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Experiencias locales

La interculturalidad. Una apuesta necesaria para la defensa de la biodiversidad, en la región del Naya

Efraín Jaramillo, Colombia, Julio 03 de 2007, Este artículo ha sido consultado 3753 veces

Efraín Jaramillo
Colectivo de Trabajo Jenzera

Presentación

En 20 años han sido despojados de sus tierras en Colombia, alrededor de tres millones de campesinos, muchos de ellos negros y algunos, aunque en menor proporción, pertenecientes a pueblos indígenas. Mediado por la violencia, se ha venido imponiendo en muchas zonas rurales del país, un orden social y político autoritario, que permite a intereses voraces de un reducido grupo de personas lucrarse de actividades extractivistas de recursos naturales, expropiar tierras, apropiarse de recursos públicos y de excedentes de la producción de las comunidades. Pero lo que ha afectado más al campo, es que con base en esta expropiación de tierras a los campesinos (alrededor de cinco millones de hectáreas), se ha transformado radicalmente el uso del suelo. Grandes extensiones de tierra son empleadas para monocultivos de exportación (palma aceitera, caucho, coca) o, utilizadas para la ganadería, mientras miles de familias campesinas sin tierra se encuentran aglomeradas alrededor de estos “vacíos rumiantes”.

Los territorios de negros e indígenas (alrededor del 30% del territorio nacional) están en la mira de estos intereses voraces. Claro que estos territorios son de propiedad colectiva, de carácter inalienable e imprescriptible y esto los estaría protegiendo de estas fuerzas y colocándolos al margen del mercado. Pero esto no ha sido en Colombia garantía para las tierras de indígenas y negros. Hay reconocimiento jurídico de estos territorios, pero el Estado colombiano no se ha comprometido con la protección de estos. Los mecanismos de seguridad no están pensados para protegerlos de la voracidad de narcotraficantes y paramilitares. Es por eso que los indígenas, aunque le apuestan a la legalidad, confían más en sus organizaciones y en su capacidad de lucha para recuperar y defender sus tierras.

Ahora que cambian aceleradamente los roles económicos externos, crecen las incertidumbres y los indígenas, negros y campesinos pierden el rumbo y con ello el control sobre sus territorios, corren el peligro de convertir sus espacios de vida en espacios objeto, disponibles para su aprovechamiento por agentes económicos externos, orientados por la globalización neoliberal. Esto conducirá a que de propietarios agrarios, estos pueblos se transformen en pobres rurales, como sucedió en el Norte del Cauca, cuando en los años 50 la expansión de los ingenios azucareros absorbió las fincas de las comunidades negras (antiguos palenques) y acabó con la pequeña producción campesina.

Entender que la solución al problema territorial de los pueblos indígenas pasa por la solución al problema territorial de las comunidades negras (y viceversa), le puede dar un vuelco a las relaciones interétnicas, pues ambos grupos (catalogados como étnico-territoriales) pueden allanar el camino a entendimientos para defender espacios de propiedad colectiva, manejar integralmente cuencas, elaborar reglamentos para el uso de áreas de uso común (manglares, bosques, ríos) y blindar esos espacios de vida y de gran riqueza biológica a la acción predadora de compañías o agentes extractores de recursos.

El esfuerzo que realizan indígenas, negros y campesinos en el Naya por reconstruir sus vidas y territorios es una experiencia que ofrece un efecto de demostración (impacto político organizativo) hacia otras zonas del Pacífico y de Colombia y puede contribuir a desarrollar nuevos temas y metodologías de interés general para otras comunidades.

El Naya es un “laboratorio social” que permite analizar las posibilidades, dificultades y límites de una lucha por la defensa y conservación de territorios multiétnicos, a partir de construir una institucionalidad nueva con base en los intereses y las experiencias de lucha de grupos socioculturales y étnico territoriales diferentes y tradicionalmente excluidos por el Estado. Pero también ignorados por la intolerancia, dogmatismo, sectarismo y autoritarismo de muchos que aunque dicen “jugar del mismo lado”, les falta sensibilidad para abordar los temas actuales de nuestro tiempo como la problemática étnica, la diversidad cultural, la cuestión de genero, la conservación de la biodiversidad, etc., pues piensan que estos son “problemas secundarios” que distraen la atención de objetivos políticos centrales y dividen al campo popular. Cuando escuchamos que los problemas de campesinos, negros e indígenas con sus territorios y su entorno ambiental, con su diversidad cultural y sus luchas por sus bosques y ríos son problemas secundarios, nos viene a la mente de que son problemas de gente de segunda clase y de poca monta.

Este artículo está enfocado a mirar la interculturalidad, desde la experiencia de campesinos, negros e indígenas en la región del Naya.

 

La región del Naya, su ubicación  geográfica,  características de su hábitat  y problemática social y económica de sus pobladores 

La cuenca hidrográfica del río Naya, más conocida como “región del Naya” está ubicada entre los departamentos del Valle y Cauca. Comprende un área aproximada de 170.000 hectáreas. Esta región va desde la cresta de la cordillera occidental hasta el océano pacífico y limita con las cuencas de los ríos Micay y Yurumanguí.
 

Grupo

Ubicación

Población

Indígena nasa (paez)

Alto Naya

  3.209

Afrocolombiano/ campesino

Alto Naya

     805

Blanco-Mestizo/ campesino

Alto Naya

     313

Afrocolombiano/ribereño

Medio y Bajo Naya

19.000

Indígena Eperara Siapidaara

Bajo Naya

     296

Total

 

23.623

 

Una de las cosas que más llama atención del Naya es que allí convergen las características y problemáticas más significativas de nuestro país, resaltando las siguientes:

  1. Zona de alta biodiversidad y endemismo. Esta región es un santuario de biodiversidad y alto endemismo de algunas especies de flora. Pero también de gran riqueza maderera y de minerales, que atraen a empresas extractivistas.
  2. Diversidad cultural y conflictos interétnicos. La región está poblada por cuatro grupos socioculturales diferentes, que debido a procesos económicos ajenos a sus necesidades, perdieron buena parte de las relaciones de convivencia, construidas durante muchos años.
  3. Existencia de prácticas económicas tradicionales. En la parte baja del río Naya, habitada por comunidades negras y el pueblo indígena Eperara Siapidaara se practica una agricultura de subsistencia, complementada con prácticas de pesca y caza, actividades mineras artesanales y corte de madera.
  4. Cultivos de uso ilícito. La parte alta del río Naya tuvo una afluencia significativa de personas que llegaron allí para cultivar la coca. Convirtiéndose para esta parte del Naya en la actividad económica dominante, y transformando a sus habitantes, indígenas Nasa y campesinos, de productores de alimentos a importadores de alimentos.
  5. Contaminación de suelos y aguas. Aunque es un territorio relativamente joven, posee señales de decrepitud, debido a la alta contaminación de sus ríos, quebradas y suelos por los desechos tóxicos de la producción de la coca. En la parte alta del río, a pesar de haber relativamente altos ingresos, existe un alto índice de enfermedades que como la tuberculosis, caracterizan la pobreza.
  6. Ausencia de desarrollo económico y social. En el Alto Naya hay una alta movilidad horizontal de la población (gente que entra y sale) pero poca movilidad vertical (pocos progresan).
  7. Pobladores sin títulos sobre sus tierras. Con excepción de los indígenas Eperara Siapidaara, que poseen un pequeño resguardo, ninguno de los otros pobladores tiene propiedad, ni colectiva, ni individual, sobre las tierras que ancestralmente habitan. Y una universidad del Estado (Universidad del Cauca) les disputa los derechos de propiedad sobre este territorio.
  8. Presencia de grupos armados. Debido a su ubicación geográfica es un sitio de grandes ventajas estratégicas para los grupos armados.
  9. Violencia y desplazamiento forzado. En el Alto Naya los paramilitares realizaron una masacre en abril del 2001, que costó la vida a más de 100 personas, campesinos, negros e indígenas y ocasionó el desplazamiento de más de 80 familias.
  10. Abandono estatal. Existe un abandono total del Estado. Aún más, el Estado con su desidia es el responsable de la situación de miseria en que se encuentran estos pobladores.
     

Dos lógicas económicas antagónicas

La primera es la de los pueblos indígenas y afrocolombianos del Pacífico que desarrollaron prácticas económicas (“practicas tradicionales”) para el  aprovechamiento de la oferta ambiental de los bosques, ríos y suelos sin causar graves impactos. Esta forma de apropiación económica y cultural del territorio es lo que se denomina “territorio tradicional”. Es una fusión de la cultura con el territorio, que con el tiempo se fue convirtiendo en una “certificación” de estos pueblos para legitimar sus derechos de propiedad sobre el territorio.

Estas prácticas económicas exigen crear asentamientos dispersos a lo largo de los ríos y articular de forma eficiente —de acuerdo a condiciones climáticas y ciclos productivos del bosque y de los ríos— las actividades de aprovechamiento de la oferta ambiental ―recolección de frutos, pesca y caza―, combinada con la horticultura a la vega de los ríos.

La segunda  es la que denominamos mercantil, que surge con el  auge de la explotación de los recursos naturales (madera y oro) primero y la llegada de cultivos de uso ilícito después. Estas prácticas desestructuraron los sistemas tradicionales de aprovechamiento sostenible de negros e indígenas. Con la economía mercantil también llegaron nuevos productos (motores fuera de borda, motosierras, plantas eléctricas, radios, baterías, ropa de moda, etc.) estrechamente ligados a un estilo de vida citadino, que reventaron el estrecho marco productivo de las economías tradicionales. La rentabilidad y visión del largo plazo, rasgo distintivo de las economías sostenibles, fueron sustituidas por una visión inmediatista de aprovechamiento económico del territorio, que llevó a competencias desleales por tierras y recursos.

Estas lógicas y dinámicas de la economía mercantil extractivista, “enfriaron” las buenas relaciones de vecindad y convivencia entre los diferentes sectores sociales y culturales del Naya.

El Estado no ha reconocido las formas tradicionales de aprovechamiento y ocupación territorial de negros e indígenas. Subyace la idea de que son “baldíos”. Esta situación ha propiciado la ocupación caótica del territorio, el saqueo de los recursos y la violación a los derechos de estos pueblos.

 

Una apuesta interétnica para conservar la diversidad de la vida biológica y cultural y para defender los territorios tradicionales

Los problemas que se viven en el Naya condujeron a las comunidades a pensar la posibilidad de conformar un  movimiento social interétnico para resistir la pérdida de sus propios espacios territoriales, amenazados además por un reordenamiento económico neoliberal y globalizador, para el cual las economías comunitarias y de relacionamiento solidario con la naturaleza son un estorbo.

Los dirigentes campesinos, indígenas y negros son concientes de que sus organizaciones de base (juntas de acción comunal, cabildos indígenas y consejo comunitario) tienen muchas falencias y debilidades que se requiere superar, si se quiere eficacia en las acciones que van a emprender para conquistar sus derechos. Tienen además claro que se requiere de muchos esfuerzos y tiempo para iniciar un proceso de unidad entre poblaciones diferentes culturalmente y separadas por sus historias particulares, aunque unidas por los mismos problemas, apremios y adversarios.

También saben por experiencia propia que el proceso de trabajar juntos exige generosidad y tolerancia frente a las particularidades culturales de cada cual. Ante todo de que se  requiere de mucha imaginación y creatividad al establecer un diálogo interétnico para superar la incomunicación. Las ideas fueron emergiendo al calor de los debates en los encuentros interétnicos. El primer paso que se dio fue la construcción de símbolos culturales propios.

Acorde con un pensamiento telúrico característico de la gente que necesita del territorio para su sobrevivencia, surgió la metáfora del Naya como un cuerpo con vida. El río Naya y sus 46 afluentes son la sangre que mantiene con vida este cuerpo y es también su columna vertebral.

La integridad física es necesaria para mantenerlo con vida. Desmembrarlo sería matar el cuerpo, con toda la asombrosa capacidad de dar y albergar vida. Igualmente se acogió la idea de la casa grande [2] de la cultura Eperara Siapiadaara para fundamentar la organización interétnica

Teniendo estas cosas en cuenta, deciden las comunidades apostarle a:

  1. Trabajar por una organización común que junte las fortalezas de todos para alcanzar espacios de autonomía frente al Estado y los actores sociales y económicos que tienen  intereses en la región. 
  2. Buscar la apropiación legal, económica, cultural y política de los territorios ancestrales del Naya.
  3. Lograr acuerdos frente al manejo del territorio y uso de los recursos naturales.
  4. Desarrollar una economía propia, que sea cultural, ambiental, social, política y económicamente sostenible, que le garantice a todas las comunidades la soberanía alimentaria.
     

La identidad cultural de indios y negros, como resistencia a perder lo verde de la vida

En el Naya se entendió desde un comienzo, que resaltar una identidad cultural propia y valorar una peculiar relación cultural de carácter conservacionista con el territorio, son aspectos significativos para el desarrollo de capacidades de control territorial, pues de un lado contrarrestan las consecuencias de aquella visión obscena del liberalismo económico, hoy de nuevo en alza; según la cual las culturas indígenas y negras, al no ser movidas por el engranaje de la producción para el mercado, por la ganancia, las rentas y la acumulación de bienes, se ponen de espaldas al progreso de las sociedades. De otro lado refuerzan en estos pueblos los códigos éticos ─ solidaridad, reciprocidad, respeto a la naturaleza─, debilitados por la intrusión en sus vidas de la economía y valores de la sociedad mercantil.
 

La interculturalidad como pieza maestra de la unidad

Lo más importante de los encuentros interétnicos es que se entendió que sin convivencia, las culturas no tienen la fuerza para sostener con vida al cuerpo que les da albergue. Dicho en otras palabras: el Naya necesita la interculturalidad. Pero así como no hay interculturalidad sin cimientos (cada cultura debe valorar su propia identidad), tampoco hay interculturalidad sin ventanas abiertas hacia los demás. Ante todo no se construye interculturalidad si se tiene una visión simplista (“los indios o los negros son los únicos que tienen identidad”). Los esencialismos conducen a oposiciones, que bloquean la posibilidad de un gobierno propio, orientado por un sujeto político, que en el Naya por definición debe ser multiétnico.

Es por eso que consideramos que del desarrollo de la interculturalidad y del tratamiento que se le va a dar a los campesinos, depende el futuro de los territorios de indígenas y negros en el país. Ese es un debate no abordado, pero sí abortado, cuando en la Cumbre social y política de La María (Piendamó-Cauca), a mediados de mayo de 2006, se priorizó “la bronca” (bloqueo de la vía panamericana, con el triste saldo de un indígena muerto, cientos de heridos y destrucción de la planta física del territorio de Paz y Convivencia de la María), a  la discusión de temas como el TLC, la reelección, etc., pero ante todo el tema que había despertado muchas inquietudes en los líderes del Naya: discutir sobre la forma y los caminos para adelantar un proceso de lucha popular de la gente del campo, para “liberar a la madre tierra”, como acertadamente lo proponían el CRIC y la ACIN.

Considerábamos que las luchas del Cauca están “maduras” para que a los campesinos, semejante a lo ocurrido en Chiapas, se les diera el calificativo de “grupo étnico” para acortar distancias culturales y derribar fronteras étnicas con el fin de buscar la unidad. De hecho la realidad muestra que en el cauca, como en ninguna otra región de Colombia, a las luchas de los indígenas, se han venido uniendo campesinos mestizos y negros, no sólo por la necesidad de tierra, sino también por una creciente identificación con una estrategia y cultura política de los indígenas, fundamentalmente con las luchas que el CRIC ha desarrollado y que ha tenido un impacto ideológico sobre  otros sectores populares de la región. Por su parte los indígenas descubren en mestizos y negros un pensamiento telúrico y una identidad cultural que, aunque diferentes, no se contradicen con las suyas y se enriquecen mutuamente.

Estos acercamientos y “mestizajes”  [3] culturales y políticos muestran caminos para reducir las tensiones y polarizaciones entre los grupos y juntar con base en principios democráticos, esfuerzos y voluntades para construir un proyecto social y político común. No hay que olvidar que las primeras luchas indígenas del Cauca en esta última etapa de movilización indígena, surgieron y se nutrieron a comienzos de los años 70 del siglo pasado, de las luchas campesinas por la tierra. 

En este sentido me vienen a la memoria ideas de un amigo común, que son agua fresca para las cabezas calientes de algunos dirigentes que actualmente están en el curubito de la celebridad, pero que olvidan que la celebridad es como la plata, que hay que saberla gastar.

Para construir un proceso interétnico, para entender las condiciones de existencia de los otros, para unirse con los diferentes y compartir con ellos proyectos comunes, hay que abandonar el miedo a perder la identidad y el determinismo de lo propio y autóctono de su historia particular.

Perder el miedo a enfrentar la tarea de construir una estabilidad en la inestabilidad, que implica el ejercicio mimético de los seres humanos de “danzar entre la similitud y la diferencia”  (Michael Taussig).


______________
[1] eframillo@hotmail.com

Publicado en Julio 03 de 2007| Compartir
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