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Al gran rebelde indígena Kimy Pernía. A los 15 años de su desaparición, sus amigos lo recuerdan

Colectivo de Trabajo Jenzera, Colombia, Julio 01 de 2016, Este artículo ha sido consultado 1726 veces

El dos de junio de 2016 se cumplieron 15 años del secuestro y desaparición de nuestro querido amigo y dirigente embera katío Kimy Pernía por orden de Carlos Castaño Gil, comandante de las tenebrosas autodefensas campesinas de Córdoba y Urabá (ACCU), paramilitares. Se trató de una vil acción y un atropello al pueblo embera katío del Alto Sinú. Con esta acción se buscaba liquidar las luchas de un pueblo que quería vivir bien y con dignidad, acorde con su cultura y tradiciones. Se trató de la desaparición de un líder indígena tradicional a quien sus ancestros, todos jaibanás y líderes espirituales de su pueblo le enseñaron que “hay que caminar con los otros y con el corazón”.

Hoy recordamos al hombre que según Eulalia Yagarí, “alentó con su palabra y su obra a todos los pueblos indígenas de Colombia… a luchar porque en esta Nación, que también es la nuestra, tengamos un lugar donde podamos desarrollar en libertad y a plenitud nuestros proyectos de vida”.

Kimy, como lo reconoce el pueblo embera, fue el líder que encabezó todas las contiendas por la defensa de su territorio, aquel espacio que es la garantía de la libertad y la independencia de su pueblo. Para ello recurrió a la historia mítica de los embera katío y ‘extrajo’ de ella los símbolos necesarios para organizar a sus comunidades, una práctica que realizó con éxito y le valió el reconocimiento de los indígenas, aún más allá de las fronteras territoriales de su resguardo Karagabí.

Kimy, nieto de Yarí, el gran Jaibaná embera katío del Alto Sinú quien fundara los asentamientos katíos en el Alto Sinú, se convirtió para los pueblos indígenas de Colombia en un símbolo de fortaleza, rectitud, y sabiduría ancestral. Tuvo el talante y fortaleza para encabezar las protestas contra la hidroeléctrica de Urrá, la inteligencia del dirigente para orientar las negociaciones contra la empresa Urrá S.A, la firmeza para hacer cumplir los acuerdos y la nobleza de buscar ante todo el bienestar para su Pueblo. Por eso estuvo, junto al asesinado Lucindo Domicó Cabrera, al frente del Do Wa’bura (“Adiós río”), lideró la suspensión del saqueo de los recursos naturales en su resguardo karagabí, enfrentó al astuto Kampunia (‘blanco’) Juan Mayr, ministro del Medio Ambiente de esa época que otorgó las licencias ambientales para continuar con la construcción de la represa de Urrá en el río Sinú, organizó las ocupaciones del INCORA en Montería para presionar el saneamiento del resguardo iwagado; acompañó a los gobernadores y autoridades indígenas en la ocupación de la embajada sueca; estuvo al frente de la marcha embera de Tierralta a Bogotá y la toma pacífica del Ministerio del Medio Ambiente, donde demostró que la convicción y la resistencia derrotan la astucia del Kampunia. Denunció en el congreso de la república a todos aquellos que azuzan la guerra; en Canadá había denunciado al gobierno colombiano por darle vida a una hidroeléctrica en el último relicto de bosque húmedo tropical del caribe colombiano, una obra cara y absurda que solo era viable en la mente de políticos corruptos; en Washington visitó a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos para gestionar una protección especial para su pueblo. Un mes antes de su secuestro estuvo de nuevo en Canadá, invitado por las iglesias de ese país. Allí levantó su voz contra el gobierno por haber instaurado un sístema económico que ha llevado a la miseria a miles de familias campesinas, indígenas y negras de Colombia.

Los hechos que nacieron de sus acciones, y de sus palabras, le granjearon la malquerencia de la clase política que gobernaba al departamento de Córdoba, de los madereros, y de todos los grupos armados que hacían presencia en el Alto Sinú.

Sobre todo de sus palabras, pues como de acuerdo a la revista Semana: “El líder embera-katío Kimy Pernía Domicó incomoda a muchas personas porque sabe hablar. Sus palabras en su lengua o en español fluyen con facilidad y despiertan el espíritu de quienes las oyen. Por eso, para silenciarlo, tres hombres armados, al parecer pertenecientes a las autodefensas, se lo llevaron esposado el pasado 2 de junio de las oficinas del resguardo indígena en Tierralta, Córdoba. Pero fracasaron en su misión porque al secuestrarlo liberaron su mensaje, lo enviaron más allá de las tierras de los cabildos del río Sinú y el río Verde.” ([1])

Con la desaparición de Kimy, el pueblo embera katío quedó sin dirección y comenzó a experimentar la desestructuración socio de sus comunidades, sus gobiernos, sus instituciones, quedando muchas familias a la deriva; lo que ha conducido a que en un lapso de quince años pasaran de ser dueños y señores de sus territorios, a ser cautivos y quedar subordinados a las fuerzas económicas (legales e ilegales) que instauran reglas y organizan a la población de acuerdo a sus intereses. Quizás ese fue el “castigo” que le propinaron al pueblo embera por haber tenido el atrevimiento de rebelarse contra los poderosos dueños de la represa y haber soñado con un futuro promisorio para sus pueblos.

Decimos “castigo”, pues se equivoca Carlos Castaño al decir que Kimy “impedía el funcionamiento de la represa”. La realidad era muy distinta: la obra ya había concluido y la hidroeléctrica estaba en marcha. Poco podía hacer Kimy para impedir su funcionamiento. 

El abogado Luis Javier Caicedo, para la época asesor de los indígenas, es también de la opinión de que se trató de un ‘castigo’ contra el pueblo embera. No de otra forma se entienden las torturas causadas a Kimy. Se buscó también lesionar la dignidad del pueblo embera y causarle daños en su capacidad para recomponerse, o –prestando un término de la ecología– de eliminar su capacidad de resiliencia social y cultural, como efectivamente sucedió.

Las palabras de Sebastián Leal durante la conmemoración de los 10 años de la desaparición de Kimu, “El daño a la comunidad es profundo. Por eso la mujer que canta rechaza, como lo he visto en otras víctimas del conflicto, cualquier tipo de reparación económica. Dinero en retribución les resulta una afrenta.

El asesinato de Kimy Pernía es mucho más que un asesinato. Los embera tienen su espacio de remanso después de la muerte y a ese lugar lo llaman «bâja». Ese tránsito, que es tan primordial para sus hombres, no es posible sino después del ritual de despedida, que llaman «bewara», y en ese ritual su cuerpo es indispensable. A Kimy no sólo le arrebataron a la fuerza la vida sino también su descanso en la muerte.

El río, la vida, el punto de nacimiento del mundo embera, por esas paradojas crueles de nuestra realidad, es todavía la muerte de su memoria”.

Nunca supimos la verdad, nunca se le dijo país, a la comunidad internacional y especialmente a la familia de Kimy y al pueblo Embera Katío del Alto Sinú, lo que sucedió con Kimy. [2]

Los indígenas han manifestado siempre que les interesa la paz de Colombia y que harán todo lo que este a su alcance para conseguirla para ellos y para todos lo colombianos.  Pero también tienen claro que la consecución de la paz no puede borrar el derecho a saber la verdad en torno de lo sucedido a Kimy y a los también dirigentes indígenas embera katío del Alto Sinú: Alonso María Jarúpia, Lucindo Domicó, José Ángel Domicó, entre otros, que fueron asesinados o desaparecidos desde agosto de 1998.

 

 


[1] Revista Semana: “El hablador”, 17 de junio de 2001

[2] Los primeros cinco años, con ocasión de su aniversario, le enviamos una carta al gobierno formulándole la misma pregunta: ¿Dónde está Kimy?  Esta pregunta sigue sin respuesta. Lo único concreto que sabemos hasta el momento, es que el Salvatore Mancuso, comandante de las ACCU, hoy preso en una cárcel de Estados Unidos, manifestó a líderes embera, que el secuestro fue perpetrado por hombres bajo su mando, pero no bajo su responsabilidad, pues se encontraban en franquicia.

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Publicado en Julio 01 de 2016| Compartir
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