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Huertas urbanas en la selva de cemento

Isabel Guevara, Colombia, Diciembre 10 de 2015, Este artículo ha sido consultado 17202 veces

Hace diez años, en un curso de agricultura urbana aprendimos las técnicas para cultivar en casa. Desde hace mucho tiempo venía sembrando en la terraza cebolla, cilantro, perejil, maíz, habas, cuyes y así mismo hacía los abonos.

Llegué a Bogotá desde La Victoria - Nariño, desde muy niña me gustaba el trabajo en el campo, sin embargo cuando llegué a esta ciudad, vi una selva de cemento y no imaginaba que era posible sembrar en medio de la urbe. Para mí la felicidad más grande fue volver a coger la tierra, volver a sembrar y poco a poco fui llenando de semillas cada espacio en la terraza de mi casa.

 

Custodios de semillas

Luego de la capacitación en agricultura urbana, nos concientizamos de la importancia de ser guardianes de semillas. Nos entregaron algunas semillas y empezamos a buscar un lote para cultivar en Engativá en una terraza del salón comunal. Allá comenzamos con una huerta de tomate, pero cuando el tomate estaba apenas comenzando a cargar, el presidente de la junta dijo que ya no nos dejaba sembrar, que teníamos que sacar todo de allá porque iban a hacerle un arreglo a la terraza,  entonces se nos dañó toda esa siembra porque teníamos que sacarlo inmediatamente. Empezamos a andar de un lado a otro, nos sacaban de allí y allá, sin embargo una compañera del curso de agricultura urbana, nos consiguió un espacio en el ancianato Albergue Bosque Popular, y ahí empezamos a trabajar y a producir las semillas.

Los grupos de custodios que se habían capacitado en Bogotá formamos una plataforma rural, con reuniones periódicas y actividades como el intercambio de semillas, iniciativa que se desarrolló en un colegio en el municipio de Silvania.  

 

La huerta en la terraza

En la huerta hay de todo, hortalizas de todas las clases, pseudo cereales, amaranto negro, blanco y rosado, cebolla puerro, cebolla larga, maíz, quinua, pimentón, ají, tomate cherry, negro y cebra, variedad de plantas aromáticas, canela en hoja, caléndula, pepinos dulces, papa, curuba, fresas, trigo, cubios, lechuga morada, crespa, romana verde y lisa, espinaca, cebollín, cilantro, alfalfa, acelga amarilla, rosada y blanca, habas, alverja y zanahoria. Me gusta hacer los cultivos estilo chagra, donde se encuentra de todo. Aquí mismo hago los abonos donde tengo la lombriz, hago lombriz compuesto, un trabajo muy completo. Aquí no se bota basura, todos los residuos que salen de la cocina vienen para la lombriz.

Pensamos que las semillas son patrimonio de la humanidad, nosotros le debemos a la tierra, no venimos a destruir, sino a crear, a cultivar y cuidar lo que la creación nos dio, no podemos dejar que se destruya ni que se vuelva negocio, porque eso es otra cosa terrible, cuando empezamos a comercializar con el alimento de la humanidad.

 

 

 

¿Por qué cultivar en la ciudad?

Este trabajo en la ciudad es muy satisfactorio, hay mucha gente que realmente tiene la necesidad de sembrar o de aprender a cultivar sus propios alimentos. Hay una emergente conciencia sobre la comida que llevamos a nuestra mesa, está la necesidad de pensar dos veces si seguimos consumiendo alimentos transgénicos y con agroquímicos, y existe la preocupación de que unas pocas empresas o corporaciones patenten las semillas y se adueñen de un patrimonio que es de todos. Todo esto nos pone el reto de sembrar y de apropiarnos del valor cultural e histórico de las semillas. Las semillas nos hacen generosos, cuando uno vive con la semilla no hay rivalidades, no hay envidia, sino que se comparte con todo el mundo, la semilla no debe tener un precio, no tiene que ser exclusiva de las multinacionales, si la semilla es del mundo.

 

Estamos los que somos

Nos reunimos custodios de semillas de muchas partes de la sabana de Bogotá, un proceso de resistencia a la industria alimentaria; ser custodios era mucho más que guardar semillas, era salvar la identidad y la cultura de los pueblos. Empieza la lucha por rescatar las semillas, ubicándolas en las terrazas y hasta en las escaleras de la casa. Nos empezamos a reunir y eso fue el inicio para que los grupos de apoyo no se perdieran, porque generalmente se diseminan. Hasta la fecha están quienes le han puesto el corazón y el alma a estos procesos.

Nos articulamos alrededor de una plataforma y desde ahí se ha venido desarrollando el trabajo, mingas e intercambios de semillas en distintos espacios como la Universidad Nacional, el festival del maíz, La Red de Semillas Libres de Colombia, el Jardín Botánico de Bogotá, encuentros regionales y nacionales. Todo espacio donde podamos integrar un trabajo en defensa de las semillas nativas, criollas y ancestrales. 

 

 

Dificultades

La mayor dificultad es la del acceso a la tierra, eso es lo que realmente nos ha costado poder mantener el trabajo, porque para sembrar la semilla se necesita que haya terreno, pues nosotros cultivamos en la casa, las semillas que recogemos las sembramos aquí y luego las multiplicamos.

Creamos un reservorio de semillas, realmente no requerimos de una enorme extensión de tierra, pero sí un sitio dónde poder hacer el proceso, ya que contamos con variedad de semillas de una misma especie, nosotros cultivamos de todo, entonces se necesita que haya el terreno y eso ha sido un poco complicado en la ciudad.

En el lote del ancianato Bosque Popular tenemos más de diez variedades de frijol, pero ahora nos quitaron el espacio, no nos dejan entrar. Cualquier día llegan y le echan machete y ahí quedó un trabajo de muchos años, porque las semillas por lo general no se producen rápidamente.

Hay plantas que para dar semillitas gastan dos o tres años, quien haga este trabajo tiene que ser paciente, porque la semilla no se da de la noche a la mañana, la semilla no tiene afán, ella tiene su paciencia para salir, y por eso nosotros tenemos que volvernos pacientes. Ese es el trabajo que hemos venido haciendo desde mucho tiempo, recuperando un suelo que no estaba apto, se retiró muchos escombros, fueron días arduos de mucho trabajo, ahora es un terreno muy bien adaptado, donde se ha nutrido bastante, se ha producido abono orgánico y se arregló el suelo.

Entonces el acceso a la tierra es muy difícil. En Engativá donde teníamos un trabajo muy bonito, de la noche a la mañana se acabó, tuvimos otro trabajo cerca, arreglamos el terreno y fuimos sembrando hortalizas, pero cuando llegamos allá, habían establecido una cancha de futbol y nos arruinaron la huerta.

                                              

Multiplicando saberes

Periódicamente organizamos talleres de agricultura urbana en las localidades de Bogotá, dirigido especialmente a niños y jóvenes. En los colegios y universidades, evidenciamos que muchos no tienen idea de que existen las semillas, entonces vamos y les enseñamos qué son, cuáles tenemos alrededor y porqué debemos aprender a querer la tierra, es todo lo que tenemos, ella es la que nos va a multiplicar las semillas, las mismas que están en peligro y que deben protegerse.

Otras personas se interesan en la comida orgánica y por aprender a cultivarla en su casa, y así se va multiplicando esos saberes y el valor de resguardar las semillas, de protegerlas y quererlas cada día.

Cada que vamos a dictar los talleres, los niños dicen constantemente cosas como que eso lo compramos en el supermercado, y como solo conocen una especie de maíz creen que los otros de diversos colores son pintados, nosotros le decimos que esa es la comida real, la comida ancestral de los abuelitos que sembraban. Comenzamos así para hacerles tomar conciencia, a lo que generalmente nos contestan que no han visto o comido estos alimentos en los supermercados y esto es un problema, porque la mayoría ya no van a las plazas de mercado. Ahí es donde da tristeza ver que nuestra niñez y nuestra juventud, miran esto y no saben, entonces cuando uno les comienza a hablar se entusiasman por sembrar. Por ejemplo, fuimos y le hicimos la huerta a un señor que parecía un niño con el juguete más bonito, a los sesenta días ya estaba recogiendo lechuga y cosechó  unas lechugas muy grandes. Él tenía un ante jardín con pinos y los cortó para sembrar hortaliza, espinaca, lechuga, acelga, coliflor, brócoli, calabacín y cebolla. El señor que vive en un sector exclusivo del norte de la ciudad, permanecía solitario y por medio de la huerta los vecinos empezaron a halagar su trabajo lo que le permitió hacer amigos. Él todos los días permanece en su huerta y comenzó a compartir con sus vecinos los alimentos que siembra. Lo más bonito para mí ha sido la felicidad de ese señor que nunca en la vida había cogido suelo y ahora ha comenzado a trabajar con la emoción de esperar la cosecha. Coge las hojas de rábano y hace batidos, lo que le genera felicidad por ser recogidos de su huerta, el decidió hacerse custodio de semillas, le entregamos unas variedades para que las cuide.

Lo mismo sucedió con una profesora de arte a la que también le hicimos la huerta, ella me llama cada vez que necesita ayuda porque no puede comer las cosas de la tienda sino solo los alimentos que siembra. Este es un trabajo tan bonito y satisfactorio que causa orgullo ver la felicidad en otros. Yo me siento feliz de sentarme a mirar y dedicarle tiempo a mis maíces, a mis fríjoles, o subir a la terraza a sembrar plantas, mirar cómo están, recoger semillas, es una felicidad grandísima, pero me hace más feliz cuando a la gente que yo le enseño le dan más ganas de sembrar.

 

 

En la Universidad Distrital a los estudiantes les decimos que desde su casa y sin necesidad de sembrar una gran cantidad, se pueden convertir en custodios de semillas y que con una semillita que se comprometan a cuidar, con eso es suficiente. Ellos escogen la variedad y se hacen custodios de semillas, pues con una semilla que cuiden con eso estamos ganando todos. Se comprometen a cuidar la semilla, producir y volver a sembrarla, y ahí va a estar la semillita, bajo su cuidado. ¿Cuánto les durará la constancia? Pues depende del grado de conciencia de cada uno, del tiempo y de su vida. Pero entre más personas vayan así, se van a mantener. 

Es importante hablar de la necesidad de tomar conciencia del peligro que están corriendo las semillas, nuestros alimentos, nuestra vida y entonces se empieza a cuestionar y a tener un punto de vista diferente, donde esta problemática se va conociendo más dentro de la juventud y por eso cuando vamos a las marchas vemos que los jóvenes ya están tomando las banderas del rescate de las semillas, de decir NO a los transgénicos y a los agroquímicos, de decir NO a las multinacionales.

A través de la semilla y del trabajo que se está realizando, estamos creando en la juventud una visión diferente frente a la vida, al alimento y al patrimonio, porque detrás de la semilla hay una historia, la historia de los pueblos, del arte, de la música, de la cultura, de la pintura, de los saberes, de la culinaria. Todo esto gira alrededor de la semilla, porque es de donde salen todas las cosas, si no hay semilla no se tendrían las fibras para hacer el vestido, las tintas para hacer los dibujos, no se asumiría una perspectiva de la vida rural, de las formas de cultivar ancestrales, de todo lo que han hecho nuestros ancestros y que nos han enseñado. La semilla es generadora de cultura y de vida, nosotros somos semilla, y si no cuidamos la vida, vamos a destruir la naturaleza, el entorno, los seres que están a nuestro alrededor. La semilla no es solamente lo que se da de la tierra, sino también los animales y los estamos acabando. Ya los campesinos dicen que les sale muy costoso sostener un animal, y los compran en las tiendas procesados llenos de químicos y enfermedades para el consumo.

 

Cueste lo que cueste las semillas se conservan

Rescatar las semillas, es rescatar con ellas ese vínculo histórico, ancestral, cultural, de la danza y de todo lo que gira alrededor de la semilla, para que no se pierda nuestra identidad como pueblo. La industria alimentaria y las multinacionales como Monsanto, quieren quitarnos esa identidad y negarnos el acceso a nuestra cultura. No respetan a nuestros ancestros, a nuestros hermanos indígenas y campesinos, ellos son el más valioso reservorio de semillas que puede existir, sin embargo los están persiguiendo con esas leyes para que no puedan cultivar, porque les están quemando las semillas, los están metiendo a la cárcel, los están judicializando por el hecho de sembrar, porque a esa semilla y a la comida del mundo de un momento a otro le salió un dueño. Aun así sigo convencida de sembrar mis semillas y esa tendencia es la que nos identifica alrededor del cuidado de la semilla. Hay dificultades por afrontar, pero el bien supera las vicisitudes que surgen en el momento, y eso tiene que trascender y no se puede quedar solo ahí.

 

¿De qué paz y de qué reforma agraria pretenden hablar, si están persiguiendo a nuestros hijos y a nuestros hermanos que cultivan? Eso es también lo que hace que nuestros campesinos se desmotiven y así la semilla se va perdiendo. Son muchas las formas de obligar a nuestros campesinos para que dejen de cultivar, pierdan su costumbre y se vaya perdiendo la identidad, pero nosotros debemos resistir y la ciudad es el lugar donde podemos hacerlo. A ellos los tienen ubicados geográficamente y en donde estén llegan a sus fincas a decirles que eso no lo puede cultivar, o pagan multa o se van para la cárcel, mientras que aquí no nos van a allanar en todas las casas de los bogotanos, va a ser muy difícil. Resistimos desde la agricultura urbana como una forma de retribuir a nuestros hermanos del campo, nuestra solidaridad para cuando pase todo esto, ellos puedan volver a producir lo que realmente producían, por eso cada día queremos sumar más guardianes de semillas en la urbe.

Esto tiene que seguir así nos persigan, nosotros estamos decididos a cuidar ese patrimonio para la humanidad, porque no es solamente nuestro. La humanidad va a tener el momento en que van a llegar las crisis, lo estamos viendo en nuestro país con los problemas de la minería, el cambio climático, las hidroeléctricas, entonces se van a acabar las tierras donde cultivar, y los que quieren cultivar están proponiendo hacer agroindustria y eso es más destrucción para el planeta, es envenenamiento de la tierra. Entonces la comida verdaderamente sana y las semillas criollas no tienen la culpa de que nosotros las agredamos, tenemos que defenderlas, porque si ellas no pueden hablar nosotros sí, y ahí vamos a defenderlas cueste lo que cueste.

 

 

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Publicado en Diciembre 10 de 2015| Compartir
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