, han convertido a centros de vida, en espacios áridos de desolación. Los efectos de estos “modelos agroindustriales” reflejados en el cambio climático y el desequilibrio de los ecosistemas, incluido el ser humano, debe llevarnos a un cambio de actitud, frente a nosotros mismos, la naturaleza y la comunidad global; debe conducirnos a valorar más las bondades del sol, las tecnologías limpias, la biodiversidad tropical y el aprecio por la sabiduría ancestral. Bajo este desafío de sana administración biótica y ética podríamos imaginarnos que en la Altillanura colombiana, sí podría ser posible la convivencia equitativa de todos los grupos humanos, en torno a la vida y a la abundancia.

Pese a todas las dificultades iniciamos desde agosto de 2007 la transformación de nuestra finca, luego de haber participado de una capacitación en la granja de La Cosmopolitana. Desde que regresé, con todas las semillas criollas que nos dieron en la capacitación, sembré con mi familia mucha comida y árboles, de acuerdo con una planificación de finca que elaboramos. “El que labra la tierra se saciará de pan” (Prov. 28-19). Aprendí además que “para cambiar mi entorno, soy yo primero quien tiene que cambiar”.

Publicado en Septiembre 23 de 2012| Compartir
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