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COLOMBIA

Cartilla Escuela Agroecológica y Territorial Manuel Quintín Lame. Un aporte a la construcción de paz desde la región del sur del Tolima.

Manos de Mujer, Asfumujer, ACIT, CRIT, Grupo Pijao, Comité Ambiental en Defensa de la Vida, ASTRA, Coosaviunidos, Asociación de Juntas de Acción Comunal de San Luis - Neiva Huila, Grupo Semillas. Fernando Castrillón, Anthony Rondón, Viviana Sánchez / Enero 30 de 2018 / Este artículo ha sido consultado 1984 veces

La Escuela Agroecológica y Territorial Manuel Quintín Lame es un aporte desde las comunidades y organizaciones sociales del sur del Tolima a la construcción de paz en Colombia. Esto se explica desde varias situaciones, la primera en el autoreconocimiento del esfuerzo permanente que realizan las organizaciones y comunidades para que este país mejore en lo social, ambiental, político y económico desde un compromiso serio con la inclusión, el respeto, la tolerancia; pero también porque fue importante hacer pausas en los espacios formativos para entender los debates derivados del acuerdo de paz entre el gobierno nacional y la guerrilla de las Farc-Ep. Esto se explica por las siguientes condiciones del contexto sociopolítico: 

  • El    sur    del    Tolima    fue    el    escenario    del    nacimiento    de    esta guerrilla. Muchos abuelos del pueblo pijao, lucharon por convicción y por el mismo acoso político, social y hasta religioso; al lado del mítico guerrillero Manuel Marulanda. Hombres y mujeres de esta región del país, estuvieron involucrados desde los inicios de este grupo insurgente y eso tuvo consecuencias muy duras para las comunidades por la estigmatización que se generó sobre ellas.
  • Los    impactos    de    las    olas    de    violencias    acumuladas,    tanto    la    de    los    años    50,    como    la    desatada    con    mayor    fuerza    a inicios de la década del presente siglo, dejaron una profunda y negativa huella en la vida de las comunidades. Muchas    familias    e    incluso    comunidades    fueron    desplazadas,    despojadas    y    se    ensañó    una    cruel    persecución    a    los dirigentes y líderes sociales por razones políticas, ideológicas y hasta étnicas. Por ejemplo, la Asociación de Cabildos Indígenas del Tolima- ACIT fue devastada seriamente por el ataque deliberado y sistemático a sus líderes.

 

  • El    aplazamiento    de    los    planes    y    las    iniciativas    de    las    organizaciones    que    fueron    gradualmente    postergadas    en    la medida que debieron dedicar los mayores esfuerzos a neutralizar los impactos de la guerra. De esto poco se habla, puesto que el aplazamiento de los planes colectivos no tienen indemnización como si lo tiene el costo de oportunidad de los inversionistas. Por ejemplo, una empresa puede demandar al Estado por no darle las garantías de desarrollar ganancias.

 

  • La    pérdida    de    medios    de    vida    fundamentales    para    las    comunidades.    Acceder    al    río,    cazar    de    noche,    realizar    jornadas comunitarias, hacer rituales, acudir a los tratamientos con médicos tradicionales, fueron, por ejemplo, prácticas impedidas en muchas comunidades y consideradas incluso como peligrosas por los grupos armados legales e ilegales.

 

  • La    intensificación    de    modelos    de    desarrollo    ajenos    a    la    vida    y    a    la    cultura    de    las    comunidades    como    el    uso    de    las    semillas    transgénicas,    la    compra    con    engaños    de    la    tierra    y    el    desarrollo    de    obras    de    infraestructura,    la    exploración, explotación y transporte de recursos minero-energéticos, fueron detonantes para que muchas familias emigraran. 

 

La    Corte    Constitucional    en    la    Sentencia    T-025    y    su    decreto    reglamentario    004,    determinaron    que    el    pueblo    pijao    se encontraba en riesgo de desaparecer. Y varias causas evidenciaron la relación entre los conflictos ambientales, territoriales, de superposición de justicia; como elementos que potenciaron los riesgos de este pueblo. 

No obstante, en medio de un escenario que ponía en condición de profunda soledad e incomprensión a las poblaciones rurales del país, al poner a competir sus voces y sus apuestas con quienes desde las ciudades entienden de manera distinta el conflicto armado del país, se trazaron propuestas de esperanza y de construcción de país: el cuidado de los territorios, la recuperación de los ecosistemas, semillas y razas criollas, el fortalecimiento de los gobiernos locales, las alternativas a los modelos hegemónicos del desarrollo actual. La Escuela Agroecológica y Territorial Manuel Quintín Lame fue una de esas propuestas concretas. 


Por eso la Escuela, en varios de sus encuentros, se planteó debates de fondo en torno a una paz posible, real, simple: 

 

En primer lugar, al considerarla como una única oportunidad histórica. La paz entre el gobierno y uno de sus contradictores históricos más fuertes, constituía sin duda un paso para que realmente se construyera civilidad, inclusión, respeto como aporte a una sociedad agobiada, irrespetada y bastante escéptica. 


Esa paz también tiene sus matices, puesto que se nutre de unos elementos históricos centrados en el campo, en la ruralidad de los campesinos, indígenas y afrocolombianos, que en suma pusieron los combatientes de todos los lados, los escenarios de guerra, los costos sociales y ambientales. Se requería pensarla desde abajo, dijeron varios y varias escuelantes. Pensarla desde las comunidades y desde quienes han sido los más afectados por la guerra, la destrucción y los más excluidos de la paz y su construcción. 


También se discutió que la paz no nace desde que se sentaron las principales partes en conflicto (gobierno y Farc– Ep) a negociarla. La paz en el sur del Tolima lleva mucho rato haciéndose: los procesos de las mujeres indígenas y campesinas de Coyaima para recuperar semillas y sembrarlas en los suelos deteriorados y desertificados han hecho un aporte a la paz ambiental, el quitarle los hijos a los grupos armados, al promover los guardianes y guardianas que protegen las semillas, el agua y el conocimiento, están pensando incluso en las generaciones que no han nacido. 

 

Los gobernadores y gobernadoras indígenas que ajustan y hacen cumplir la ley especial indígena para ahorrar dolor, iras, frustraciones, han aportado mucho a la paz desde la mano de sus comunidades. Esas manos que acarician el barro, que hacen abono orgánico, que hacen la chicha para compartir y que siembran los árboles para que el desierto no se extienda; están haciendo paz.


Un tercer elemento de las discusiones puestas por los escuelantes de la Escuela es que la paz se debe hacer también con la naturaleza. La guerra desatada contra los ríos al secarlos y contaminarlos con la minería; contra los suelos, agua y aire de los ecosistemas al contaminarlos con venenos de síntesis química, la introducción de los transgénicos, la imposición de semillas certificadas y patentadas vetando el uso de las semillas criollas, el represamiento del Yuma o Magdalena, las concesiones mineras; son actos de guerra. La naturaleza no puede hablar nuestro lenguaje y defenderse oportunamente, eso exige que sus derechos también sean puestos en debate. No parar la guerra contra la naturaleza es un error que nos saldrá muy caro a todos y todas.


La Escuela entonces reafirma que su quehacer es un aporte a la paz que necesita Colombia y es un camino que contribuye a que el sur del Tolima sea una mejor región.
 

 

El aporte de la Escuela a la región y al departamento del Tolima
 

Se reconoce en la escuela un valioso espacio para el rescate de los saberes y conocimientos locales y la articulación de las organizaciones sociales, de la academia y las ong. La escuela realiza un importante ejercicio político en la medida que da fuerza a las propuestas de defensa del territorio, promoción de la autonomía económica, de la soberanía alimentaria y la inclusión de propuestas de las mujeres y los jóvenes.  
 

El diálogo de saberes en dos niveles que se han desarrollado en la Escuela, resulta altamente valioso. En primer lugar los aprendizajes horizontales entre los sabios locales que intercambian semillas, conocimientos, aprendizajes y miradas sobre sus territorios y en segundo lugar el diálogo entre la academia universitaria y el saber indígena y campesino. 
Las investigaciones por parte de los escuelantes constituyen un ejercicio vital que constituye el eje central de la escuela. Sus resultados, sus motivaciones y el impacto que logra generar a presente y futuro son aportes a la región, a las comunidades y a los procesos organizativos. Pero también constituye un llamado a la academia para evidenciar la necesidad de que haya construcción de conocimiento con función social y ambiental.

 

Sesión de escuela itinerante en el resguardo de Pocará. Ortega - Tolima. Foto: Viviana Sánchez 

 


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Publicado en Enero 30 de 2018| Compartir
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