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Huertos circulares: Estrategia técnica de mitigación a nivel de agricultura de adaptación y conservación frente al cambio climático

William Velásquez Pérez, Colombia, Enero 08 de 2015, Este artículo ha sido consultado 10270 veces

Convivir con la naturaleza me enseñó todo aquello que no aprendí en las facultades de ciencias agropecuarias, donde se diseñaba cualquier tipo de sistema productivo en medio de un “contexto” donde todas las condiciones estaban dadas para ser exitoso. Sin embargo, una vez egresé de la academia y empecé a implementar los “aprendizajes” adquiridos, me topé con una realidad muy diferente. Fue allí, con los productores y en la finca, donde me di cuenta que tenía unos principios básicos, pero que eran insuficientes para enfrentar la difícil situación por la cual estaban atravesando las familias campesinas, indígenas, afros y mestizas, productores del 60% de los alimentos que se consumen en Colombia. Al final creo haber perdido económicamente, pero gané en ideas, reflexiones internas y cuestionamientos que me llevaron a concluir que si quería permanecer en el sector agropecuario, debía explorar otros caminos alternativos, diferentes a los propuestos en esos momentos por la academia.

Fue cuando empecé a acercarme mucho más a Santiago (qepd), mi padre, campesino de Jericó, y mi madre Libia, quienes tuvieron diez hijos (uno muerto recién nacido). Con ellos convivía en la finca y en diálogos y tertulias informales con otros agricultores de la tercera edad traté de entender como ellos sin abonos y concentrados eran productores exitosos y lograban levantar sus numerosas familias. Para sostenerse, diseñaban e implementaban sistemas productivos análogos o parecidos a los bosques naturales, acordes al potencial de recursos disponibles en las fincas y comunidades. Me explicaban como fertilizar la tierra a partir del desyerbe alto con machete de las coberturas presentes en las calles de los cultivos, las cuales una vez cortadas y picadas, eran colocadas en el plato de los cultivos. No tenían problemas con las hoy mal llamadas plagas (insectos con hambre) y enfermedades (desequilibrios del ecosistema) y en un mismo terreno tenían café, frutales, forestales, energéticos, medicinales, pancoger y forrajeras para el alimento de los animales, entre otras especies repelentes, sin la necesidad de agroquímicos, pesticidas, herbicidas, ya que eran inexistentes y además no se requerían para producir alimentos naturales.

Sembraban café una sola vez en su vida, a distancias acordes al tipo de crecimiento del árbol y respetando el espacio de las demás especies que componían sus sistemas productivos. Renovaban sus cafetales haciendo podas a los ejes o tallos más alto del café, ya que tenían claro que el sistema radicular era “intocable” y así año tras año mantenían sus cafetales nuevos y cosechaban un café natural, donde su aroma, fragancia, cuerpo y acidez destacaban las bondades del sistema establecido. Lástima que las “vacas sagradas” del tema, nunca le “pararon bolas” a dichos saberes ancestrales. Además nunca hablaban de competencia entre las plantas, sino de una convivencia armónica entre las diferentes especies vegetales que conformaban sus sistemas productivos. Esta es más o menos una parte de la síntesis de aquellos ricos intercambios de saberes, sabores, semillas y experiencias.

Sin embargo, me seguían rondando “vacíos” técnicos, metodológicos y conceptuales que me llevaron a realizar labores como productor, docente universitario y realizar consultorías en Colombia y Centroamérica, estudios superiores en Israel, Bolivia y Brasil. Los “vacíos” seguían sin respuestas todavía; pero internamente seguí buscando las respuestas y fue en algún lugar del camino que me encontré con León Octavio Osorno, quién al plantearle mis inquietudes, me dijo que la respuesta a estos interrogantes las encontraría únicamente en nuestro maestro universal: la naturaleza.

Fue a León Octavio quién le escuche por primera vez el término “lecturaleza”, que quiere decir básicamente, leer la naturaleza. Las ideas extraídas de mi interlocución con él, me han llevado a llenar muchos de aquellos vacíos que aún sigo teniendo y me retan a explorar hasta hoy día, lo que los bosques naturales o rastrojos altos, las sabanas, las montañas andinas y las zonas inundables como la depresión momposina quieren expresar con respecto a su condición. En mis frecuentes viajes por este bello país, al entrar en contacto con un ecosistema en cualquier región (alta, media o baja), encuentro por respuesta, el camino a seguir en el diseño e implementación de sistemas productivos diversificados incluyentes en concordancia con el contexto social, económico y en armonía con la naturaleza.

¿Por qué el bosque natural no requiere de la aplicación de agroquímicos, pesticidas, herbicidas?, ¿Por qué el bosque natural no requiere de la implementación de sistemas de riego por goteo o inundación?, dudas, vacíos o inquietudes como el uso de compostajes, lombricultura, precursores de crecimiento, asistentes técnicos de “cartón”; teóricos del desarrollo, protección contra las inundaciones, las sequías; además de toda aquella clase de insumos que supuestamente se hacen necesarios para la producción agropecuaria me llevan a creer que nos están imponiendo un modelo no de agricultura, sino de agroindustria de zonas templadas, en donde se requiere voltear el suelo, mantenerlo a libre exposición para poder calentarlo con el sol y aplicarle enésima cantidad de insumos químicos para que pueda producir. 

Es urgente y pertinente hacer un pare, entender y comprender que nos encontramos en el trópico, el ecosistema más rico y auto sostenible del planeta tierra, donde se debe hacer todo lo contrario a las zonas templadas. O sea, en vez de voltear el suelo, mantenerlo cubierto con hojarasca y diseñar sistemas diversificados auto-resilientes, acordes al recurso humano (saberes) y natural (suelo, semillas criollas, fauna local silvestre y migratoria, flora, agua), disponibles en las diversas regiones. Producir alimentos no en base a la demanda del mercado, sino en base a la oferta del sistema productivo establecido.

Se requiere entender de una vez por todas, que entre las plantas no existe competencia. Existe una convivencia armónica. La competencia es “mental”, comercial, y responde a los tratados de libre comercio, sin consulta previa a las comunidades ancestrales. La competencia es política, poder y dinero. Se está impulsando desde los gobiernos de turno no una agricultura incluyente, sino una agroindustria excluyente, especializada en producir dinero, a costa de la salud de las personas, la contaminación y desertización de los ecosistemas. Si existiera competencia entre las plantas, no existiría la amazonía, ni los bosques andinos.

Teniendo algunos indicios o principios con respecto al funcionamiento de los bosques naturales, lo primero que hice para poder hacer una Lecturaleza cercana o acertada de un ecosistema en cualquier región del país, fue tomar consciencia que soy un integrante más de este, que soy parte suya, no soy superior a él, y cualquier actividad contraria al funcionamiento natural de un ecosistema, la estoy haciendo en mi propia contra. Quemar el suelo es quemar mi propia piel. Intoxicar con herbicidas, abonos de síntesis, insecticidas, fungicidas, es intoxicar mi propio alimento. Es acabar la actividad biológica, la cual mediante su digestión alimenta el sistema productivo. Tener cultivos limpios es desnudarnos a nosotros mismos y acabar los sumideros de carbono atmosférico. Es generar condiciones adversas para el desarrollo de un sistema productivo, debido al stress calórico e hídrico. Igualmente, tener en cuenta que la fertilidad de un sistema, se mide por la comida (hojarasca, abonos verdes/cultivos de cobertura y especies de poda) presentes del suelo hacia arriba. El alimento o fertilidad natural de un suelo se produce en el mismo sistema, no se consigue en un depósito de insumos, ni se mide apoyándose en bolsas de tierra enviada a laboratorios para su análisis, donde se mira en base a NPK, sabiendo que un sistema requiere infinidad de elementos nutritivos para su producción.

Así mismo, debemos “despertar” y tomar consciencia que el suelo es el ser vivo más grande que existe en el planeta tierra. Que lo debemos proteger mediante el diseño de medidas integrales de conservación, cualquiera sea su pendiente. Desafortunadamente para muchos es una parte “inerte” de los elementos físicos que componen un sistema. Es importante entender y comprender que el suelo es a las diversas plantas que componen un sistema, lo que el estómago es a las personas. Por lo tanto, el suelo, es el estómago de las plantas, y como tal debe ser tratado.

Algunas de las señales detectadas al interactuar con un sistema, al hacer una Lecturaleza al interior de dichos espacios llenos de conocimiento, me generaron unas ideas las cuales re-creo de forma conjunta y participativa con aquellas personas, proyectos e instituciones que acompaño en diversos lugares del país. Esto se convierte en un proceso y unas actividades estratégicas, las cuales se traducen en una bitácora técnica y metodológica para el diseño e implementación de sistemas productivos naturales diversificados, que mitigan y reducen la vulnerabilidad de las comunidades frente al cambio climático; garantizando su permanencia en sus territorios ancestrales, la seguridad, soberanía y autonomía alimentaria, la autodeterminación, la auto-resiliencia de los ecosistemas tropicales, el relevo intergeneracional y el afianzamiento de la identidad campesina.

El punto de partida para el diseño e implementación de sistemas productivos diversificados en armonía con la naturaleza, debe ser precisamente iniciar con una Lecturaleza de la parcela y el territorio. Esta arroja a nivel del contexto socio-económico, resultados y en el caso de los sistemas productivos, conocimientos en lo pertinente a las especies presentes y ausentes de un sistema. Así sabemos cuáles son abundantes, escasas o se han perdido; o más tolerantes al invierno y/o a la sequía; y cuáles serían las especies más apropiadas para acompañar[1] y crear condiciones climáticas óptimas para el buen desarrollo de las especies priorizadas. Además de establecer las coberturas más indicadas para el suelo, entre otra multiplicidad de información que arroja el ejercicio. Desafortunadamente, lo primero que mandan a realizar los asesores(as) de cabecera al  implementar un sistema productivo convencional o monocultivo con enfoque agroindustrial es tumbar, “desaparecer” todas aquellas especies vegetales que no produzcan maderas finas o algún otro producto de valor comercial. Pues aparte de no representar viabilidad económica, se convierten en “competencia” para el monocultivo y en “hospederos” de plagas y enfermedades; por lo tanto no deben estar al interior y exterior (cincuenta- cien metros) del cultivo principal.

Sin entender, comprender la naturaleza, los sistemas, su funcionamiento y el rol desempeñado por las especies acompañantes nos convertimos en ecocidas. La lucha constante contra la naturaleza es retroceso, priorizar lo económico ante lo esencial de la vida: El respeto por todo aquel ser viviente que habita un ecosistema. Así como acabamos, masacramos un sistema, también se masacran a las personas. Así como se desplazan personas y comunidades enteras, también se desplaza la avifauna que habita un sistema, ya que al desaparecer todas las especies vegetales no priorizadas, se extermina su hábitat natural, y con ello se extermina a los reforestadores naturales de los ecosistemas tropicales. Se suma la “contribución” de los cultivos transgénicos, que como ha sucedido en Estados Unidos, han hecho desaparecer a las abejas, los polinizadores naturales en porcentajes superiores al 70%. Al cortar un árbol, se está sacando una especie de su hábitat natural y perdiendo la conexión del sistema con el universo, anulando la fijación de nutrientes atmosféricos (carbono), la movilización de nutrientes en el suelo, el “arado” natural de un sistema, dejando desprotegido el suelo y expuesto a la erosión y a depender de insumos externos, para alcanzar “falsas” producciones agropecuarias. Es así como se avanza con la locomotora del desarrollo, hacia la desertización de los ecosistemas tropicales.

En ese caminar por diferentes regiones y ecosistemas, en ese estar con la mente abierta como el paracaídas para que funcione, me encontré en la altillanura en una sábana compuesta por guaratara (pasto propio de sábana) y chaparro (Curatela americana). Allí, solo en compañía de dicho sistema, pude apreciar, leer las bondades naturales de dicha especie, la cual para los nativos e indígenas de la región, dicho árbol “solo sirve para lavar las ollas tiznadas de hollín por su lamina foliar áspera. No sirve ni para leña, ya que ahúma la cocina y genera solo humo”. Sin embargo, al mirar detenidamente la especie, se me fueron revelando una serie de ideas, las cuales ajuste, transforme y re-cree en el diseño de sistemas productivos para esta región, considerada para los centros de investigación, “una región pobre en suelos y acida, donde producir alimentos solo es posible mediante el uso de enmiendas y fertilizantes de síntesis. No existe otra forma de producir en la región; salvo que se tumben y se quemen los pocos conucos o rastrojos altos que se tienen”.

Sin embargo para los grandes consorcios económicos y el Banco Mundial, si son tierras susceptibles de ser productivas, para aquellas personas y grupos con capacidad de hacerlas producir (los inversionistas privados); no para la población ancestral que habita la región, donde día a día sus resguardos se ven disminuidos en extensión, sus suelos rodeados de selvas verdes o monocultivos de palma aceitera, caucho, maíz, soya, etc. Y el subsuelo invadido y perforado por inmensos taladros (sísmica) que evalúan y extraen combustibles fósiles para ser vendidos a precios internacionales a nivel nacional; con los consecuentes desastres ecológicos conocidos por toda la población. Afortunadamente para este, no tenemos memoria histórica y lo que hoy es noticia, mañana queda en el baúl de los recuerdos.

La altillanura se transformó en un desafío personal y el mayor reto a corto plazo era diseñar e implementar sistemas productivos, que mínima e inicialmente, generen alimentos para las comunidades indígenas asentadas en la región, las cuales se encuentran al interior de la ordenanza 009/09 o salvaguarda de las comunidades indígenas en peligro de extinción. Lo que pude leer inicialmente en dicha sábana fue que en torno al chaparro, al caer sus hojas al suelo, este, se alimenta de ellas y se empieza de manera circular a inducir una sucesión natural de las especies vegetales. Al igual que en las comunidades indígenas, con el médico tradicional o curaca, que es el protector, el faro orientador, el chaparro, y otros árboles o palmas mayores, se convierten en “guardianes” del futuro sistema. Naturalmente, dichas especies vegetales son el hábitat de la avifauna local, la cual deposita las semillas en el suelo de las especies consumidas una vez “pre-germinadas” en sus estómagos, induciendo una sucesión natural de las especies vegetales y la autoresiliencia del sistema. Es decir, el mismo sistema genera su propia capacidad y forma de recuperación. Desgraciadamente, al estar dichos espacios desprotegidos del ganado, las personas al ignorar la dinámica natural de los ecosistemas, y por otras prioridades, ideas, enfoques, cosmovisiones, truncan periódicamente el avance de la sucesión natural y se vuelve una acción crónica y repetitiva.

 

Los huertos circulares

En el proceso de Lecturaleza de los ecosistemas venía trabajando con medidas integrales de conservación de suelos y con bosques comestibles diversificados o lo que se conoce como sistemas agroforestales sucesionales. Este nuevo escenario, me llevó a diseñar los primeros huertos circulares en la región y el país, siempre en torno a palmas o árboles “mayores” que protegen naturalmente todas aquellas especies sembradas a su alrededor. Donde no se tenían las especies mayores, se definía conjunta y participativamente, cuál especie se quería implementar como mayor. Los resultados aparecieron pronto. Altas y diversas producciones, sin la necesidad de aplicar ninguna enmienda o agroquímico, mostraron el camino, la bitácora a seguir para el manejo de los ecosistemas. Aparte de las pocas semillas nativas con que contaban las comunidades y las semillas criollas que aporté al proceso; la abundante hojarasca, procedente de los inmensos árboles de mango presentes en la altillanura, se convirtió en el principal y único alimento de los microorganismos presentes en el suelo y en la misma hojarasca, cuyo proceso de digestión, generó el alimento suficiente para el sistema productivo diseñado. En los pocos conucos o rastrojos altos también es posible conseguir hojarasca de diversas especies para arropar y alimentar el suelo.

Estos sistemas productivos diseñados e implementados en concordancia con el contexto socio-económico y en armonía con la naturaleza, van a generar alimentos suficientes en calidad y cantidad, durante todas las épocas del año, para el suelo, las personas, los animales, la fauna silvestre local, migratoria y para el mercado local de los excedentes generados en las parcelas, lo cual mejora ostensiblemente la economía familiar campesina. Así mismo, el sistema diseñado, genera su propia fertilidad natural (auto resiliencia), demanda menos cantidad de agua que los sistemas convencional para la producción (30% solamente), además de favorecer las capacidades de las personas y comunidades para la gestión de sus procesos de desarrollo.

A nivel de campo diseñar e implementar un huerto circular, implica contar con un terreno plano y elaborar una especie de compás, el cual se compone de dos palos y un pedazo de fibra, cabuya o manila, de una longitud aproximada al número de círculos a realizar. Se traza desde un punto central con el compás, todos los círculos que compondrán el huerto. El número de anillos y su tamaño, lo determina en buena medida la disponibilidad de terreno que se tenga para su elaboración, las dimensiones de los círculos y el diseño elaborado en papel previamente.

Desde el punto central y con el compás en mano se traza el primer círculo o dona, cuyo diámetro depende de las medidas acordadas. Normalmente, se utiliza una medida que va desde 0.90 hasta 1.80 metros de diámetro. Seguidamente, se traza desde el punto central, el canal o caminadero, el cual tiene unas medidas que van desde 0.40 hasta 0.80 metros de ancho. Una vez trazado el canal o caminadero, se avanza con el siguiente círculo, el cual se traza nuevamente desde el punto central y sus dimensiones van desde 1.20 hasta 1.60 metros de ancho y se sigue así sucesivamente hasta terminar de trazar el terreno destinado para el huerto circular. Trazados todos los círculos y canales, se procede a remarcarlos con una pica, para evitar perder los trazos.

Todo círculo elaborado debe estar acompañado de un canal, el cual se profundizará de acuerdo a la condición pluviométrica del lugar. Si es una zona humedad, inundable, más profundos deben ser los canales y caso contrario si es una zona más bien seca. Toda la tierra a extraer del canal, debe ser mullida o fragmentada en el mismo canal. La tierra surgida del canal debe ser colocada en el primer círculo o dona de manera uniforme. Este proceso de repite hasta llegar al último canal. Elaborado el huerto circular se procede a elaborar el caminadero central, que me permite ingresar a los diferentes círculos o bancales elaborados. Sus medidas varían desde 0.40 hasta 0.80 metros. La tierra surgida del caminadero central, se distribuye en cada uno de los círculos elaborados o en su defecto, puede elaborarse un “jarillón” o terraplén externo luego del último canal elaborado. Este se emplea para sembrar una barrera viva tupida, la cual evita el efecto negativo de las corrientes de aire a los cultivos establecidos.

Teniendo listo el huerto circular se procede a cercarlo con malla y alambre (si se dispone de estos materiales) o estacas de nacedero juntas. Una vez cercado el huerto se procede a sembrar con aquellos cultivos que se hayan definido previamente establecer. Explorar inicialmente el huerto circular con cultivos pioneros, induce naturalmente a preparar la estructura elaborada para recibir a futuro cultivos con unas demandas específicas de alimentos. Luego se procede a acolchar, arropar o a alimentar cada anillo o terraplén elaborado con materia orgánica y hojarasca. Si el huerto se ha elaborado en una época seca o el suelo al momento de construirlo se encontraba seco, se debe hacer un riego previamente para disponer la estructura a la capacidad de campo, que permita recibir las especies vegetales seleccionadas. En caso de no contar con la suficiente agua para el riego del huerto, se procede a implementar un sistema de riego natural por goteo sin agua y sin tubería PVC.

Las siguientes actividades a realizar en el huerto circular, tienen que ver con la observación del desarrollo del sistema y los diferentes cultivos sembrados. Hacer las resiembras y cosecha en el momento oportuno, así como observar los canales o caminaderos y en caso de lluvia, una vez seque el terreno, proceder a recoger todo el limo y la materia orgánica depositada por la lluvia en dichos canales y alimentar los diferentes círculos o terraplenes sembrados con este insumo que proporciona la naturaleza de manera gratuita. Desde un enfoque integral y una cosmovisión del uso y manejo de los diferentes lotes con que se cuenta en una parcela, los huertos circulares se convierten en una alternativa productiva a corto plazo para los patios o pequeños espacios cercanos a la vivienda familiar, la cual genera positivos resultados a nivel social, ya que automáticamente se vincula todo el núcleo familiar y comunitario al proceso productivo. Ambientalmente, su cobertura y hojarasca, se convierten en un sumidero de carbono atmosférico. Los pequeños productores con este tipo de prácticas ayudan así sea en pequeño a enfriar el planeta. Tantos pequeños agricultores juntos adoptando este tipo de prácticas alternativas, aportan significativamente a la disminución del calentamiento global.

Ecológicamente, corresponde a la réplica de los sistemas naturales a pequeña escala, donde se tienen suelos sanos, alimentos sanos y personas sanas que conviven y respetan toda forma de vida presente en el sistema implementado. Culturalmente, el huerto se convierte en una casa de semillas vivas, que provee de material vegetal a las familias de una comunidad y permite la recuperación de material genético local, la re-elaboración del tejido agrícola local, la permanencia de las comunidades en su territorio ancestral y cualifica la capacidad de gestión de las comunidades frente a los organismos locales de control. Económicamente, no genera enormes cantidades de dinero, pero cada familia campesina, indígena, afro o mestiza teniendo su huerto, puede auto-consumir lo que se produzca y comercializar o hacer trueque con sus excedentes a nivel local. Políticamente, sería interesante que este tipo de iniciativas fueran apoyadas por los gobiernos locales y se convirtieran en el mediano plazo en política pública para las diferentes regiones.

A nivel paisajístico, es impresionante la majestuosidad de los huertos circulares, ya que son estructuras que impactan a primera vista. Quedo corto en enumerar las múltiples ventajas que generan los huertos circulares a nivel de las comunidades que acogen este tipo de medidas técnicas, como alternativa para la producción natural de sus propios alimentos. A quién o quienes adopten y adapten esta innovación en algún patio o lote de su parcela en cualquier región y ecosistema, lo invito a que sigamos construyendo juntos esta alternativa socio-económica incluyente y en armonía con la naturaleza.

 


[1] Las especies acompañantes son aquellas especies que no están especializadas para producir maderas “finas” o frutales. Su función principal al interior de un sistema, es generar las condiciones adecuadas para el buen desarrollo de las especies acompañantes y dinamizar como las coberturas del suelo, la movilización de alimentos (nutrientes) al interior del sistema para los cultivos priorizados, tanto para el autoconsumo, como para la comercialización.

Publicado en Enero 08 de 2015| Compartir
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