CORPORACIÓN

GRUPO
SEMILLAS


COLOMBIA

Publicaciones

Revista Semillas

No se encontraron items
Experiencias locales

La finca Ebenezer, un pedacito del paraíso

Francisco Restrepo, Colombia, Febrero 16 de 2015, Este artículo ha sido consultado 720 veces

La finca de Omri Oviedo y Rubiela Góngora queda a media hora de Puerto Gaitán. Ebenezer, es su nombre. Según la Biblia, Eben-ezer era un lugar especial donde los israelitas acamparon durante la guerra contra los filisteos. Ebenezer es para esta pareja el lugar sagrado donde esperan enterrar sus huesos y descansar de la guerra en Colombia.

Rubiela nació en Algeciras (Huila) y antes de cumplir un año de vida, su familia fue desplazada a Ataco (Tolima). Su padre, José Eliécer, era hombre de Dios y llegó a convertirse en pastor y fundar una iglesia que levantó odios de curas y ateos por igual. La casa de Ataco fue quemada, con todo lo que allí tenían y los Góngora debieron salir corriendo. Rubiela estaba de brazos, pero aún persiste en su cabeza la imagen de espanto de sus padres, atravesando la noche, escondiéndose entre los cafetales.

José Eliecer, hombre abnegado, predicaba la no violencia, la tolerancia y no temía a la muerte. Volvieron a los meses y abrieron la iglesia y la escuela. El pastor rescató de las sombras a muchos hombres. Sus enemigos lo tildaron de hereje y fue encarcelado en una celda donde apenas cabía su existencia. Fue sentenciado a muerte una noche. Se le avisó que en la madrugada sería asesinado y arrojado al río, pero antes del amanecer, el guardia que debía colocar en la puerta la cruz de cal que anunciaba su deceso, omitió la celda del pastor. Fue un milagro de Dios.

Huyeron a Armenia. Vivieron en Genova, salvando sus huesos de un atentado con bomba a la iglesia. Luego se desplazaron a Buenaventura para regresar dos años después a Neiva. En una breve visita a Campohermoso (Huila) el pastor quedó impactando al encontrar tanto joven armado, tanto odio en sus corazones y tan pocas oportunidades para ellos.

Aún contra las negativas de sus familiares, a pesar de la resistencia por parte del clero y de la guerrilla contra los cristianos, José Eliecer creó la escuela para adultos y jóvenes de Campohermoso. Las balas, bombardeos y atentados, se repitieron, pero la escuela se logró sostener. Rubiela, al lado de su padre se convirtió en maestra y le enseñaba a los campesinos a leer y escribir. La escuela se adecuó en una vieja casa que había sido antes una estación militar. Allí acomodaron los cuartos y se turnaban para atender a niños y adultos.

Al poco tiempo Rubiela fue invitada a crear una escuela en Silvia (Cauca) y con 16 años, se fue para allá. Recorrió Ambachico y Jambaló, donde conoció las realidades de los pueblos indígenas. Al regresar a Campohermoso la situación había empeorado. Llegaban noticias de Ortega, de liberales asesinados y se hablaba que el sur del Tolima estaba prendido en fuego y más de tres mil familias desplazadas andaban por el monte.

Como la situación empeoró en 1970 tomaron la decisión de viajar a Los Llanos. La familia Góngora se instaló en Cumaral y Rubiela enseñó en el colegio, alternando la docencia con el trabajó en el recién fundado Incora. Su corazón quedó atado a esta región. La gente era muy afable, se andaba a caballo y en cotizas. Había muchos ríos, algunos de ellos, ahora están secos. Rubiela fue testigo de las invasiones de la gente sin tierra. De los sucesos de Talupa, la finca de Hernando Durán Dussan, que tenía alambrada y con cuatro vacas, y le pagaba a los empleados en cheque para que fueran a Villavicencio y lo cobraran. De las invasiones de los campesinos que querían cultivar, de los enfrentamientos con la policía.

Luego de quedar viuda, Rubiela pasó una temporada en Santa Marta, en casa de uno de sus hermanos. Fue en ese tiempo que se reencontró con Omri Oviedo, un amigo de la infancia. Omri estaba viudo y unieron sus vidas a punta de esquelas y recuerdos. La finca donde ahora viven ha sido una constante lucha de ambos. Por sus características, el suelo de esta región posee un ph muy alta, es árida y seca. La verdad, nadie apostaba que allí se pudiera construir un pedacito de paraíso.

Ebenezer queda en la vereda Santa Bárbara (Puerto Gaitán) y colinda con el resguardo indígena sikuani Guacoyo. Tiene a un lado Fazenda, el más grande centro de porcicultura del país y al otro lado los pozos que explota Pacific Rubiales. Cuando ellos llegaron no existía nada de eso. Esos terrenos fueron entregados por el Incora, como parte de un programa para campesinos sin tierra. Todo era sabana y pastos.

A una marrana, le colocaron el arado y revolcaron la tierra. “Al principio era muy difícil que nos diera algo” dice Omri, conocedor de los suelos, “pero intentamos. Ensayamos sembrando tomate. Nunca utilizamos agroquímicos, la tierra se abonaba con los correctivos de ceniza de fogón, nada más con eso”.

Diferenciándose de sus vecinos campesinos que quemaban la tierra, en Ebenezer se optó por el uso de abonos orgánicos y la siembra de árboles. Llenaron su parcela de cacao, limón, arazá, mango, guanábana, naranja, borojó, marañón, y demás maderables que fueron creciendo a su debido tiempo.

“Las hojas que caen de los árboles nunca las recogemos, se espera que se pudran, y así se va haciendo piso, suelo orgánico” comenta Rubiela. Los árboles dan sombra y anidan a los pájaros de la región. Ese bosque es quizás el secreto de Ebenezer.

Otro factor importante para el progreso de esta finca es que mucho se aprendió de los indígenas. Algunos de los “blancos” que se asentaron en esa zona, marcaron una diferencia con los nativos y una mayoría de ellos, cercaron sus parcelas y les cerraron el paso de acceso. En Ebenezer, los indígenas son bienvenidos y gracias a este intercambio de conocimientos se ha logrado producir yuca, plátano, cebolla, pimentón, pepino cohombro, lechuga y café.

La producción se intercambia, y se realizan trueques de artesanías por comida. En Ebenezer a nadie se le niega un plato de comida. Además se ha creado un banco de semillas. Muchas personas que han visitado al finca han traído semillas (como el arazá) y gracias a ello se ha podido diversificar el cultivo, al punto que es ahora un proyecto autosostenible.

“Comercializamos el marañón, lo procesamos, hacemos zumo, lo vendemos en Puerto Gaitán a un mercado que crece a diario” asegura Rubiela. Lo mismo sucede con el arazá. El reto ahora es producir cacao a una mayor escala. Para ello se han capacitado y buscan alianzas en la región. Con todo esto, Ebenezer se convierte en una experiencia de agroecología para resaltar y un ejemplo de tesón y amor por la naturaleza.

Publicado en Febrero 16 de 2015| Compartir
compartir en facebook compartir en facebook

Recomiende este contenido

Los campos marcados con (*) son obligatorios






Do not fill, please:

Grupo Semillas

Calle 28A No. 15-31 Oficina 302 Bogotá Teléfono: (57)(1) 7035387 Bogotá, Colombia. semillas@semillas.org.co
Sitio web desarrollado por Colnodo bajo autorización del Grupo Semillas
MAPA DEL SITIO | CONTACTENOS

Apoyo al rediseño del sitio web:

Imagen alusiva al logo Fundación Heinrich Böll