CORPORACIÓN

GRUPO
SEMILLAS


COLOMBIA

Publicaciones

Revista Semillas

Gráfica alusiva a 46/47

Edición
46/47

Revista Semillas

Suscribase por $45.000 a la revista Semillas y reciba cuatro números, dos por año

Equipo Editorial

Comité coordinador
Germán A. Vélez
Hans Peter Wiederkehr
Yamile Salinas
Mauricio García
Rafael Colmenares
Fernando Castrillón
Paola Vernot
Director:
Germán Alonso Vélez
Editora:
Paola Vernot
Fotografías:
Portada y contraportada: Jaime Vides Feria
El Heraldo.
Publicación auspiciada por Swissaid

Contexto

Aumentando la injusticia climática en América Latina

Lucía Ortiz , Febrero 13 de 2012, Este artículo ha sido consultado 402 veces

Existen muchas dudas acerca del potencial de los agrocombustibles para reducir las emisiones de gases de efecto invernadero. Es conocido que el maíz, base para la producción de etanol en Estados Unidos, requiere del uso de más de una unidad de energía fósil para la producción de una unidad de energía renovable, de lo que se deduce que el balance energético o del carbonoes negativo. La producción de aceite de palma parece ser bastante más eficiente con un balance de 1:8 a 9, muy cercano al del etanol a base de caña de azúcar que podría llegar a una relación de 1:10, si solo se considera su ciclo de producción. Sin embargo, analizando la lista actualizada de los mayores emisores de gases con efecto invernadero (sumando las contribuciones de la quema de combustiblesfósiles con aquellas derivadas del uso del suelo), inmediatamente después de Estados Unidos y China están, en tercer lugar, las pequeñas islas de Indonesia, seguidas de Brasil.


1. Tomado del libro Voces del Sur para la justicia climática. Amigos de la Tierra América Latina y el Caribe. Santiago de Chile, mayo de 2009.
2. Amigos de la Tierra Brasil. http://amigosdaterrabrasil.wordpress.com.
3. En el caso de que 70% de los cañizales no fueran quemados antes de la cosecha, y así la paja de la caña también fuera utilizada en la generación de energía.


En Brasil se escucha frecuentemente que “la caña no se planta en la Amazonía”. Este es un intento de disipar cualquier sospecha de que la producción de agrocombustibles algo pudiera tener que ver con la deforestación y, consecuentemente, con las contribuciones brasileñas a las emisiones de gases de efecto invernadero. Es lo que el Gobierno afirma públicamente con su declaración de las “zonas de cultivo de caña” para acallar las críticas internacionales de forma simplista.

 

Agrocombustibles: aumentando la injusticia climática en América Latina

Entre los primeros estudios focalizados en el impacto de la producción global de agrocombustibles sobre el uso del suelo y las emisiones de carbono generadas, se encuentra el de Searchinger et al. (2008).

Después de analizar diversos cultivos utilizados para agrocombustibles, el estudio concluye que la producción de etanol a base de caña en Brasil requiere al menos 17 años de producción para recuperar el carbono liberado en la atmósfera, mientras que la conversión de la selva amazó- nica para la producción de soya (principal cultivo usado en el biodiesel brasileño) necesitaría 319 años para la recuperación del débito de carbono. El estudio explicita las relaciones indirectas y la fuga de emisiones por la presión que ejerce el avance del agronegocio sobre el uso del suelo. Si Estados Unidos, por ejemplo, sustituyen la producción de etanol de maíz por el cultivo de soya, crecería la demanda por este alimento, y en Brasil avanzaría la frontera de soya hacia la Amazonía, donde solo en los últimos meses de 2007, y principalmente en el Estado Mato Grosso -actualmente el mayor productor de soya fueron deforestados 7.000 km2 . Fargone et al. (2008) concluyen que la conversión de bosques, turberas, pastizales o sabanas para la producción de agrocombustibles en Brasil, en el sudeste del Asia y en Estados Unidos, genera un débito de carbono por la liberación de 17 a 420 veces más dióxido de carbono que los combustibles fósiles a los que sustituyen.

Otro dato que tiene que ser contabilizado en el balance energético es el transporte del combustible hasta el usuario final. El para quién se produce el agrocombustible también hace una diferencia en el cálculo. Aunque la mayoría de los investigadores lo considere irrelevante, un análisis del ciclo de vida del etanol llega a la conclusión de que existe una reducción en el balance de 1:8 a 9, si está siendo producido y usado en Brasil contra 1:5 a 6 si está siendo exportado a Europa. Es la misma relación que se da en la producción del biodiesel a base de aceite de cocina usado, un residuo disponible en grandes cantidades y subutilizado en todas las ciudades del mundo.

Solo una suma de soluciones puede hacer la diferencia en el combate a los cambios climáticos peligrosos donde, sin duda, la eficiencia energética y la reducción de los desechos son temas centrales. En este contexto, aproximar la fuente energética al usuario y hacer uso de los residuos locales disponibles son criterios básicos de una sustentabilidad energética, ambiental y climática. Por otro lado, Brasil promete ser el mayor proveedor mundial de agrocombustibles, expandiendo su producción de etanol en respuesta a la demanda del mercado mundial, y arrastrando a otros países de la región, a través de inversiones públicas, de acuerdo con los estudios de mercado, el comercio y el apoyo al avance de las empresas brasileñas en la región de América Latina y el Caribe.

Finalmente, más allá de estas cifras, todavía no entran en la complicada cuenta global de las emisiones aquellas asociadas al uso de los derivados del petróleo y a los insumos necesarios para la producción y distribución de los agrocombustibles en el marco superior del agronegocio. Tampoco entra la infraestructura intensiva en el uso de carbono que se encuentra en expansión, como las redes viales y fluviales, el aumento de la red de caminos, ductos para alcohol, tanques y puertos, ni la expansión de la propia industria automovilística, que hasta en tiempos de una crisis de petróleo mantiene sus índices de expansión intactos, a costa de la enorme propaganda de los agrocombustibles e, irónicamente, de las campañas para salvar el clima.

Estudios del profesor Celio Bermann del Instituto de Eficiencia Energética de la Universidad de São Paulo llegan a la conclusión de que solamente las emisiones que se originan a partir de la expansión del sector automovilístico en Brasil, gracias a la renovación de la flota de los vehículos de combustión flexible, ya serían suficientes para neutralizar una gran parte de los supuestos beneficios climáticos que resultarían de la substitución parcial de los combustibles fósiles por el etanol.

 

Certificación de los agrocombustibles

A pesar de todos estos impactos conocidos, los diversos intereses que se esconden detrás del negocio de los agrocombustibles -entre ellos el de reaccionar al alza del precio del petróleo sin dejar de favorecer la industria automovilística, la biotecnología y el agronegocio en general- necesitan promover a éstos como una alternativa verde, renovable, y como respuesta a los cambios climáticos. Tan es así que siempre se acompañan con una excesiva confirmación del discurso sobre “el compromiso con la sustentabilidad”. Ante la obviedad de la escala de los impactos –sea sobre el uso de suelo, la biodiversidad, el consumo de agua o la amenaza a la producción alimentaria– la certificación, un mero mecanismo de mercado, fue presentada como una fórmula mágica, capaz de dar garantías de sustentabilidad al negocio internacional de los agrocombustibles o, por lo menos, una fórmula para no perder la credibilidad construida en base a las buenas intenciones.

En el contexto de la justicia climática, recae sobre la certificación toda la responsabilidad de hacer que los agrocombustibles cumplan con su promesa de ser una solución sostenible para los países productores, la que está basada en la verificación de la conformidad de los productos o los medios de producción con los llamados “criterios de sustentabilidad”. Se crea entonces el mito –cada vez más arraigado en los discursos de los defensores de los distintos intereses– de que el problema de la no sustentabilidad de los agrocombustibles radica en la incapacidad de los países productores en el atrasado Hemisferio Sur, de ser responsables, sustentables y limpios, y de seguir las conocidas buenas prácticas.

O sea, aquí se da una vuelta de 180 grados a la comprensión de la responsabilidad común, pero diferenciada, que considera el proceso histórico de enriquecimiento de los países industrializados como el problema del clima global. Recae en los países menos responsables la tarea de adaptar ambientalmente una supuesta solución, para que los países industrializados reduzcan las emisiones de sus sectores de transporte, aumentando así la injusticia climática

Las críticas se centran en los problemas que son considerados como característicos del retraso de los países del tercer mundo, como las pésimas condiciones de trabajo, el mal uso del agua y de los agroquímicos y la práctica arcaica de las quemas; todos ellos perfectamente solucionables por las tecnologías y alternativas desarrolladas en los países consumidores, que incluso pueden ser impuestas a través de la exigencia de cumplir con patrones y criterios de sustentabilidad mediante el proceso de certificación del mercado.

En el caso de la caña de azúcar, las industrias que se muestran más contentas con el creciente mercado de la adecuación ambiental por el etanol son la de la maquinaria agrícola, que va en ayuda para combatir el degradante trabajo manual en la cosecha de la caña a través de la modernización y mecanización del sector; la de la biotecnología, que desarrolla nuevas variedades que se adaptan eficientemente a diferentes regiones y especies transgé- nicas más apropiadas para la producción de los agrocombustibles; y la de los plaguicidas e insumos agrícolas, cuyo consumo crece con el boom de la agroenergía, a pesar de los famosos criterios que prometieron un uso más racional o controlado de estos venenos.

Y aquí llegamos a un punto crucial del debate: los patrones de la certificación solo tratan la supuesta calidad de la producción, sin siquiera mencionar el problema de la cantidad, o sea, de la expansión. Y la cantidad de tierra demandada para la producción de los agrocombustibles para atender a un consumo cada vez más alto, es justamente el núcleo de la dicotomía entre agrocombustibles y alimentos.

 

Bibliografía

SEARCHINGER, Timothy et al. Use of U.S. Croplands for Biofuels Increases Greenhouse Gases Through Emissions from LandUse Change. Science, 29 February 2008: Vol 319: no 5867, pp. 1238-1240. http://www.sciencemag.org/cgi/content/abstract/1151861

FARGIONE, Joseph et. al. Land Clearing and the Biofuel Carbon Debt. Science, 29 February 2008: Vol. 319. no. 5867, pp. 1235-1238.

LANGER, T. Simplified Life Cycle Assessment study of the substitution of 5 % of Swiss gasoline by Brazilian bio-ethanol, Instituto Ekos Brasil, marzo de 2006, p. 53.

Publicado en Febrero 13 de 2012| Compartir
compartir en facebook compartir en facebook

Recomiende este contenido

Los campos marcados con (*) son obligatorios






Do not fill, please:

Grupo Semillas

Calle 28A No. 15-31 Oficina 302 Bogotá Teléfono: (57)(1) 7035387 Bogotá, Colombia. semillas@semillas.org.co
Sitio web desarrollado por Colnodo bajo autorización del Grupo Semillas
MAPA DEL SITIO | CONTACTENOS

Apoyo al rediseño del sitio web:

Imagen alusiva al logo Fundación Heinrich Böll