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La saga del libre comercio

Héctor-León Moncayo S., Colombia, Diciembre 20 de 2012, Este artículo ha sido consultado 255 veces

El año 1994 quedará como un hito indiscutible en la historia reciente de la llamada globalización, o mejor del “libre comercio” que es como decir el neoliberalismo elevado al plano de la política mundial. Al comienzo de ese año entró en vigor el Tratado de Libre comercio de América del Norte TLCAN; en abril terminó la ronda denominada Uruguay del GATT que dio origen a la Organización Mundial del Comercio - OMC, y a finales de ese mismo año se lanzó en la Cumbre de Miami la propuesta de Estados Unidos del Area de Libre Comercio de las Américas- ALCA. Pero 1994 es también el origen de su antagonista social. En nuestro continente, surge el Ejército Zapatista de Liberación Nacional -EZLN de México, hecho que simbolizaría el punto de partida de un nuevo ascenso de significativas luchas populares y de incontables protestas cívicas que terminaron, en el primer decenio del siglo XXI, por poner en duda el neoliberalismo, cambiando la faz política de la mayoría de los países de Suramérica.

No hay acuerdo sobre si la mejor metáfora geométrica para describir esta historia es el círculo o la parábola. Lo cierto es que hoy, finalizando el 2012, si bien no hemos regresado al punto de partida, el discurso de “libre comercio” ha cedido su lugar, nuevamente, a una política pragmática de protección y negociación, no exenta de disputas. Desde luego, es claro que, en boca de las grandes potencias, el discurso siempre fue hipócrita pero en la actualidad, todos, hasta los países “en desarrollo”, se han vuelto extremadamente cuidadosos y pocos se atreven a exaltar, como antes, las virtudes del libre comercio. 

La explicación es relativamente simple. La correlación de fuerzas ha cambiado; han surgido nuevas potencias; el mundo es multipolar. Pero, sobre todo, hay un hecho que tiende a poner fin al ciclo de la euforia neoliberal: en el 2008 estalla una crisis que empieza por ser financiera pero se convierte en global. Una crisis que aún no termina. La especulación presiona sobre un sistema monetario internacional ya caduco; la encarnizada disputa por el control de las fuentes de las materias primas no permite una política suave de intercambio comercial; hasta Europa se queja de su “desindustrialización”. Otra cosa es que las élites del mundo insistan en tratar de resolver la crisis mediante instrumentos neoliberales. Hay que agregar, entonces, que se trata de un mundo en desorden.

 

Multilateralismo y regionalismo

La leyenda nos dice que la humanidad siempre ha buscado el libre comercio entre países. Es parte del gran relato de las virtudes del mercado. Y, en efecto, también se habló de ello justo después de la segunda guerra mundial, sólo que el imperialismo yanqui logró imponer en ese entonces un mecanismo permanente de negociación, de reducción de aranceles aduaneros basado en acuerdos de reciprocidad. Se establece el GATT y se aplaza indefinidamente la idea de una organización internacional del comercio. Es esto lo que se modifica en 1994, dando lugar a una nueva etapa de euforia librecambista, la ideología favorita de las grandes corporaciones Transnacionales y del poder financiero mundial. Con una extensión sin precedentes: los acuerdos que fundamentan la OMC abren el camino para la “liberalización” no sólo en la agricultura y los servicios (incluidos los financieros, los públicos y los sociales) sino en ámbitos como las inversiones, los derechos de propiedad intelectual y las compras públicas, entre otros.

No obstante, contrariamente al dogma de quienes piensan que se trata de una ley económica natural, esta transformación fue el producto de encarnizadas disputas e interminables negociaciones entre las potencias. Una historia real que está muy lejos de la suave desaparición de los Estados Nacionales que supone la leyenda de la globalización. No es un proceso fatal y unidireccional. Son transitorias y múltiples transacciones derivadas de coyunturales relaciones de fuerzas.

En la práctica, lo que más destacado durante los diez años de la ronda Uruguay no fue el multilateralismo sino por el contrario, el regionalismo. Las potencias de entonces buscaron asegurar en su entorno inmediato de control y en beneficio de sus Empresas Transnacionales los privilegios que no podían resultar en el espacio multilateral. Todo ello mediante diversos mecanismos de acuerdos comerciales plurilaterales y en general, económicos, como los tratados de protección de inversiones. La Unión Europea no sólo se consolida sino que avanza hacia sus excolonias; se va formando el bloque del Asia-Pacífico bajo la inocultable égida de Japón; Estados Unidos asegura su bloque norteamericano y avanza hacia un área de libre comercio: “desde Alaska hasta la Patagonia”. En pocas palabras, lo que se busca no es el beneficio del libre comercio igualitario sino la explotación de las ventajas de la asimetría entre países.

 

ALCA: el sueño de la anexión

Importante es subrayar que los proyectos regionalistas no se caracterizan por la utilización de los mecanismos de la integración, permitidos por el GATT y luego por la OMC, en la cual la soberanía originalmente nacional se traslada parcialmente a instituciones supranacionales, sino por el empleo de la figura de “zona de libre comercio”, ampliada no sólo a servicios sino también a la protección de inversiones y derechos de propiedad intelectual. Salvo, por supuesto, la discutida Unión Europea que se consolida con el desplome del llamado bloque socialista. En esta figura se afianza el poder de las transnacionales que conquistan incluso una jurisdicción privada supranacional; las soberanías, por su parte, tienden a girar en torno a la del Estado más fuerte. Tal fue el proyecto del ALCA que, debido a esto último, fue caracterizado por muchos como un intento casi que de anexión a los Estados Unidos.

Es evidente, en consecuencia, que el avance de un proyecto regionalista depende de las relaciones de fuerza. Pero no sólo entre Estados. También cuentan, en unos y otros, las fuerzas sociales y políticas internas. Fuerzas que, al mismo tiempo, como se vio en la historia reciente, a través de conexiones internacionales tienden a globalizarse. Y en el caso de la propuesta del ALCA fue la acción, desde abajo, de estas fuerzas, la que permitió su derrota, a manos de los gobiernos suramericanos que la rechazaron definitivamente en el 2005.

En este fracaso del viejo imperialismo también es necesario tener en cuenta, desde luego, el cambio en el panorama mundial que se señaló al principio. Nuevos polos alteran el campo gravitacional en lo económico; el Asia-Pacífico, con el ascenso de China, representa una fuerza irresistible. En la disputa planetaria por los recursos naturales, América Latina se ubica en un lugar favorable. Naturalmente, desde el punto de vista de los intereses de corto plazo de sus burguesías. Con una particularidad: entre las potencias emergentes se encuentra Brasil. No es extraño, por lo tanto, que la política exterior de estos Estados se haya vuelto más amplia y pragmática, muy lejos de los dogmas del libre comercio. Con diferencias políticas, entre los gobiernos, por supuesto.

Estados Unidos, sin embargo, no se resigna. En un primer momento, visto el inminente derrumbe del ALCA, busca firmar tratados plurilaterales o bilaterales con los gobiernos más débiles y obedientes. El propósito es configurar paulatinamente el mismo tipo de área de libre comercio. Y lo logra parcialmente. Al mismo tiempo trata de asegurarse una soberanía plena sobre Norteamérica a través, sobre todo, de los compromisos de sus “socios” en materia de seguridad policial y militar. Y avanza, mediante análogos mecanismos, en la incorporación de Centroamérica y Colombia. Recientemente se viene planteando, a través de acuerdos de “integración profunda” en palabras de Obama, el fortalecimiento de un “arco del pacífico”, es decir, entre todos los países del continente que tienen costas en este océano, (busca incorporar a los acuerdos, simultáneamente, a las contrapartes de Asia y Oceanía), con un doble propósito: de una parte, obstaculizar la salida de Brasil hacia el oeste, y de otra, disputarle a China el control del mercado del pacífico. Sólo le falta la colaboración de Ecuador.

 

Colombia: ¿excepción o peón?

Aquí la geografía es metáfora de la política, o viceversa. Colombia se encuentra entre el sometimiento centroamericano y la rebeldía de Suramérica. Es una pieza fundamental del proyecto del arco del pacífico. Ocho años de seguimiento incondicional a la derecha de la derecha estadounidense no podían producir otra cosa. Pero el gobierno actual pretende jugar también a la diversificación de las relaciones exteriores. Al Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos, en vigor desde abril de este año, le han seguido otros con Canadá y la Asociación Europea de Libre Comercio -que entraron en vigencia primero- y con la Unión Europea, todavía pendiente de aprobación por parte del Parlamento Europeo. Y está negociando con Corea y Panamá, también con Turquía, y se anuncian otros más, empezando por Israel.

Es, por lo demás, la misma estrategia seguida por Chile y Perú que, como se sabe, se han mantenido dentro de la obediencia a Estados Unidos. Y no es sorprendente, la aparente diversificación, que mira en principio hacia el Pacífico, avanza conforme al proyecto imperialista ya descrito. Pero tiene, a la vez, desde el punto de vista jurídico e institucional, un efecto inevitable de apertura generalizada y erosión de la soberanía. El caso de Colombia es particularmente ilustrativo. Bajo los conocidos principios de “nación más favorecida” y “trato nacional”, especialmente en el ámbito de las inversiones y de la protección de los derechos de propiedad intelectual, se configura un orden jurídico en donde desaparecen gradualmente las ventajas otorgadas a cada una de las potencias y el territorio nacional queda abierto a la concurrencia de todo tipo de corporaciones transnacionales. Se trata entonces, no de una diversificación activa como la practicada por Brasil sino de una diversificación pasiva que incrementa la vulnerabilidad y la exposición frente a posibles dinámicas de reparto imperialista.

 

Epílogo provisional

Parece curiosa esta ingenua adscripción al dogma del libre comercio en tiempos de su abandono generalizado. Como se sabe, la actual ronda del “desarrollo” en el marco de la OMC, conocida popularmente como ronda de Doha, continúa estancada. Comenzó consagrando excepciones en los delicados temas de “Singapur”, es decir, principalmente, inversiones y propiedad intelectual, para luego servir de escenario a múltiples confrontaciones entre los países “desarrollados”, o entre éstos y los renovados grandes países “en desarrollo” y finalmente, terminar en un juego de amenazas y conciliaciones con China. La crisis mundial ha puesto en primer plano la cuestión de la reanudación del crecimiento. No otra cosa fue lo que resultó de la cumbre llamada “Rio + 20” que, paradójicamente, tenía que pronunciarse sobre una de las más inquietantes dimensiones de la crisis, la ecológica.

Ya se había visto en la imposibilidad de llegar a medidas siquiera sensatas en las últimas Conferencias mundiales en el tema del “cambio climático”. Es cierto que en Rio no se adopta explícitamente el rumbo de la “economía verde”, que simplemente ve en la naturaleza una nueva oportunidad para la acumulación capitalista, pero, en cambio, la vieja recomendación de la “sostenibilidad” queda sometida al imperativo del crecimiento. Hemos vuelto, pues, a un escenario mundial de fricciones y negociaciones, de aguda competencia y acuerdos de reciprocidad. La política como la mano visible del mercado. Entre tanto, aquellos países, como Colombia, en donde las condiciones internas no han propiciado un cambio político, tienden a convertirse, bajo la indigna prescripción de atraer inversiones a como de lugar, en territorios baldíos, expuestos a la apropiación y el despojo.

Publicado en Diciembre 20 de 2012| Compartir
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