En este artículo se pretende reflexionar sobre el sentido femenino de la vida campesina, empezando con una de las visiones históricas trascendentes, la llamada comunidad primitiva.
La “comunidad” primitiva o “comunismo primitivo”, primer modo de producción en las formaciones económicas sociales y políticas del mundo según las teorías de Marx y Engels[1], encarnan la primera forma de pensamiento comunitario en la historia, caracterizado por la propiedad colectiva de los medios de producción (la tierra, el trabajo, las herramientas) y la distribución social de los productos realizados por la comunidad, en procesos con relaciones sociales de producción de mutuo apoyo. No quiere esto decir, que se trata de un estado puro[2], sin embargo predominaba el sentido comunitario.
En estos sistemas comunitarios la relación con la naturaleza era estrecha, las personas mayores, en especial, se dedicaban a la recolección de los frutos, a la caza y la pesca siguiendo el curso de los ríos (sociedades de cazadores –recolectores), se cree que la estructura social predominante era el matriarcado[3], es decir, el poder residía en la mujer, no como un sistema centralizado de mando, sino las mujeres actuando como fuerza creadora de cultura, construyendo un entramado simbólico que daba sentido a la vivencialidad de la cotidianidad en la coexistencia, en particular, conectando el cuerpo y la mente con la Naturaleza, con rituales que afianzaban su relación con ella, en un solo ser, conformando un gran organismo vivo.
Siguiendo el constante movimiento rítmico de la naturaleza surgieron las danzas como una manera de hermanarse con ella, liberando energía de amor que recíprocamente se ofrecían, también como una manera de identificarse con un territorio que trasciende los espacios geográficos para alinearse con un universo que le imprime características comunes, en un vínculo sagrado vital indisoluble, con una interdependencia continua entre los diferentes seres de la vida allí presentes: seres humanos con los demás seres de la naturaleza, como las aguas, los árboles, los animales, las montañas, los vientos, el fuego…“Al igual que los humanos, los animales y las plantas son células que generan energía para el sistema universal. Una mariposa, una hojita, un perro, los peces y el agua de los océanos son mundos que contienen la misma información universal. El gran secreto del universo está escrito en todas partes”[4].
Actualmente en las comunidades negras, por ejemplo, “los arrullos, cánticos, cuentos e historias se escuchan al lado de la madre y la abuela. La mujer tiene la necesidad de contar, cantar y transmitir todo ese conocimiento que le ha sido dejado por sus descendientes. Por eso lo escriben como lamento en los rezos y arrullos…estos ritmos y sonidos musicales se transmiten entonces a través de la música y del canto, pues la estructura cantada es dominio de voces femeninas, de las mujeres negras que habitan todas las regiones del país” (Morales, P., 2015).
En relación con los alimentos recolectados de los montes y obtenidos por la caza se compartían y distribuían entre toda la comunidad. Las herramientas y las viviendas se habrían construido mediante trabajo colectivo[5]; de esta manera, el trabajo, los elementos y medios -la tierra, las canoas, etc.- y productos recolectados eran para el beneficio colectivo.
Esta sociedad sigue su proceso histórico hasta que aparece la primera división social del trabajo, los que realizan la caza y los que se dedican a la pesca; luego con la segunda división de trabajo, los que se dedican a la agricultura y al pastoreo, hasta que llega el momento en que se va produciendo más de lo que se necesita para el autoconsumo y el trueque quedando excedentes, por lo que surgen los mercaderes (primero itinerantes, luego más sedentarios estrechamente ligados al desarrollo de las ciudades), lo que representa la tercera división social del trabajo.
Cuando sobreviene el modo de producción capitalista, se quebranta el sistema comunal, a cambio se introduce la propiedad privada, el individualismo, la competencia, las relaciones sociales de mercado, y por supuesto surge también la resistencia de las comunidades y los pueblos en defensa de sus valores comunitarios y sus territorios.
Esta ruptura con el sistema comunal implica que el pensamiento también se fragmenta al separar al ser humano de la naturaleza, la que ahora se percibe ajena a la condición humana, y que se debe dominar para el beneficio de quienes poseen el capital, se estimula entonces el individualismo, la propiedad y los beneficios privados[6], las relaciones sociales de producción son ahora de mercado y de competencia, surgen también categorías reduccionistas que vulneran el entorno ecosistémico y cultural como la especialización y la productividad. Se fomenta la homogeneidad de los paisajes (tala, quema y siembra de una sola especie=revolución verde), la homogeneidad de pensamiento y un solo lenguaje de valoración (el monetario). Surge el patriarcalismo, en donde el poder se concentra en los hombres, como un sistema centralizado de mando, que subyuga e invisibiliza a las mujeres dando origen a diversas violencias contra ellas a lo largo de la historia.
Desde la antigüedad se han relacionado las semillas y su domesticación con lo femenino y con la reproducción. María Rostworowski (1988) asevera que “…el elemento femenino y divino representa a la madre fecunda…no en vano llaman en quechua pachamama a la tierra, mamacocha al mar, mama quilla a la luna y además todas las plantas útiles al ser humano se veneraban bajo los nombres de Mama: Mama sara (maíz). Mama acxo (papa), Mama oca, Mama coca, etc…”
Los grabados de Guamán Poma de Ayala muestran a la mujer siempre relacionada con la semilla: es ella la que deposita la papa y los granos de maíz en la tierra, con ocasión de la siembra.
Por su parte, Malinowski enseña (en los argonautas del Pacífico occidental) que las mujeres de las islas Trobriand tenían un monopolio sobre los trabajos de horticultura, muy importantes en la economía de las islas. Por lo que parece perfilarse una pauta general, aunque sin desconocer las particularidades en cada territorio: cuanto más se remonta hacia el pasado, tanta más autoridad social poseen las mujeres; por lo que el reparto y la comida colectiva son elementos fundadores de las sociedades primitivas.
Hablar de agricultura en nuestros países andinos es remontarse a por lo menos diez mil años, tiempo en el cual nuestros ancestros empezaron a cultivar diversas plantas dándose inicio con ello a un larguísimo proceso de domesticación de especies de fauna y especialmente de flora de gran valor ecológico y nutricional, que continúa hasta el día de hoy.
En el proceso de domesticación, la mujer andina sigue desempeñando una importante función, seleccionando y cuidando las semillas para futuras siembras, convirtiéndose así, a través de los siglos, en una fitomejoradora natural, especialista en el manejo de las semillas nativas.
Este rol de la mujer favoreció la siembra de ambientes de alta diversidad en los territorios, por ejemplo en los Andes las mujeres contribuyeron en la búsqueda y selección de numerosas variedades de maíz, papa y de otras especies alimenticias, medicinales, condimentos, y para uso artesanal, etc., con el propósito de utilizarlas desde los fértiles valles interandinos, de clima templado, hasta las tierras más altas y frías, en los diferentes pisos térmicos, lo que garantizaba el autoconsumo de las familias y el trueque.
Con la invasión europea a América, la mujer indígena y luego también la mujer campesina es relegada y excluida de los roles trascendentes comunitarios previos, por ello, las mujeres se constituyen luego en la base de la resistencia, puesto que continuaron conservando lo que era de su dominio: su arte, las habilidades, los saberes, y entre éstos, en especial, la selección y el mantenimiento de las semillas, a la vez que aseguraron la transmisión de conocimientos a sus hijas e hijos.
Hoy en día, las mujeres continúan siendo multiplicadoras de vida en comunidad y de las culturas propias, son recreadoras de numerosos arreglos productivos adaptados a las condiciones ecológicas y culturales de los territorios que habitan.
Por su parte, en la milpa mesoamericana que asocia maíz, frijol, calabaza (entre otros) y cultura, y que tuvo adaptaciones en las agriculturas campesinas e indígenas de otros lugares, es un sistema que permitió también a las mujeres domesticar semillas y plantas y con el trabajo de la familia logró estabilizar la producción de alimentos a lo largo del año, privilegiando el maíz.
Las mujeres por lo regular en todos los ámbitos ecosistémicos y culturales del país cultivan las huertas familiares urbanas, periurbanas y rurales en pequeños espacios que contribuyen con la economía familiar, la salud del cuerpo y del espíritu, en donde domestican y truequean semillas nativas y criollas, siembran diversidad de alimentos que mejoran la alimentación y nutrición de la familia mediante los intercambios en las redes de solidaridades. La salud de las familias mejora sustancialmente además con el cultivo de plantas medicinales y la recuperación de los saberes medicinales. Estas prácticas cuidan el entorno natural, además con el reciclaje de los residuos orgánicos convirtiéndolos en abonos para los mismos cultivos.
La evolución de estos procesos se alcanza en la organización en redes y autogestión en la producción y el acceso a alimentos variados, frescos y transformados artesanalmente; fortaleciendo las relaciones campo-ciudad. Con el avance de procesos organizativos se puede llegar a incidir en la toma de decisiones locales y regionales para transformar las relaciones de orden vital. Estos pequeños espacios se convierten también en la escuela en casa para la transmisión de valores y saberes de las abuelas y abuelos a las niñas y los niños, para el relevo generacional y para afianzar lazos de cariño en las familias.
Las mujeres campesinas del mundo “en el transcurso de estos últimos 20 años de la Vía Campesina vienen trabajando tenazmente por construir un movimiento universal, amplio, democrático, comprometido política y socialmente en la defensa de la agricultura campesina, el derecho a la alimentación sana, la soberanía alimentaria, el acceso equitativo a la tierra, la lucha por los territorios, la justicia, la igualdad y la dignidad de las mujeres y de los hombres del campo y la lucha por poner fin a la violencia en todas sus expresiones, agudizada ante este sistema económico capitalista y patriarcal”.
Este proyecto político se propone avanzar hacia “una nueva visión del mundo, construida sobre los principios de respeto, igualdad, justicia, solidaridad, paz y de libertad, librando batallas por llevar adelante la lucha conjuntamente por: impulsar acciones y medidas inmediatas para erradicar las prácticas violentas y sexistas, las agresiones física, verbal y psicológica, en nuestras organizaciones, la familia y en toda la sociedad. Luchar por la “soberanía de la tierra, del territorio y del cuerpo”, diciendo no a la violencia contra las mujeres en todas sus expresiones” (Vía Campesina).
“…las mujeres, son seres únicos con un papel importante en el mundo, que comparten con la tierra como generadoras de vida desde su vientre hasta la chagra, domesticando y haciendo que germinen las semillas, el sentido comunitario y el amor…”
Gladys Moreno - Economista ecológica. Universidad Nacional de Colombia. Investigaciones sobre Territorio, vulnerabilidades, soberanía alimentaria y Comunitaria. Bogotá, D.C.
[1] F. Engels, 2000, el origen de la propiedad privada, la familia y el Estado. Primera edición escrita en 1884. Esta versión digital fue realizada en el año 2000 por Marxists Internet Archive, Mia.
[2] No existía el sentido colectivo en estado puro, algunos objetos materiales de las sociedades organizadas como cazadores recolectores estaban bajo el control de individuos específicos, en especial los artículos que él ha producido, o los de uso personal, sin que la apropiación indebida de tales objetos provoque graves conflictos en estas sociedades colectivas.
[3] Primera edición: Revista International Socialist Review, septiembre 1970, Vol. 31, No. 3, pp. 15-17 y 40-41.
[4] Becerra, Carlos, 2010. Nuestros problemas, Mocoa, julio.
[5] Cabe resaltar, que hasta hoy en día, las relaciones solidarias continúan teniendo manifestación de apoyo mutuo través de mingas, convites, mano prestada, faeba, waki, ayni, pasanaku, entre otras.
[6] Como ha dicho Engels, con la aparición de la propiedad privada y de la familia patriarcal, entraron en juego nuevas fuerzas sociales, tanto en la sociedad en su conjunto, como en la organización familiar, que abolieron los derechos que anteriormente tenía la mujer.
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