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Las mujeres campesinas, sembramos vida, construimos comunidad, defendemos la tierra y parimos la paz

Edilia Mendoza - Asociación Nacional de Usuarios Campesinos Unidad y Reconstrucción - ANUC_UR -, MUA, MIPMRC, Julio 01 de 2016, Este artículo ha sido consultado 5412 veces

Han transcurrido varias décadas de la lucha por la tierra en nuestro país desde cuando se empezó hablar de reforma agraria, ¿cómo era?, ¿cómo se comía?, ¿quién lo iba hacer? y la plata ¿de dónde saldría?, de lo que me cuentan desde 1920 se empezaron a hablar con más autonomía estos temas y una aproximación fue la ley 135 de 1961, pero luego de ahí en adelante, les dolió y evadieron esta responsabilidad todos los gobiernos para asignar presupuestos reales y efectivos, respetar, reconocer que el campesinado colombiano y agrario requería de mínimas decisiones con grandes voluntades políticas de atender a los sujetos y actores del campo colombiano.

 

 

Juana Julia Guzmán y Felicita Campo, mujeres campesinas luchadoras del siglo pasado al igual que las doce mil mujeres indígenas que realizaron el mandato de las mujeres indígenas en 1912, que no sabría si se ha recogido en la ardua lucha actual de las agendas indígenas, es muy difícil interpretar y aceptar que los derechos individuales no buscan dividir, ni sacar a nadie sino que potencia a las personas para que se desarrollen  colectivamente y con dignidad, que allí logren objetivos y metas comunes, no sabría afirmar si estos están implícitos en los derechos colectivos y comunitarios que permita a cada mujer, niño, niña, joven y hombre, lograr que sus necesidades sean resueltas y dadas en su derechos integrales con satisfacción y alegría.

Siempre ha existido el temor a decir y decidir sobre nosotros mismos. Lo hacen otros y colocan modernidades que impiden que la identidad, pertenencia, cultura y la espiritualidad campesina o étnica sea atravesada por otros determinando normas, reglas, reglamentos que son necesarios para lograr la convivencia y afianzar la confianza que es el instrumento que sopesa a veces abandonar mis derechos individuales por los colectivos y comunitarios.

Es necesario tener en cuenta la importancia de la vida, la comunidad, la espiritualidad, la  cultura e identidad y pertenencia campesina, nos relacionamos con diversos enfoques de tipo organizacional, comunitario, género, justicia territorial y ambiental que busca siempre defender la vida, la tierra, la vereda, la comunidad, la región, el territorio y la territorialidad con otros sectores.

Todo ello conlleva que sería imposible no contemplarnos como mujeres actoras políticas y de derechos, considerando los derechos fundamentales como la tierra, el agua, las semillas, la diversidad y por supuesto derechos como los agrarios, alimentarios, ambientales, culturales, crediticios y tecnológicos en estos quehaceres cotidianos, dando transformaciones desde lo privado a lo público y lo comunitario propendiendo por asegurar una vida digna y satisfactoria.

Nutrición, hambre, abastecimiento, accesibilidad, calidad, textura, sabor, saberes, elaboración, cultivar, recoger, cuidar semillas, traer agua, todo ello conlleva a contar siempre con las mujeres campesinas, para garantizar el real cumplimiento de la soberanía y autonomía alimentaria; cada mañana llega con nuevas preocupaciones las mujeres campesinas que elaboran alimentos de acuerdo a lo que encuentran en su cocina, huerta o despensa, ya en la distribución es donde se cumple un papel primordial saber repartir ¿a quienes primero? a los niños, adultos, hombres y por ultimo las mujeres, ¿quedó algo para ellas?  Si sabe repartir si y sino quedan sin alimentos, allí ella asegura el bienestar de su familia y queda satisfecha, pero también busca otras alternativas de preparar otras recetas inmediatas y sabrosas porque siempre está el toque y el bocado de doña Romelia, el más delicioso del mundo, ósea el de mi mama y por si falta algo las mujeres campesinas siempre cocinan algo más para el visitante, siempre llega alguien que tiene “buena suegra”, decimos en el campo.

 

 

Por ello es muy importante y gratificante seguir trabajando y luchando por el derecho a la tierra, para asegurar que las próximas generaciones tengan dónde vivir, dónde crecer, producir y desarrollarse con formación técnica, política y profesional y por supuesto aprender de todos hace más enriquecedora la tarea de sostener la alimentación como esa maravilla que decimos todos que tenemos y es la de comer, el gran deseo de alimentarnos y nutrirnos con calidad, accesibilidad, cantidad y soberanía.

Todo esto es posible si el trabajo organizativo del movimiento agrario, campesino, etario, étnico, de género y territorial que tiene grandes costos, esfuerzos, desarrollos y que implican a veces luchas de décadas; para comprender todo esto he pasado por más de veinte años, cada día, imaginándome, estudiando, escuchando, dialogando, trabajando, investigando directamente los diversos momentos del campo colombiano.

Todo no es estático y así es el campesinado colombiano, está en permanente movimiento toreando los diversos ciclos que conllevan nuevas lecturas, cambios institucionales sin la mirada de los propios actores y sujetos que luchan cada día con sus quehaceres y situaciones lo que el campo, las comunidades rurales saben con sapiencia que se requiere para salir de esta crisis agraria latente en el país.

El campo lo exprimen y explotan cada instante, lo desangran, lo definen, lo venden ya no hay más para dónde coger, desde el 2011  este tema volvió a estar en el debate y lectura estatal a raíz de un informe de desarrollo humano de 2011, que hoy lo niega el Censo Agropecuario no contando cuantos campesinos, campesinas, pescadores, productores, indígenas y afros vivimos, pertenecemos, trabajamos y defendemos ese espacio que está en disputa permanente como lo es el campo colombiano.

Volver los ojos al campo ha sido una dura lección, una deuda social, histórica y humana que permanece en el olvido, la academia debe poner su conocimiento y asesoría no inventando formulas y haciendo recomendaciones económicas que no cumplen un real beneficio social y humano, algunos de ellos orientan y asesoran los beneficios de la venta, cambios institucionales ambivalentes sin transformaciones reales y efectivas dejando trabajadores y trabajadoras  a la deriva sin trabajo y a las comunidades recursos irrisorios, nada serios para la inversión, protección y garantías de producción agropecuaria, la Misión Rural faltó y dejo a un sector por fuera,  la historia reclamará justicia de una orientación con eficiencia, integralidad y efectividad, no solo rentabilidad y competencia desleal. No miran el conjunto de los recursos como la economía propia, campesina, comunitaria y solidaria, solo las industriales, de esa manera atropellan y subvaloran a quienes cumplimos el papel de alimentar al mundo y enfriar el planeta, solo buscan la destrucción  y desviación de intereses para otros servicios del campo colombiano.

Requerimos de un gran reto todos, transformar e impedir junto con el campesinado la corrupción, los megaproyectos y multinacionales enfocados en explotar, dividir, acabar, vender y despojar ese espacio en disputa como lo es las más de 114 millones de hectáreas que tiene Colombia, para distribuirlos como patrimonio a los 47 millones de colombianas y colombianos que tenemos un derecho fundamental como lo es la tierra y la distribución de las riquezas. Pero es necesaria y fundamental que las más de 24 millones de hectáreas que pueden producir comida, sean asignadas a las mujeres campesinas, indígenas, afros, pescadores, y el país no tendría que importar más de 10 millones de toneladas en comida, sabiendo que lo que se trae no garantiza alimentos sanos y nutritivos para el consumo humano. Una preocupación grande sin garantías de derechos humanos y laborales de esos productos baratos que aparecen en las tiendas y supermercados, lo barato siempre resulta caro.

 

 

Las mujeres campesinas y rurales sabemos de color, sabor, textura, olor de los productos alimentarios, sabemos cuándo la semilla no lo es, cuando el agua no puede ser usada, cuando sembrar y cuando no hacerlo, la naturaleza es un premio maravilloso y está siendo despojada y atropellada, no es cierto que no amemos y respetemos  la tierra, ella es nuestra sangre, nuestra vida, así como lo dicen los pueblos étnicos, no debemos explotarla indiscriminadamente, sabemos hasta donde aguantamos la sequía, qué hacer con las crisis humanitarias y de alimentos porque esa es nuestra razón de ser, la variedad climática anuncia nuevos tratamientos y sanación de la tierra, hacemos nuestras tareas cotidianas de otra manera, siempre garantizando que cada bocado llevado a la mesa lleve el amor más grande, nutrición, salud, fertilidad, satisfacción, sabrosura, textura y se convierta en un manjar cada producto campesino, donde una mujer campesina ha colocado su magia y saberes, de seguir dando y fortaleciendo la vida de todos nosotros y nosotras.

Hoy en plena movilización de la Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y Popular caminando por el país, luchando, proponiendo, exigiendo, pensándonos el país, no se puede hacer ninguna lectura de nadie que estamos divididos, siempre he planteado las grandes potencialidades que tiene mi país desde lo productivo, alimentario, la diversidad organizacional, que todas no tenemos que pensar y actuar igual sino empoderar la diversidad política, productiva, transformadora existente en cada organización colombiana, cada una tiene un papel importante, es única, e irrepetible.

Haciendo consideraciones la creatividad y otros valores y principios hacen únicos a los campesinos, a los indígenas, afros, raizales, rom, los gitanos, a las mujeres, a los niños y niñas, a los jóvenes, les es difícil entender la población existente en el campo como en la ciudad; pasamos de reconocernos nosotros mismos, para que el Estado y gobierno nacional sea intolerante, irreverente, irrespetuoso y ataque a sus propios ciudadanos, en una negociación y dialogo, las decisiones son imprescindibles, éstas deben ser analizadas, definidas con el conjunto de los actores, actoras y sujetos que buscan con su voz y decisión el rumbo del sector, de su comunidad y país.  

Para todo debe existir el dialogo, la voz propia, no designar en nadie nuestro poder, sea en la casa, en lo público, privado, comunitario, político, las decisiones se parten en dos para llegar a un acuerdo, así debería ser para cuando nosotras las mujeres tomemos nuestra palabra, acción y decisión y sea considerada con mucho respeto y admiración. Las mujeres campesinas cada día luchamos por nuestros derechos integrales, también derechos de clase, no nos cansamos, son batallas de no acabarse y ahí está la esencia de continuar haciendo historia, país y poder.

Cuando las alianzas se polarizan y no buscan definir las diferencias, allí se pierden las posibilidades de seguir, hoy en día nadie tiene la verdad y la razón, solo el que respeta, ayuda y reconoce a los otros, puede seguir circulando en el mundo social, político, agrario y comunitario. Todo será posible en una seria relación del campo - ciudad, donde todos y todas, campesinos – productoras - transformadores de alimentos, consumidores-recicladoras, ambientalistas y cultivadores de sueños y artes, reorienten las buenas prácticas de saber vivir y vivir para compartir, hacer algo grande por y para la humanidad.

 

Publicado en Julio 01 de 2016| Compartir
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