-¡Luces, cámara, acción! nos dice Luis Duarte, conocido como Padrón, conductor del destartalado vehículo en el que viajamos por una polvorienta carretera destapada al llegar al pequeño túnel cerca a la garita principal de la mina El Cerrejón, poco después de cruzar un puente sobre el Ranchería, principal río de La Guajira.
-Cómo así, no vinimos a filmar sino solo a hacer una crónica escrita sobre los pobladores de Chancleta. ¿Por qué hablas de cámara? – pregunta sorprendido Mauricio Ortiz, joven abogado, al poco tiempo de iniciarse el viaje hacia esa comunidad en resistencia.
Padrón respondió que todo el que pasa por esta carretera, a pesar de ser una vía pública es registrado en cámaras instaladas por la empresa El Cerrejón Limited, verdadera dueña de vidas y haciendas, que se porta como si fuera gobierno en esta comarca.
La senda está bordeada a ambos lados por El Cerrejón, formalmente concesión pero verdadero enclave de capital extranjero en el corazón del departamento, que tiene arrinconados y sedientos a los pequeños grupos de pobladores, quienes se resisten a ser desalojados de sus territorios. El trupío, una especie de acacia es el árbol característico de la región y se observa especialmente en los bordes del río Ranchería. Al fondo, en lontananzaazulea la serranía de El Perijá, compartida con la vecina Venezuela.
Luis, descendiente de Pascual Duarte, quien fuera uno de los fundadores de Chancleta, a la pregunta sobre el nombre de caserío que avistamos nos dice que aún no es el suyo sino Patilla, otra comunidad vecina de la que ya se ha ido la mayoría pero donde viven aún 12 familias. Cinco minutos después llegamos a nuestro destino, un modesto poblado en el cual alternan viviendas habitadas con otras construcciones vacías y semiderruidas. Una de estas es la que fuera el negocio que más abastecía a la comunidad, de la que apenas sobreviven unas paredes a punto de irse al suelo y su emblemático título “Tienda El Progreso”. En las afueras, acompañados de juguetones perros, con alegría e ingenuidad, corretean los niños, ajenos al drama del que, sin saberlo, son también protagonistas. Por ahora es más importante el grillo saltarín o esa serpiente verdeazul que se escabulle reptando en la espesura.
Allí resisten con gran dignidad 32 familias, lideradas por Willman Palmezano Arregocés, quien nos recibe, rodeado por familiares (aquí casi todos lo son) y amigos, en los días de la novena, por el reciente fallecimiento de su compañera, Mabis García.
Los pobladores de ambos asentamientos, aferrados a sus territorios ancestrales, aún arañan la tierra y siembran diferentes cultivos de pan coger, especialmente yuca y maíz. Los acompañan los infaltables chivos y algunas gallinas y patos. “Estamos rodeados por El Cerrejón, tanto desde afuera como desde adentro, porque la empresa ya compró gran parte de las propiedades acá mismo.” Así nos recibe Wilman, líder del Consejo Comunitario de Negros Ancestrales de Chancleta. El hombre, afrodescendiente delgado y de estatura mediana que no aparenta los 55 años que dice tener, se sobrepone al dolor que lo sobrecoge y comienza su relato sobre la lucha de la comunidad con la historia de su fundación y la razón por la que lleva su peculiar nombre, que por extensión hace singular el gentilicio de los acá nacidos.
“Chancleta fue originalmente un asentamiento de negros esclavos que huyeron siglos atrás de Riohacha y cogieron el río Ranchería para esconderse porque en sus riberas había una vegetación tupida. Los que se quedaron se afincaron en la orilla del río, en el lugar en que ahora están encontraron una chancleta tirada en el suelo y así se quedó.
En toda esta zona, tomada por la mina existían las comunidades de Manantial, Tabaco, Caracolí, El Espinal. Al sur quedaron Palmarito, Nuevo Invento, El Descanso, Saraita y Oreganal (a esta sí la reasentaron y subsiste como comunidad reasentada). Chancleta Nuevo, Patilla Nuevo y Tamaquito Nuevo son reasentamientos que tienen serios problemas. La ley habla de acompañamiento de la empresa por 5 años pero Cerrejón aplica solo 4 y ha aprovechado esos 4 años para esconder lo que viene haciendo, presionando a los que resisten, para negociar desde una posición de ventaja de la empresa y de debilidad de la comunidad y de la persona.
Reconoce que “con el fogón apagado, la olla boca abajo y el hijo llorando es muy difícil”, pero que por ningún motivo dejará su lucha, que no es nada fácil porque unas veces lo han amenazado, otras intentaron entrársele en la oscuridad de la noche pero por fortuna con la ayuda de la comunidad se puso en fuga a los asaltantes. Otro método, también fallido, fue sobornarlo ofreciéndole jugosas sumas de dinero para que convenciera a la gente de acceder a las pretensiones de la empresa. La negativa fue tajante, en sus propias palabras porque “No habría sido capaz de tomarme ni una gaseosa con los millones de pesos que me ofrecieron” y “Enemigos tiene uno portándose bien o portándose mal. Por eso es mejor tenerlos portándose bien.” Entornando sus ojos, como si viajara atrás en el tiempo, informa que en épocas muy antiguas hubo conflicto entre la gente de Chancleta y Patilla, también fundada por cimarrones, con los wayúus, por problemas con el ganado y que unos 150 metros del área poblada Chancleta aún hay algunos restos de indígenas muertos en esas contiendas o de múcuras con restos de indios muertos por causas naturales.
A esta altura de su relato, Wilman, haciendo esfuerzos por superar la tristeza por la ausencia de su compañera de largos años, nos pide un receso para ordenar sus ideas y dar un descanso a la fatiga de los últimos días de desvelo y angustia. Tomamos este respiro para dar una vuelta por el poblado y observar el esmero con el que la comunidad cuida sus pequeñas huertas caseras y los animales domésticos. Encontramos a varios niños en un pequeño corral anexo a una casa concentrados en dar lechuga, agua y cáscaras de sandía a más de un centenar de tortugas que las reciben sin mucha prisa. Ante la pregunta por la presencia de estas mascotas, los adultos nos contestan que para ellos la morrocón (llamada así en el lado oriental del río Magdalena y morrocoy en la ribera occidental) es una bendición para la casa y que estas, que ahora son alimentados por los infantes, fueron rescatadas de entre los residuos que deja la explotación minera.
A propósito de la suerte de estos quelonios, se nos informa que El Cerrejón capturó 7 mil huevos de ellos y después liberó 5 mil como estrategia de propaganda pero no dice cuántas mataron con la operación minera ni porqué los tuvo presos.
Como grupo humano que durante mucho tiempo vivió en gran parte de la caza y pesca, tienen gran respeto por los animales, tanto salvajes como domésticos. Pero es la tortuga morrocón la que recibe una reverencia especial porque consideran que lo que le pase a ese animal le pasará a ellos, por eso se aseguran de mantenerle agua y comida, para que así no les falte agua a ninguno, ni a la tortuga ni a las personas.
No fue pues solamente un arrebato de ternura infantil la frase de uno de los chicos al acariciar dos duros caparazones con patas que trataban lenta e inútilmente de ponerse fuera de su alcance: ¡hermanitos por siempre!
Lo que motivó nuestra visita es la información recibida sobre los grandes perjuicios ambientales que viene causando la gran minería a tajo abierto en La Guajira. Mucho se ha documentado sobre la gran afectación que viene sufriendo el pueblo wayúu y en general las comunidades de la zona. En ese marco, los afros de Chancleta han sido poco mencionados, dicen que su drama no es muy conocido. Si bien reconocen y agradecen el acompañamiento del Alvear Restrepo, piden más solidaridad y apoyo porque sienten y resienten el enorme poder de la empresa Cerrejón y perciben que el estado, en sus diferentes niveles, está del lado de la compañía y no como debería ser, del de los más vulnerables. En este marco Willman recuerda que en una ocasión, en las dependencias del municipio de Barrancas entró a una reunión de concertación y para su sorpresa, tal vez porque ingresó sin ser percibido, escuchó que uno de los abogados de la compañía le reclamaba fuertemente a los funcionarios de la alcaldía por qué no actuaban con más prontitud para acelerar el desalojo de los habitantes de Chancleta, recordándoles que para eso era que la empresa les pagaba unos dineros aparte de los sueldos oficiales.
En respaldo de sus palabras otra de las pobladoras raizales, Luby recalca que para ellos Cerrejón ha sido una maldición, antes se vivía del cultivo y de la ganadería de especies menores, se subsistía dignamente. “Ahora lo que se cultiva se seca por la contaminación, ya casi no queda tierra para sembrar, los arroyos están cercados y contaminados, les cae el agua de carbonilla y uno ya no puede ni bañarse. La vida ahora es más difícil debido a la minería. La resistencia más fuerte ha sido los últimos 4 años. Los que negociaron nos dicen que fueron engañados, que no nos vayamos. Cerrejón le pone el precio que quiere a los terrenos y no lo discute con los campesinos. Los que negociaron recibieron en una sola cuenta la indemnización y el proyecto productivo pero al recibir el cheque era de 34 millones que no les alcanzan para nada y ahora están muy mal.”
Con energía esta morena de tez brillante, cercana a la cuarta década, madre de dos hijos enfatiza que la estrategia contra los que resisten parece ser rendirlos por cansancio, esperar a que tiren la toalla, pero que ellos están firmes. Agrega que la empresa capacitó a su hijo como técnico, allá hizo la práctica durante año y medio y debían darle contrato laboral pero ahora le dicen que si no firman el traslado no habrá empleo para él. Reclama que se ponga fin al cerco informativo al decir “No hemos recibido casi solidaridad porque Cerrejón es muy poderoso, maneja la información y la gente no conoce mucho nuestra situación. De todos modos en esta defensa de nuestra vida hemos aprendido que uno debe resistir y no dejarse amedrentar, por muy poderoso que sea el contendor.”
Luby no se le queda atrás a Wilman en cuanto a información y conocimiento de la temática. A la pregunta sobre de dónde sacan la fuerza que los mantiene aquí con dignidad, en medio de una situación tan difícil, contestó: “Yo misma me lo pregunto, en realidad no sé, debe ser de Dios que no nos abandona y también de la unidad; uno en comunidad se siente como más animado y no se siente tan débil. Con los de Patilla celebrábamos la fiesta de la Virgen de Santa Marta. Como buenos costeños nunca nos faltan motivos para hacer fiestas. Todavía comemos mucho animal de monte – esta semana unos compañeros cazaron un venado allá en la serranía -. En Semana Santa hacemos muchos dulces: chiquichiqui, que por estos días obtuvo un justo reconocimiento del Ministerio de Cultura como plato ancestral, arroz con leche. Antes consumíamos bastante pescado ya que por esos días los hombres se dedicaban únicamente a la pesca.”
Casi al unísono, otros pobladores asienten y enfatizan que uno de los problemas centrales es el del agua porque en el río Ranchería El Cerrejón tiene 22 pozos desde los que saca 17 millones de litros al día con unas motobombas. En el cerro El Cerrejón hay unos grandes aspersores o “cañones de niebla”, con ellos bombardean el aire con agua asperjada hacia el aire para bajarle concentración al material particulado (sílice o polvillo en la atmósfera), con miras a que el aire no llegue tan contaminado a los cascos urbanos que están cerca.
La empresa ha deforestado unas 14 mil hectáreas y reforestado apenas unas 3 mil y muestra esto último como un gran logro. Además la resiembra no es con especies nativas protectoras del agua como el higuerón, el algarrobo, caracolí, ñacurutú o el guayacán chaparro sino con otros que no son nativos y no cumplen la misma función.
¿Por qué si un campesino corta un árbol lo ponen preso y a Cerrejón no le hacen nada a pesar de que corta millones de árboles? - exclama alguien dentro del grupo de espontáneos que acompaña a la entrevistada. La respuesta es un corto silencio, tal vez un minuto, como callado homenaje a esos seres pacíficos que brindan oxígeno y frutos a cambio de casi nada. Animado por la voz que surgió del grupo, interviene Adaulfo, de 54 años de edad, padre de cuatro hijos, quien también se reivindica como nacido y criado en este lugar. Para él, la niñez de sus hijos ha sido muy diferente a la suya. En su infancia, solía jugar con trompos que hacía con la corteza del calabazo, salía a pescar con un arco y una flecha al río Ranchería. Ahora sus hijos tienen unos juguetes que les ha regalado el Cerrejón, pero no pueden ir a disfrutar del río porque se ha secado, y por la contaminación debido a la actividad minera. Recuerda que anteriormente se vivía mejor ya que las familias podían subsistir gracias a la cría de ganado, lo cual ya no es posible. Actualmente, el impacto ambiental en Chancleta es evidente con la cantidad de polvillo del carbón que se impregna en los árboles y los frutos que producen.
Hay un descontento en la población para la cual el Cerrejón no ha sido una fuente de empleo. Para quienes sí lo ha sido, terminan por omitir las afectaciones producidas por la explotación minera, debido a que es su fuente de ingresos. A su juicio, la comunidad se ha sentido abandonada, debido a la ausencia total del Estado y a que el Cerrejón ha contribuido a empeorar su difícil situación. Considera que una de las grandes dificultades es que la publicidad del Cerrejón a través de distintos medios de comunicación muestra una imagen opuesta a lo que realmente está sucediendo en la región, pero la comunidad no cuenta con la posibilidad de acceder a estos medios para desmentirlo. Concluye con la observación de que si bien el acompañamiento de organizaciones de derechos humanos ha revertido un poco el abandono de la comunidad, esta situación aún persiste.
Después de Adaulfo, con renovadas energías Wilman retoma su discurso y nos cuenta que la experiencia de los que se fueron les ayudó a entender más la situación y a no caer en la trampa. “Nosotros seguiremos resistiendo y podemos negociar pero unidos y firmes. La mitad de los que negociaron no eran raizales de aquí, eran foráneos que habían venido a hacer negocio y no tenían el mismo arraigo de los que permanecemos en el territorio. Al parecer, Chancleta está en una zona en la que el carbón está muy cerca de la superficie. Cerrejón lo llama “el manto millonario”.
La comunidad presentó una tutela contra Cerrejón por contaminación y daños a la salud, que fue fallada en las dos instancias en contra de los actores pero que fue a revisión de la Corte Constitucional. El 5 de marzo vinieron a practicar inspección al terreno algunos magistrados auxiliares de ese alto tribunal. Al momento de esa visita se sufrían los rigores de 12 días sin agua, en medio de una sequía que supera los promedios históricos. En la tutela no solo están los de los Chancleta y Patilla viejos, sino los nuevos porque a éstos apenas les dieron de a hectárea a cada uno y sin agua o con muy poca agua. Cerrejón descarga residuos de carbón en el arroyo del mismo nombre que es el que surte a Chancleta. Por el aire también les llega ese polvillo que es muy dañino.
Con expresión sencilla pero elocuente, Palmezano añade: “Nos preocupan mucho las secuelas que puede dejar la contaminación en los cuerpos. Eso se viene a ver es años después. Desde 1978 empezó la explotación del carbón y se han incrementado los problemas pulmonares y de la piel, pero vamos al médico y solamente nos recetan calmantes. Un fenómeno extraño es que cuando nos da gripa es sin expectoración, seca, no madura en el pecho y antes no era así. En la historia clínica de mi esposa (Mabis García, muerta el pasado domingo 15 de marzo), dice que el pulmón izquierdo estaba pequeñito, disminuido. Aunque afirman los médicos que la causa de la muerte fue isquemia cerebral, creo que lo de lo pulmón tiene que ver porque se quejaba de los pulmones y tosía con tos seca y cuando le daba gripa no se le maduraba.”
El espectáculo de los niños jugando volvió a repetirse en un día que no era de descanso. Por ello inquirimos si era que las vacaciones escolares se habían adelantado o si había paro de maestros. Los entrevistados se miraron entre sí, para luego contestar que es que quieren ponerlos de rodillas y además de cercarlos por hambre, los han tocado en una fibra muy sensible, que es la educación de los menores.
Desde finales de 2013 la empresa destruyó, con el consentimiento de la alcaldía, la escuela en que estudiaban los niños de Chancleta y Patilla viejas. La alcaldía no dio otras instalaciones ni ruta escolar para los niños hasta el pueblo. El año pasado se tuvo ese transporte por el esfuerzo de los padres y el apoyo de la empresa Caipa, otra carbonera con operación en el área, que lo hizo temporalmente, por la emergencia. En el 2015 son cerca de 30 niños que se quedaron sin estudio y por eso anuncian que presentarán una tutela contra la alcaldía y la empresa El Cerrejón.
Nos despedimos con la esperanza de que por fin, después de un largo litigio, la tutela por la salud y el derecho a un ambiente sano produzca sus frutos. También, queda en el aire y en los corazones resistentes y expectantes, la acción de amparo a favor de la educación de la alegre chiquillería que nos hemos comprometido apoyar. Ahora el balón queda en la cancha de la justicia y del gobierno de la prosperidad y las locomotoras, el mismo que tiene como uno de sus lemas hacer de Colombia “la más educada.”
Jaime Jurado, con la colaboración de Mauricio Ortiz, Chancleta, marzo de 2015.
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